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El 11 de septiembre de 2001 el terrorismo mostró un poder inédito cuando Estados Unidos sufrió los ataques que derivarían en una de las estrategias más controvertidas de política exterior y que a la postre, cambiaría el mapa político de Oriente Medio y de un segmento importante de Asia Central.

El derribo de las Torres Gemelas, así como el ataque frustrado al Pentágono pusieron además en evidencia la enorme vulnerabilidad de las potencias militares para enfrentar este tipo de amenazas. La respuesta de Estados Unidos consistió en la incursión en territorio afgano que contó con el apoyo de la OTAN y la consecuente intervención en Irak que causó una encendida polémica en el seno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Esta estrategia terminó con más de tres décadas del establecimiento de Saddam Hussein en Irak, con el gobierno de Mohammad Omar en Afganistán, cómplice de los autores intelectuales de la agresión y con la muerte de Osama Ben Laden en territorio pakistaní, un dato que no es menor y evidencia cómo ese país fue un territorio clave para la expansión y en teoría la contención del terrorismo.

La denominada guerra global contra el terrorismo, como la bautizó el entonces presidente George W. Bush, amplió el mapa del Oriente Medio para incluir algunas zonas de Asia Central (Afganistán) y del Subcontinente Indio (Pakistán) a la vez que mostró la dificultad no solo para responder de una forma efectiva, sino la imposibilidad de llevar a cabo «desde afuera» y «a la fuerza» el proceso de democratización. El ideal de la democratización del Gran Medio Oriente terminó siendo uno de los proyectos más rebatidos de la política exterior estadounidense en los últimos años.

Aunque se siga asumiendo al Medio Oriente como el principal foco del terrorismo, el fenómeno se ha venido desplazando hacia la zona del Sahel en el África Subsahariana lo cual podría tiene efectos todavía más devastadores. Se trata de la franja situada al norte del Sahara y en la que principalmente Malí, Burkina Faso, Niger, Mauritania y Chad se han visto confrontados a varios grupos que profesan el extremismo islámico entre los que aparecen Al Qaeda en el Magreb Islámico (Aqmi), Boko Haram, Ansar Eddine y el Movimiento por la Unificación y la Jihad en Africa Occidental (Mujao), entre otros.

Es preciso anotar en esta relativamente nueva expansión del terrorismo que, sus causas tienen que ver en gran medida con la caída de Muammar Gadaffi como resultado de una operación militar llevada a cabo por la OTAN en 2011 y que al igual que aquella en Irak causó controversia, pues se temía por el impacto regional de un vacío de poder como en efecto sucedió. De la misma manera en que la caída del líder iraquí alteró el equilibrio entre sunnistas y chiitas produciendo una guerra fratricida aún no controlada, la muerte de Gaddafi generó una confrontación abierta entre Al Qaeda, a través de Aqmi, y el Estado Islámico por el control del territorio. Así se fue produciendo la expansión de varios grupos en los Estados del Sahel.

Mientras la pandemia del covid-19 ocupa la atención de la comunidad internacional, los ataques terroristas han seguido dejando víctimas en la zona. Naciones Unidas estima que en los últimos 3 años, el número de acciones de este tipo en Burkina Faso, Malí y Niger se ha multiplicado por cinco y los desplazados pueden llegar al medio millón en una zona de enormes precariedades económicas y debilidad estatal. Entre esas víctimas se encuentra la religiosa colombiana Gloria Narváez, secuestrada en Malí en 2017 por un grupo cercano a Al Qaeda y de la cual se habla cada vez menos en la prensa del país. La semana pasada, el ejército francés dio de baja a Abdelmalek Droukdel, la cabeza de Aqmi en Malí, una acción presentada, con justa causa, como un éxito militar considerable. No obstante, se acaba de reportar la muerte de al menos 24 militares malienses en una embocada atribuible a Aqmi y que puede ser leída como respuesta a la baja de su líder.

A pesar de la insistencia sobre la relevancia del Medio Oriente como uno de los centros más importantes del extremismo, debe tenerse en cuenta la forma como el fenómeno se ha venido desplazando hacia el Sahel en los últimos años. Las victorias militares en Siria e Irak en contra de estos grupos radicales auguran una mayor estabilidad, pero también deben llamar la atención sobre la llegada de combatientes a países sahelianos, donde a diferencia del Oriente Medio, las estructuras estatales son débiles, el interés global inconstante y las tensiones entre comunidades religiosas cada vez más violentas.

@mauricio181212

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