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El Líbano enfrenta uno de los peores momentos de su historia en el que se cruzan dos dramas. La crisis que había arrastrado desde el año pasado conduciendo a miles de libaneses a las calles, y para aumentarla exponencialmente, la explosión en el puerto de Beirut que ha provocado que, de nuevo, el país toque un fondo cada vez más profundo. El Líbano ha sido la democracia más consolidada de la región del Medio Oriente.

Difícilmente, se puede pensar en un modelo más plural que el equilibrio intercomunitario pactado al terminar la guerra civil entre 1975 y 1990 a través de los denominados Acuerdos de Taif. A diferencia de sus vecinos, no ha conocido los autoritarismos civiles ni militares, y los extremismos han sido amortiguados en la dinámica comunitarista. Las férreas dictaduras en Egipto, Irak y Siria y el fundamentalismo nacionalista como el que hoy gobierna en Israel, parecen inviables en el escenario político libanés.   

En la etapa más reciente del conflicto que separa a palestinos de israelíes, el Líbano ha sido víctima de sus efectos, concretamente de repetidos ataques ordenados por Tel Aviv para sofocar los ataques de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Así ocurrió con la operación  Paz de Galilea en 1982 que llevó a la invasión del sur libanés y fue el acicate para la creación de Hezbollah, partido chiita que defiende los intereses de esa comunidad y promueve la causa palestina. La ocupación israelí duró 22 años, pero su salida no supuso el fin de las agresiones, pues como ha ocurrido con los territorios ocupados en Palestina, cada vez que Tel Aviv ha sentido la necesidad de invocar la legítima defensa, ha terminado agrediendo con consecuencias nefastas. Basta recordar la ofensiva en el sur del Líbano en el contexto de la guerra de los 33 días, entre julio y agosto de 2006, en la que Israel enfrentó a Hezbollah que retuvo a dos soldados para exigir un canje de prisioneros. El conflicto tuvo un efecto devastador en la infraestructura civil libanesa y un saldo humanitario lamentable. El 30 de julio de 2006 tuvo lugar el bombardeo de Cana en el que fueron masacrados 62 civiles, entre ellos 42 niños. El libreto ha sido el mismo utilizado por la OTAN para justificar los excesos en los Balcanes occidentales, Afganistán o Libia: en la medida en que los combatientes se mimetizan con la población, los ejércitos regulares terminan convirtiendo a civiles o personas protegidas en blanco de ataques. Hasta la fecha, no hay un solo oficial o responsable político israelí juzgado por una de las peores masacres de este siglo en la zona. Aunque varias organizaciones hayan exigido la comparecencia de responsables israelíes ante la Corte Penal Internacional es poco probable que se administre justicia.

Su comunitarismo lo ha llevado a ser escenario de las confrontaciones entre países de la zona como Arabia Saudí, Egipto, Irán y Siria. Esta última ha ejercido un tutelaje histórico que, como todo en la historia reciente libanesa terminó por explotar. En febrero de 2005 fue asesinado el exprimer ministro Rafiq Hariri, crítico vehemente de la presencia de los servicios de inteligencia sirios, por lo que su muerte provocada por un coche bomba sirvió para que miles de libaneses exigieran la salida de los sirios y el país reivindicara su independencia. El episodio se conoció como la Revolución del Cedro y hacía pensar en un renacimiento libanés empujado por la necesidad de permanecer al margen del conflicto geopolítico que en la zona enfrenta a chiitas y sunitas, palestinos e israelíes y a potencias regionales y occidentales. El veredicto de una comisión independiente que debe conocerse en estos días habría encontrado a Hezbollah responsable, lo cual puede reavivar las tensiones comunitarias en medio de la crisis actual. Aunque la milicia chiita ha negado cualquier responsabilidad, su defensa ha sido poco creíble.

En 2020, en plena conmemoración del primer centenario libanés, apareció la inédita y devastadora crisis económica cuyo indicador más revelador parecería el déficit fiscal de más del 150 %, reflejo del desastroso manejo y agravado por la guerra en Siria. Como respuesta, el gobierno decidió cobrar un impuesto sobre las llamadas de WhatsApp (20 centavos de dólar), lo que terminó de provocar la ira de la ciudadanía que, hastiada por el mal manejo de su agotada dirigencia, salió a las calles a exigir un cambio total. La explosión en el puerto ocurrida hace dos semanas, y cuyas causas aún se desconocen, resume la tragedia constante libanesa y la urgencia porque su proyecto estatal se reafirme. El comunitarismo libanés es el mejor antídoto contra los fundamentalismos que abundan en la región y su modelo puede servir de ejemplo para que la existencia de Estados multinacionales en el Medio Oriente sea una realidad.

@mauricio181212

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