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La normalización de las relaciones entre Emiratos Árabes Unidos e Israel abre un nuevo capítulo de tensiones en la región de Oriente Medio y suscita una serie de interrogantes respecto a sus implicaciones sobre los complejos vínculos de Tel Aviv con el mundo árabe y otros países musulmanes. Es la primera vez que es reconocido por un Estado del golfo aquellos que en algún momento fueron clave para el apoyo a la causa palestina. De forma apresurada algunos medios de comunicación han comparado este avance con el reconocimiento que en el pasado Egipto y Jordania le otorgaron a Israel. Sin embargo, el surgimiento de esta relación especial entre Tel Aviv y Abu Dabi no puede equipararse, y es evidente que el acuerdo no solo no contribuye a una paz definitiva en la zona, sino que aviva una compleja disputa geopolítica en dos sentidos: la de Israel con el mundo musulmán y con sus enemigos con los que aún se disputa territorio, en especial Siria (los Altos del Golán), Palestina (Cisjordania y Gaza incluida Jerusalén) y El Líbano (Granjas de Sheeba); y la guerra cada vez más intensa en el mundo musulmán entre sunnitas y chiitas que ha tenido como territorio de la disputas, en el último tiempo, a Yemen, entre otros, donde el gobierno de los Emiratos Árabes Unidos ha desempeñado un papel esencial en la contención de la rebelión chií de los hutíes junto con Arabia Saudí.

La paz negociada a través de una mediación de Jimmy Carter entre Egipto e Israel, en el marco de los acuerdos de Camp David I, significó la primera victoria diplomática de Israel en el mundo árabe y desactivó las guerras árabe-israelíes. Con ello, El Cairo marcó una tendencia visible hasta la fecha y consiste en la forma en que la mayoría de los países árabes se fueron desentendiendo de la cuestión palestina para enfocarse en sus propios intereses. En este caso pesó más la necesidad egipcia de recuperar el territorio de la península del Sinaí que su proyecto panarabista. El acuerdo firmado entre Anwar el-Sadat y Menachem Begin supuso el establecimiento de una frontera segura para el hoy autoproclamado Estado judío. Dieciséis años después Jordania avanzaría en el mismo sentido, luego de renunciar a la aspiración de Cisjordania de la que reclamaba soberanía, accedió a reconocer a Israel y establecer relaciones diplomáticas. Ambos sucesos hicieron profunda mella en la causa palestina, pero en medio surgía un cauto optimismo, pues al tiempo se celebraban los Acuerdos de Oslo extendidos a lo largo de la década de los noventa y de los que se esperaba una paz definitiva entre Palestina y su vecino. Aquello no se concretó, pues tras la Cumbre de Taba, Ehud Barak abandonó la mesa de negociación apresurado por las elecciones parlamentarias.

El acuerdo Tel Aviv Abu Dabi confirma el abandono de los Estados árabes por la causa palestina y evidencia su vacío de liderazgo y su crisis de legitimidad luego de la denominada Primavera a comienzos de la década. Asimismo, radicaliza la posición de los palestinos y de los árabes que aún están en pie de guerra, en especial los sirios que, aunque aparentemente aislados, parecen fortalecidos luego de superar años de una cruenta guerra en la que el régimen de Bashar al Asad comprobó amargamente cuán necesario ha sido para contener el terrorismo en la zona. El pacto no será determinante en la legitimidad de Israel ni supone avance sustancial alguno, pues a Tel Aviv le urge pactar un acuerdo definitivo no con países árabes, con quienes de facto tiene relaciones, sino precisamente con sus enconados enemigos y en este caso particular con quienes comparte fronteras. La legitimidad de Israel no pasa hoy por el reconocimiento de Estados árabes desde hace años alineados con las posturas de occidente y comprometidos en una cruzada anti chiita con efectos devastadores en la zona (para la muestra Irak o Yemen), sino con el mundo musulmán cada vez menos dependiente del liderazgo árabe, y más cerca de otorgar a Turquía e Irán el protagonismo que otrora detentaron Ahmed Ben Bella, Gamal Abdel Sadat o Muammar Gaddafi. Por ende, el acuerdo que se presenta como histórico parece inflado por la premura estadounidense-israelí, pero en el fondo no supone una reconciliación significativa.

@mauricio181212

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