Ahora me desperté. Miré mi G-Shock dorado. Marcaba las siete y media de la mañana. ¡Maldita sea! Puedo dormir hasta el medio si quiero, pero estoy condenado a despertarme antes de las nueve de la mañana. Así es la puta vida. Durante un rato me quedé ahí en la cama haciendo pereza, sumergiéndome entre las cobijas, entre las almohadas, tirándome pedos, escuchando los carros y las personas en la calle… Unos pequeños rayos de sol se colaban por las esquinas del blackout. Creo que debo pegar esa mierda con cinta cada noche. Metí la mano por entre las almohadas de la cabecera. Palpé mi iPhone 7 Plus. Deseé que tuviera batería. Lo agarré y al activarlo mostraba 666 mensajes de WhatsApp. Malditos grupos de mierda. Me metí al «Grupo del Porno», que hoy tenía como nombre: «La Banda del…». Había más de 100 desocupados ahí pendejeando; todo el día mandaban videos triple x, a uno que otro lo reconozco, a los demás ni puta idea, sé que casi todos son de Cali, pero Dios los bendiga por su hermosa labor. En el grupo de porno solo se rayan cuando un desequilibrado manda gore, travestis o videos que ya pueden pasar la delgada línea de la pedofilia. Me ha tocado ver cómo han sacado a varios miembros por eso. Busqué entre lo último que se había hablado. Había par videos de MILFS. Me hice la paja un rato con ellos. Cuando acabé me fui al baño a limpiar. Me cepillé y por un momento me quedé mirándome en el espejo, ya casi iba a cumplir 31. Algunas de las cosas que nunca había hecho las había venido a realizar en los dos últimos años. Como tener una novia. Gastar más de cuatro palos en drogas. Conocer otro país de Suramérica que no fuera una puta isla. Comprarme un carro. Mandar a la mierda al que se me diera la gana por cansón (clientes, jefes, amigos)… Aún faltaban muchas… Pero debía seguir… Me fui a la cocina. En la cafetera había café de ayer. La prendí para que se calentara un poco. Subí el black out de la sala. Abrí la ventana. Afuera hacía un frío ni el setenta hijueputa. Bogotá se veía imponente con sus cientos de carros pasando por la avenida alrededor de pequeños edificios y los cerros al fondo. Hacía años que me había tocado aceptar que esta ciudad era tan fea que al final te terminaba pareciendo hermosa. Siempre me ocurre lo mismo con algunas hembras, con ciertas razas de perros y gatos, con muchas cosas. Saqué mi celular del bolsillo.

Lo conecté al dispositivo de audio (que mantiene prendido) por bluetooth. Seleccioné mi lista de trap/hiphop/hipihapa español (canario). Puro Kinder Malo. Loco Playa. Yung Beef, PXXR GVNG, Kaydy Cain, Pimp Flaco y Bejo, entre otros. ¡Qué putada tan áspera se venían jalando estos españoletes! Por los parlantes comenzó a sonar «Mango» de «Bejito». Qué canción tan parchada. Miré la cafetera. Ya estaba sudando. La agarré por el mango. Serví en un vaso. Me lo llevé a la boca. «¡Ahhhh!». Rico café de ayer, sin azúcar, recalentado. Después de los 25 tomar café sin azúcar denota madurez y hasta bienestar hacia tu propio cuerpo. Me acerqué a la ventana. El frío era tremendo pero me encantaba. Afuera se escuchaban alarmas, pitos, gritos, buses, los pasos acelerados de la gente, de la ciudad, del caos en general. Respiré profundo. Cerré los ojos. Tomé un poco de café. Sonreí. Por fin. Después de varios años, había superado esa canción de Nicky Jam con Enrique Iglesias, «El Perdón». Creí que nunca lo iba a hacer. El día anterior alguien la había puesto en una reunión y no me había erizado ni me habían dado ganas de cantarla frente a todos como una marica descontrolada. Había superado primero a hermosas mujeres que me abandonaron por ser un inestable, que a esa puta canción. Tomé un poco más de café. Luego me dirigí a mi cama feliz y a tratar de dormir un poco más. La vida podía ser algo curiosa… #TRAPLIFE