Por Daniel Vivas Barandica
@dani_matamoros
Estaba yo ahora en mi cuarto de Cali tratando de descansar. Acababa de llegar de una reunión en Medellín. El vuelo había estado un poco movido y además me había montado enguayabado al avión. No se suban a un puto avión tomados, en serio, eso no es bueno, maduren…. ¡Maldita sea! La noche anterior había estado en “Salón Amador”, luego “Ícono”, par discotecas curiosas de la capital antioqueña, la primera indie-electro-hipster. Un poco fancy-maricona pero donde vi unas delicias alternativas, que hasta el día de hoy no he podido sacar de mi puta cabeza. La segunda un poco más narca, donde solo ponían EDM y “techno guaracha”, un poco Swag, con grandes dados y símbolos de dinero dorados, colgando del techo, pero me gustó. Lo bueno de Medellín es que puedes ver unas niñas hermosas llenas de tatuajes y con tetas operadas, que añoran que Blink 182 vuelva a estar en los escenarios. También unas hembras muy lindas-criollas, llenas de cirugías, que solo escuchan reggaetón y son bendecidas y afortunadas. Otras mamacitas que parecen modelitos de Diesel y Levi’s. Tienes de todas las clases y formas para escoger en esa desvergonzada ciudad. A mí la verdad las mujeres de esas tres clasificaciones me gustan, no tengo un gusto único.
Te decía pues que estaba en mi cuarto de Cali cuando recibí una invitación por e-mail del Instituto Distrital de Turismo de la Bogotá Humana. Al principio creí que era un simple comunicado de prensa donde contaban todas las actividades culturales que el distrito está promoviendo en pro de la cultura y la recreación de los bogotanos. Pero al terminar de leerlo comprobé que el correo era una invitación especial dirigida a mí, para hacer un presstrip donde conocería más a fondo la capital y sus actividades turísticas. Me quedaría en un hotel cool, me llevarían a varios museos, visitaría Monserrate, el Centro Histórico, pasearía en Usaquén, La T y comeríamos en La Macarena. Además tenía entrada a la feria Vitrina Turística Anato 2015.
Me quedé pensando por unos segundos. Yo había vivido en Bogotá cuatro años y medio. Ahora solo quería descansar en mi cuarto e ir de vez en cuando a rendirle cuentas a mis jefes y a las marcas que me pagan para que prostituya mis redes sociales –en especial mi Twitter @dani_matamoros –. (Aclaro que amo ser una prostituta digital y no tengo nada de malo con ello #Influenciadores).
Así que no sabía si una visita turística a la capital me apetecía mucho en ese momento –qué equivocado estaba–. Como no me había puesto de acuerdo conmigo mismo y con mis otros dos álter egos sobre si ir o no, me paré del cuarto y le conté a mi mamá –quién ahora era mi nuevo roommate– la situación. Ella solo me miró con la cara de culo que a veces pone cuando no le gusta algo, luego me inspeccionó de arriba abajo y dijo:
“–¡Usted si es bien pendejo!… ¿No?… Ah y vea…, por favor… No ande en medias que luego es un problema despercudir eso…
Me reí y le di un beso en la mejilla. Ella se quedó quieta con cara de “¿este güevón qué?”. Me fui a mi cuarto y le respondí el e-mail a la niña que me había invitado. Le escribí que muchas gracias… Y que…
“Claroqueporsupuestoquedesdeluego” que iba a ir. A los minutos la niña me respondió con otro e-mail donde “emocionada” me agradecía por aceptar y que el lunes me estaría mandando la reserva de mi vuelo para partir el martes por la noche y regresar el viernes por la tarde. Hacía poco había estado en Bogotá. Aunque dije que me iba a demorar en volver, esta era una oportunidad para saludar y visitar a varia gente con la que no había alcanzado a encontrarme…, la vida podía ser hasta curiosa.
Ese viernes fui a La Central –la única discoteca de Cali que realmente vale la pena– con una mujer que no me gusta. Me emborraché, la parché con varios panas que hace rato no veía. Más de uno estaba volado de la esposa o la novia de hace años. Algunos me parecieron otras personas. Algunos simplemente eran unos nuevos seres humanos, todos acartonados durante el día, y en ese momento, unos desaforados porque hace rato que no pisaban una pinche discoteca de electrónica. Seguí tomando, bailando, terminé en el cuarto de la mujer esa.
A las siete de la mañana me volé para mi casa. Mi mamá no se despertaría hasta pasadas las nueve, así que entré tratando de hacer el menor ruido posible, pasé por su habitación, roncaba de lo lindo, la miré por unos segundos, luego seguí caminando por el pasillo y me encerré en mi cuarto.
Durante todo el sábado y domingo comí pizza, terminé de verme la serie Marco Polo de Netflix y no le paré bolas al maldito WhatsApp. Por alguna razón me sentía una vil porquería, sentía que había hecho algo malo pero no me acordaba de mucho, así que no quería leer mensajes donde me contaran las acciones de mi supuesto comportamiento.
El lunes, como a las dos de la tarde, la niña del Instituto Distrital de Turismo me mandó la reserva de mi pasaje, el itinerario de actividades y un acuerdo donde me comprometía a hacer varias menciones en mi Twitter (@dani_matamoros) e Instagram (@danielvivas86) de las actividades, más este texto. Le respondí “OK” y seguí trabajando. En el correo pude ver que también estaban invitados un tal Steeven Orozco y otro man de nombre César Sánchez. El primer personaje me sonaba mucho.
A las dos horas me acosté a mirar el techo. Estaba cansado y no sabía de qué. Desde hace cerca de siete años estoy cansado pero no he podido encontrar la razón. Es algo desesperante esta situación…
Mi mamá pasó por la puerta de mi habitación y gritó: “¡Mmmm este cuarto todavía huele a trago!”. Me reí…, todo era mucho más fácil hace una década.
El martes tomé un avión hacia Bogotá a las 6:40pm. Casi una hora después estaba en un taxi por toda la Avenida El Dorado. Cerré los ojos y recosté la cabeza hacia atrás sobre el asiento. No había nada como el clima de esta ciudad. No había nada como no tener que llegar a la casa de algún amigo a incomodarlo. No había nada como no tener que pensar en ir a una oficina.
Al llegar al hotel, el Tryp Embajada, me registré, llamé a la niña del Instituto Distrital de Turismo, le dije que ya había llegado y que estaba subiendo a mi habitación. La niña me respondió que mañana arrancábamos a las ocho de la mañana para el Centro Histórico y que por favor no me fuera a quedar dormido. Ambos nos reímos y nos despedimos. Por primera vez no me interesaba saber si esa tipa estaba buena o no. Por primera en varios meses simplemente iba a relajarme. Cuando llegué a mi habitación me quité mis tenis Adidas Originals, el jean Diesel y me tiré a la cama, cerré los ojos y me dejé llevar.
A las ocho de la mañana estaba yo montado en una van con un peladito como de 22 años, que respondía bajo el nombre de Steeven Orozco, @steevenorozco, reconocido tuitero, identificado en el bajo mundo de la red del pajarito azul, como “El Guasón”. El peladito tenía más de 300.000 seguidores, más de 10 fakes en Twitter y era de esos personajes que ya eran famosos en el 2.0.
Desde el principio me cayó bien. Después de hablar un rato con él me enteré que era de Manizales y que era la primera vez que venía a Bogotá. Los otros personajes que nos acompañaban eran César Sánchez @ElCesaPaisa, periodista de treinta pico años y una señora como de cuarenta, muy amable ella, quién se presentaba como nuestra guía turística. Sin decirle que conocía muy bien esta ciudad guardé silencio y fingí sorpresa cuando nos comenzó a contar acerca de la historia de Bogotá y de algunas edificaciones como la pirámide guisa de la gobernación de Cundinamarca, ubicada en La Avenida el Dorado. Me concentré en apreciar los graffitis que adornan los edificios de este sector.
Mientras la señora seguía hablando, coordiné con mi jefa por WhatsApp varias de las actividades que debía hacer en mi trabajo. Ella sabía que yo iba a estar ocupado durante dos días pero con tal de que cumpliera mis funciones vía e-mail, todo estaba bien. Hacía un año había tenido unos jefes que eran unos cabrones. Unos hijos de puta “negreros” que creían que me podían pagar tarde y tratar como si fuera sus putas botas. Por fin había encontrado otros jefes como los de las revistas Bocas y DonJuan…, la vida era más curiosa todavía.
Cuando llegamos al centro de Bogotá, en la entrada del museo del Oro, nos esperaba Daniela, la niña de Instituto Distrital de Turismo. Era bonita, chiquita, de pelo castaño, piel blanca y con unos cachetes que te daban ganas de apretar. Levaba un pantalón negro, unas botas cafés y un abrigo del mismo color. Comenzó a hablar como una maniática, a agradecernos por haber venido. Empecé a sonreír y simplemente llevé mi mente a otro lugar lejano y no escuché nada de lo que dijo.
En el Museo del Oro comenzamos nuestro recorrido por las diferentes salas de exposición que muestran más de 34.000 piezas de orfebrería y cerca de 20.000 objetos “líticos”, de cerámica, prendas de vestir y piedras preciosas pertenecientes a las culturas Quimbaya, Calima, Tayrona, Sinú, Muisca, Tolima, Tumaco y Malagana, entre otros. Hacía años que no ponía un pie en este lugar. La última vez que vine tenía 17 años y estuve más pendiente de hacer reír a las niñas bonitas de mi salón y a los idiotas con los que andaba en el colegio que en aprender algo de este patrimonio nacional.
Tomé varias fotos, las subí a mi Instagram (@danielvivas86) y a mi Twitter (@dani_matamoros). La señora, nuestra guía turística, nos iba contando acerca de los diferentes objetos y de la historia del museo. Mientras yo apreciaba máscaras, colgantes, poporos, brazaletes, collares, recipientes y cientos de figuras de las diferentes culturas indígenas, ella nos iba contando que el museo fue creado por el Banco de la República y que los objetos de orfebrería prehispánica no eran simples adornos, sino los símbolos de la religión de los indígenas y las practicas chamánicas.
Al final, entramos a La Sala de Ofrenda, un espacio oscuro con seis vitrinas cilíndricas llenas de objetos, “que conectan el cielo y la tierra” e inducen, por medio de sonidos y visualizaciones, al vuelo chamánico y al sentido religioso del arte indígena de la orfebrería. Durante varios minutos vivimos un juego de luces y sonidos de la selva, animales, murmullos y cánticos. Las imágenes se reflejaban en el techo, las paredes y la urna –llena de objetos de oro– que reposaba en el centro del lugar. Una experiencia que simula un trance espiritual. Hice un Vine, Steeven me dijo que le había parecido chévere, le sonreí.
A los minutos, Daniela nos indicó que seguía el museo de Botero. Salimos del lugar, paramos en una cafetería, cada uno se tomó un café con una almojabana. La guía seguía hablando de Bogotá pero la verdad no le puse mucho cuidado. Se me estaba volviendo un poco cansona, la vieja esta. Caminamos por el palacio presidencial, tomamos par fotos, un soldado o policía –no recuerdo bien– de los que custodia tan magno edificio, me regañó porque me subí a un puto andén al que no se le puede ni poner un pie encima.
Seguimos caminando, conociendo parte del centro de Bogotá. Tuve ganas de pisar a más de una paloma de la Plaza de Bolívar, me contuve, ¡malditas ratas con alas!, no quise meterme en problemas. Me pareció curioso que según la guía, a una parte de la Carrera Séptima se le llamaba la Calle de la Carrera, a causa de una antigua competición con caballos que hacían por esta vía.
Alcé la mirada y descubrí el edificio Colpatria, la guía se dio cuenta de esto, se acercó y me dijo: “hasta allá llegaba la ciudad antes del ‘bogotazo’”. Le respondí…, “vea pues…”.
El Museo de Botero, debo confesarlo, me gusta mucho más que el del Oro, sin querer hablar mal de este último. No soy muy amante de las piezas prehispánicas, ni de los indígenas, me gusta más el color, las vanguardias, la posmodernidad, “la actualidad”. Entramos a las diferentes salas, tomé fotos de obras como la versión de Botero de La Mona Lisa o las que retratan el conflicto armado de Colombia. Subí varias de estas imágenes a redes sociales y recordé a una profesora de segundo grado, que una vez que nos tocó exponer sobre artistas colombianos, nos dijo que debíamos grabarnos en la cabeza que Fernando Botero no pintaba gordos sino que retrataba “volúmenes”. Siempre he pensado que las cosas hay que llamarlas por lo que son, pero pues dejemos así.
Luego pasamos a las salas donde están obras de otros artistas como Picasso, Dalí y Renoir, donadas por el “Maestro”. Me sentí un poco mal de nunca ir a museos. De nunca profundizar en esa otra Bogotá cultural e histórica. Mientras seguía viendo las obras del “Maestro” y las de los otros artistas, la guía comenzó a decir que “la colección de arte donada por el maestro colombiano Fernando Botero está catalogada como la más importante realizada en la historia del país. La donación entregada al Banco de la República integra 123 obras de su autoría realizadas con las técnicas de dibujo, acuarela, óleo, pastel y escultura”.
Aparte…, “comprende 85 obras de algunos de los más representativos creadores de la historia del arte de fines del siglo XIX y la primera mitad del XX como Matisse, Monet, Degas, Chagall, Picasso, Renoir, Dalí, Giacometti y Bonard, entre otros. La colección se exhibe en los salones de la antigua Hemeroteca Luis López de Mesa, conocida como Casa de Exposiciones y ahora sede permanente del Museo”.
Me metí a la página oficial y encontré un texto igualito. La guía la tenía clara, había hecho bien su tarea.
Ese día almorzamos en la Juguetería, un restaurante en el barrio La Macarena cuya temática, valga la redundancia, son juguetes. Viví cuatro años y medio en Bogotá, vengo una vez cada dos meses y jamás había visitado el lugar… ¡Me gustó! De las paredes cuelgan muñecos, peluches, y por todo el lugar, hasta en las mesas, encuentras personajes de Disney, soldados de plásticos, carritos, muñecas, osos, entre otros cientos de objetos que a un niño le encantaría llevarse a su casa. Pedí unas costillas Barbecue y una limonada. Tiramos risa con Daniela, Steeven y César. A la guía la dejamos en la van junto al chofer. Esos dos tenían como algo.
A las tres de la tarde estábamos en Corferias en la vitrina turística Anato 2015. Con Steeven y César recorrimos el recinto, tomamos fotos, las subimos a redes sociales. En el lugar, cientos de stands de ciudades y regiones de Colombia. También había de otros países como Aruba, México, Argentina, entre otros… ¡Qué rico las niñas que atendían en Argentina! Esto era como el Comic-Con del turismo. Como un Disney World para un agente de viajes. Había personas disfrazadas con los trajes típicos de cada región, activaciones en cada stand para ganar premios y motivar a la gente a tomar planes turísticos de cada lugar. Mientras estaba en el stand de México me encontré a un periodista que trabaja para una revista turística, alguna vez nos emborrachamos en una cena para medios organizada por uno de los hoteles más importantes del mundo. El tipo andaba de traje, saco y corbata, qué gonorrea uno ser un desgraciado periodista y tener que vestirse así. Me preguntó que yo a quién debía entrevistar, le dije que a nadie, que estaba ahí como influenciador, que hacía rato que no ejercía eso del periodismo, que me había retirado por un rato. Se rió, creo que no entendió o creyó que le estaba tomando del pelo. Luego me dijo emocionado que ya casi empezaban las conferencias de prensa con unos señores todos importantes dentro del sector turístico. Le puse la mano en el hombro y le dije que ya lo alcanzaba, me sonrió y agregó apurado que me esperaba arriba ¡Pobre güevón! Cuando lo vi perderse entre la multitud agradecí a nuestro creador por no ser ese cabrón y deseé que algún día ese tipo despertara.
Ahora estamos en el stand de Instituto Distrital de Turismo. Unas letras naranja, con la palabra BOGOTÁ, a gran escala, hacen que los asistentes se detengan en el lugar. Conozco a Tatiana Piñeros, la directora del IDT. Una mujer alta, trigueña, pelo café medio naranja y muy arreglada. Lleva un vestido largo negro con líneas gruesas blancas de la cintura para abajo. Está emocionada porque el Instituto celebra ocho años de trabajo en la promoción nacional e internacional de la capital colombiana como destino turístico. “Bogotá Región”. Es el concepto que deja grabado en mi cabeza. “Traer turistas a Bogotá para que la conozcan a fondo y desde la capital, visiten otros destinos de Colombia”. Tatiana se ha convertido en todo un símbolo de la tolerancia y respeto de nuestra sociedad. Es la primera mujer transgénero en ocupar un cargo tan importante. Desde hace más de una década es activista de la comunidad LGBTI.
A la media hora Tatiana, junto a los directores de World Travel Awards Latin America, ahí en el stand, anuncia a los periodistas en una rueda de prensa oficial, la ratificación de la capital como sede de estos premios, “Los Óscar del Turismo”, a celebrarse este año en el mes de octubre.
Como a las seis vamos a caminar por Usaquén. Entramos a varios almacenes, comemos algo en una panadería. Hacía años que no visitaba esta zona. Sentir el frío de nuevo era algo hermoso. Luego vamos a comer a uno de los restaurantes del par de calvos de los Rausch, Bistronomy. Bien chévere, alguna vez fui con una mujer que creí que era la indicada. Pido una sopa de tomate porque estoy muy lleno. A las nueve de la noche llego al hotel y me pongo a revisar varios correos que tengo acumulados. No hay nada bueno… ¡Vida puta!
El jueves me levanto temprano, hablo con mis jefes por celular, todo va bien. Para los que no saben trabajo con la plataforma de influencers #WomyAds. Me encargo de reclutar a personas –algunas famosas– con buena audiencia en redes sociales para que hablen de marcas. Les pagamos con dinero, producto, experiencias –eventos–.
A las ocho de la mañana bajo a desayunar. Hay tanta comida y quedo tan lleno, que tengo ganas de vomitar y volver a pasar por el bufete.
Dos horas después volvemos a Corferias, visitamos más stands de ciudades del país, tomamos fotos, me doy cuenta de que hay planes turísticos para El Guaviare, Vichada y Vaupés. No sé quién putas irá a estos sitios, pero tienen su demanda. Volvemos al stand de Bogotá. El IDT Tiene varias actividades dentro de esta como una recreación de la ciclovía y un juego, en pantallas interactivas, parecido a Candy Crush pero con íconos alusivos a Bogotá.
En la tarde almorzamos en el restaurante del hotel y cada uno se va a su cuarto a dormir. Ha sido un buen día, relajado, tranquilo… Tengo varios mensajes de WhatsApp, respondo los importantes, los de mis jefes. Mando correos, contacto a varias personas por Twitter de todo Latinoamérica, hablo con ellos, acuerdo pagos, me acuesto a dormir.
Por la noche vamos al restaurante Club Colombia. Nos atienden como reyes. Somos cerca de 15 personas, entre esas están Tatiana y Daniela. Comemos de todo. Arepitas, tostadas, empanaditas, ceviche, maduro al horno con queso, carne, chorizo, entre otro montón de delicias típicas. Nos reímos, hablamos de lo que hace cada uno y de lo bien que la hemos pasado. Esa noche termino en BBC tomándome un par de cervezas con un pana que me tiene varias propuestas de negocios. En el puto Cali no hay de estos pubs, aunque venden la cerveza en los supermercados, no es lo mismo. Cuando me siento como prendo, le digo a mi amigo que paguemos. Son las once de la noche, nos despedimos en la calle 85 con 15 y tomo un taxi para el hotel. Aunque mi vuelo sale mañana y no he visto la hora, he tomado la decisión de aplazarlo o perderlo. Creo que continuaré unos días más en Bogotá. Ir a estos lugares turísticos y conocerla de nuevo, más a fondo, me han dado ganas de no volver a Cali “moridero” por unos buenos días. Quizás me quede uno o dos meses… Ya veré dónde me hospedo.