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La visita de Gustavo Petro a Estados Unidos es uno de los mayores avances de su política exterior. Esto no solo deshace la idea que con un gobierno de izquierda las relaciones con Washington están condenadas, sino que demuestra que son posibles los equilibrios entre un acercamiento prioritario a América Latina y el Caribe (tal como reza la Constitución) y la alianza histórica con el norte. ¿Qué significa la visita, a menos de aun año de posesionado Petro?¿Cuáles son los desafíos del primer cara a cara entre ambos mandatarios?

El desplazamiento del jefe de Estado acompañado de Roy Barreras y David Racero presidentes de Senado y Cámara respectivamente -como señal del interés por mantener una relación de Estado-  debe servir además para que Colombia reitere su aspiración de convertir la transición ecológica y la descarbonización en derroteros de su política exterior. Petro demuestra que no se trata de reivindicaciones esporádicas, sino de un pedido que espera convertir en prioridad de Estado. Su intervención en el Foro permanente para las cuestiones indígenas de las Naciones Unidas dejó entrever un discurso comprometido con la idea de incluir dentro de la diplomacia colombiana voces desde los territorios que, en 200 años han tenido poca cabida en la política exterior. Esto parece comprobar el acierto en la designación de Leonor Zalabata como representante colombiana ante Naciones Unidas apoyada por la representante alterna Arlene Tickner, la profesora colombiana con tal vez mayor incidencia en los estudios sobre Relaciones Internacionales. Anunciado el nombramiento de la primera, una periodista y un excandidato presidencial anunciaron pública y despectivamente su inquietud por la poca preparación de la lideresa y por no hablar inglés.

El tiempo ha demostrado la necesidad de deshacer mitos sobre la representatividad exterior. Este acierto contrasta con nombramientos injustificables que parecen confirmar el uso del servicio exterior para el pago de favores políticos.

En la cumbre Petro Biden están en juego al menos tres temas clave: la «paz total» -duramente criticada en el último tiempo-, la estrategia frente a las drogas que Colombia pretende modificar, y Venezuela, prioridad para Bogotá y Washington.

Para el gobierno colombiano es indispensable un gesto de apoyo del gobierno y del Congreso de los Estados Unidos al proceso de paz con el ELN. Las duras críticas que se multiplicaron con la aparición de un artículo de The Economist que califica el panorama de «caos total» -en un país con insólitos niveles de arribismo, donde se suele ponderar en exceso lo que opine la prensa exterior, más aún si es europea- sumadas al cruel asesinato de 9 militares en el Catatumbo, hacen pensar en un diálogo en cuidados intensivos.

Para Petro es importante que Estados Unidos se manifieste en pro del desarme negociado del ELN y, tal como se hizo con las FARC, nombre un enviado especial para acompañar el proceso. Ahora bien, tal como ocurrió durante el mandato de Juan Manuel Santos, solo ocurrirá si Washington tiene alguna certeza de que los diálogos son sólidos. De igual forma, los recursos que pueda aportar son esenciales para garantizar la viabilidad de un eventual postconflicto.

El gobierno dispone de una oportunidad histórica para confrontar a Estados Unidos y poner sobre la mesa la necesidad de un cambio en la estrategia frente al narcotráfico. El momento es inmejorable, pues desde adentro se ejerce presión para modificaciones sustanciales. La legalización del consumo recreativo de marihuana en varios Estados (Alaska, California, Colorado, Maine, Nueva York, Vermont, Virginia y Washington entre otros) hace pensar en que hay un clima para que se reciban propuestas alternativas, más compatibles con el medio ambiente y en proporción al grado de responsabilidad de quieres participan en la compleja cadena de producción y distribución. Nada garantiza que habrá un cambio en el corto plazo, pero Colombia dispone de un espacio para reafirmarse en el principio de «responsabilidad compartida» asumido por todos los gobiernos desde César Gaviria, y solamente suspendido en los ocho años de Uribe y cuatro de Duque.

Finalmente, Venezuela aparece como un tema de relevancia en el que Colombia pretende desempeñar un doble rol. De un lado, comprobar el liderazgo regional como receptor de migrantes, algo que viene acertadamente desde el gobierno anterior y que le ha significado reconocimiento regional e internacional. Y de otro, Petro quiere jugar de bisagra entre Caracas y Washington aprovechado su condición como único interlocutor entre oposición, oficialismo (venezolanos) y Biden. Con este encuentro Petro tiene una oportunidad única y difícilmente repetible para corregir errores, luego de una serie de salidas en falso por Twitter y por las justificadas críticas a nombramientos en el servicio exterior.

 

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