Burkina Faso es escenario de un golpe de Estado, tal como ocurrió hace relativamente poco tiempo con sus vecinos Guinea y Mali. La situación es preocupante en el Sahel africano, la zona más vulnerable del mundo al fundamentalismo islámico, con comprobados poderes para la desestabilización y la violación sistemática de derechos humanos. El origen del golpe en contra del presidente Roch Marc Christian Kaboré se encuentra en su incapacidad para hacer frene a los grupos armados terroristas que vienen golpeando el norte y el oriente del país, con un saldo dramático de 2.000 asesinatos y un millón y medio de personas desplazadas. Kaboré se venía desempeñando como jefe de Estado desde 2015, un año después de que fuera expulsado del poder, mediante un golpe de Estado, el entonces hombre fuerte burkinabe Blaise Compaoré, mandatario durante casi 30 años.
Un hecho que no debe pasar desapercibido y que evidencia la complejidad de la situación es que, tal como ocurrió con el derrocamiento de Alpha Condé en Guinea, tras el golpe, las manifestaciones de apoyo a la junta militar en cabeza del teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba se han multiplicado. Esto se explica por la vulnerabilidad del país al terrorismo y la urgencia de sus habitantes de defender sus vidas, lo cual hace que la democracia pase a un segundo plano y la necesidad más inminente sea la estabilización. La degradación de la seguridad en el Sahel no es nueva y desde hace más de una década viene dando signos que han sido ignorados por buena parte de las potencias de Occidente, centradas en otras regiones del mundo como Europa oriental, Asia central u otras zonas del Medio Oriente que despiertan mayor interés bien sea cultural o geopolítica.
Esto último es más grave si se toma en consideración la responsabilidad de la OTAN, ahora autodenominada guardiana de la estabilidad en Ucrania, pero cuyo papel en la intervención en Libia en 2011 explica en buena medida la expansión de grupos terroristas cercanos al Estado Islámico y al Al Qaeda a lo largo del cinturón del Sahel (Boko Haram, Ansar Eddine, Mujao, Al Qaeda en el Magreb Islámico, etc.).
Sobre la OTAN llovieron las advertencias para abstenerse de derrocar a Muammar Gaddafi, una acción pretextuada en la defensa de la democracia y los derechos humanos. El brutalmente asesinado coronel advirtió sobre la presencia de dichos grupos que estaba combatiendo, pero pudo más al apetito geopolítico insaciable de la OTAN. Después de su caída, quedó despejado el camino para que milicias dotadas de armas para luchar contra Gaddafi se unieran y fortalecieran los poderosos tentáculos del islam radical sunnita financiando en buena medida por Arabia Saudí, Emiratos Arabes Unidos y algunas potencias occidentales obsesionadas con contrarrestar el poder sirio e iraní chií. La salida de Gaddafi acabó con el Estado libio y activó una espiral de violencia que rápidamente ocasionó estragos en los vecinos. En 2012, un golpe de Estado sacudió a Malí y la posibilidad de desmembramiento fue real. Al norte, rebeldes toureg declararon la independencia de la región de Azawad y rápidamente grupos islámicos se tomaron la zona. Fue el primero de una serie de golpes en Malí empujados por la debilidad en materia de seguridad. Es tal la gravedad que, el año pasado fue asesinado el presidente de Tchad, Idriss Déby, cuando lideraba combates contra terroristas.
Entretanto, la Comunidad Económica de Estados de África Oriental (CEDEAO) adelanta gestiones para una rápida transición de poder en Burkina Faso que no parece el camino mas expedito para estabilizar el país, o al menos no habría un consenso nacional en ese sentido. Al igual que Oriente Medio, la zona de Sahel necesita visibilidad y el involucramiento de la comunidad internacional para desarmar el terrorismo islámico sunnita empoderado en buena medida por Occidente y sus aliados en la zona. La viabilidad del cinturón del Sahel donde viven 400 millones de personas depende en buena medida de un compromiso, más que nunca, inaplazable.
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Exacto Jose, desafortunadamente donde no se ha consolidado el estado nación no tiene sentido fortalecer los procesos democráticos si a la par no se estructura el proyecto estatal. Es el drama del Sahel.
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Supongo que hay prioridades. Si el Estado no es capaz de garantizar lo más elemental, la vida y la seguridad de sus ciudadanos, ¿qué más da si sus gobernantes han sido elegidos democráticamente o no?
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Jose es cierto, desafortunadamente la implicación y conocimiento de las potencias occidentales en el Sahel ha sido muy tímida, con la gravedad que muchas de ellas participaron aprobando la intervención de la OTAN en Libia en 2011 y que es en buena medida responsable del desastre que ha vivido la zona en estos años. Es preocupante que se vuelva costumbre la irrupción de golpes de Estado cuando la situación de inseguridad se vuelve incontrolable, es un retroceso mayor en una zona que había avanzado democráticamente.
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Y tercera idea. Por mucho que haya avanzado la globalización, las peculiaridades regionales siguen siendo muy importantes. Y es difícil comprenderlas sentados en Washington o en Bruselas.
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Y otra idea. Cualquier régimen, sea democrático o no, tiene que ser capaz de resolver los principales problemas que afectan al país. Si no, acaba cayendo. No hay fin de la historia.
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El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.
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