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La reciente intervención de Francia en Malí es atípica por al menos tres razones; por el uso de la fuerza, por la legalidad y por la posición de algunos Estados africanos del noroccidente del continente. Estas tres características invitan a una reflexión sobre las nuevas formas de intervención por propósitos humanitarios o de seguridad.

A diferencia de otras operaciones militares en el seno de la OTAN o dirigidas por Washington, aquella en Malí gozó de un amplio respaldo internacional y su legalidad puede ser difícilmente cuestionada en virtud de la aprobación, vía Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Dicha idea toma aún más fuerza con algo inusual presente en la intervención francesa; el pedido expreso del mandatario maliense Dioncunda Traoré a su homólogo François Hollande para dicha operación. Esto con el objeto de poner coto a las acciones de los grupos djihadistas que habían sembrado el terror en el norte de Malí como Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Ansar Eddine y el Movimiento por la Unidad y la Jihad en África Occidental.

Asimismo, el involucramiento de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) traduce el surgimiento de consensos en la política del continente. En el pasado reciente, las condenas al unísono de los golpes de estado en Mauritania (2008), Madagascar (2009), y en Malí (2012) dan cuenta del avance de consensos espontáneos que aceitan el proceso de construcción regional, tarea inconclusa y que por años ha aparecido como un pasivo del continente. Al golpismo se ha sumado en los últimos años la amenaza de un Islam fundamentalista en la zona del Sahel, a través de la imposición de la sharia en comunidades que difícilmente pueden oponer resistencia. En consecuencia, la construcción de la integración regional pasa por dos fenómenos: de un lado, de la defensa de la democracia aún inacabada y adaptada al contexto de cada nación, y de otro, de la lucha contra el fundamentalismo islámico o de cualquier tipo que tanto daño ha causado en zonad como África Central, el Cuerno o los Grandes Lagos.

Lo ocurrido en Malí refleja la complejidad de este tipo de operaciones contra actores subnacionales. Hace algunos años se combatía contra Estados como Afganistán, Irak, Libia y Serbia, por lo menos en una fase inicial. En contraste, en Malí se pretende lo contrario, fortalecer al gobierno de Bamako, lo que representa una atipicidad clave para entender la legitimidad de esta intervención. Precisamente, la debilidad estatal ha sido la causa, entre otras, de la violencia en la República Democrática del Congo, Nigeria, La República Centroafricana y Costa de Marfil, por mencionar algunos.

Ojalá esta intervención sirva para definir los parámetros de futuras. Aquellas que persigan el fortalecimiento de Estados cuya debilidad genere violencia deben prosperar, mientras las que operaciones que busquen consolidar hegemonías deben ser condenadas. Los desastres de Afganistán, Irak, Libia y Serbia así lo comprueba.

   

 

 

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