Hace exactamente un año, se observaba el proceso electoral más polémico en la historia bielorrusa por cuenta de la quinta reelección y sexto mandato consecutivo de Alexander Lukasneko, quien se impuso por encima de su opositora, Svetlana Tijanóvskaya. Por primera vez, esta pudo desafiar el poder omnímodo del actual mandatario. El anuncio de la victoria del oficialismo con más de 80% de los votos, en contraste con apenas un 10% conseguido por la rival, hicieron pensar de forma inmediata en un fraude, lo que desembocó en multitudinarias protestas, no solo en Minsk, sino en Grodno, Brest y Vitebsk. Un hecho sin antecedentes en el largo régimen que data desde 1994 (ver «Bielorrusia, la revolución improbable» en este mismo blog https://blogs.eltiempo.com/geopolitica-poder-y-democracia/2020/08/11/la-revolucion-improbable-en-bielorrusia/ ).
A pesar del evidente apoyo de Occidente a la triada opositora de Tijanóvskaya, Maria Kolesnikova y Veronika Tsepkalo, el régimen soportó las protestas. Hoy, a un año de ocurridas, nada parece indicar que Bielorrusia avance en una transición o, no al menos, como lo esperan las democracias occidentales; es decir, con elecciones en el corto plazo plurales y con garantías para la oposición.
Por el contrario, en lo corrido del año, las detenciones se han disparado llegando a superar las 35 mil, así como los intentos por intimidar a líderes de la disidencia. En mayo de 2021, los medios quedaron estupefactos ante el desvío de una avión comercial entre Atenas y Vilna, que sirvió para el arresto del opositor Roman Protassevitch y que terminó en sanciones a Minsk. Es tal la furia oficialista que, la propia Tijanóvskaya, exiliada en Lituana, hizo un llamado para no salir a la calle en conmemoración de lo que entiende fue una elección fraudulenta hace exactamente hace un año.
En un hecho que ha concitado de nuevo la atención del mundo, la atleta Krystsina Tsimannouskaya anunció en los Juegos Olímpicos de Tokio su voluntad de refugiarse en Polonia ante su inminente arresto, tras criticar a la Federación de Atletismo de Bielorrusia por presiones indebidas. Frente las denuncias, Varsovia, vehemente crítica de Minsk, accedió rápidamente a otorgar un visado humanitario.
Los principales gobiernos de Europa occidental y Estados Unidos han hecho frente común para imponer sanciones a Lukasenko que no parecen tener efectos. De una manera cándida y con cierta nostalgia de la guerra fría, le endilgan la responsabilidad a Vladimir Putin por el apoyo que le presta a su homologo bielorruso. Sin embargo, este drama está lejos de destrabarse por el solo desvinculamiento de Rusia, cuyos lazos con Minsk, por el contrario, permiten servir como canal de comunicación para eventualmente crear un ambiente favorable para una transición.
Las sanciones cada vez más robustas parecen fortalecer la retórica bélica del líder bielorruso al que alguna vez Condolezza Rice denominó como la última dictadura europea, al señalarla como única sobreviviente del colapso de la URSS. Bielorrusia seguirá siendo un desafío para buscar mediaciones en reemplazo de las sanciones, mecanismo que parece condenado al fracaso y en el que con injustificada terquedad y evidente carácter selectivo tanto Bruselas como Washington insisten sin cesar.
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