La guerra en Etiopía constituye una de las crisis más graves de los últimos tiempos en el Cuerno Africano, pues no solo pone en riesgo la seguridad del segundo país más poblado del África, sino que tiene el potencial para desestabilizar toda la zona. El panorama desolador se compone del drama humanitario en una región que en el último tiempo ha sufrido el desplazamiento forzado y la violencia generalizada. Asimismo, el conflicto evidencia la tensión entre uno de los territorios más combatientes del Estado etíope, Tigré, y el gobierno central enfocado en mantener el control nacional durante la pandemia. ¿Qué ocasiono esta inquietante escalada?
La guerra tiene una serie de causas estructurales y coyunturales. Entre las primeras está la forma en que se ha venido gestionando el poder desde comienzos de los 90 cuando se derrocara a la junta militar comunista y los dirigentes del Frente Popular de Liberación del Tigré (FPLT), principal partido político de esa zona, hubiesen gozado de enorme influencia en el poder central durante 30 años. Sin embargo, desde 2018 una serie de manifestaciones en contra del gobierno derivó en una reconformación de fuerzas políticas que afectó la capacidad de influencia del FPLT. Esta reestructuración fue liderada por el actual primer ministro Abiy Ahmed Ali. Desde ese entonces, los nombramientos de políticos del Tigré empezaron a disminuir y las principales investigaciones en contra de la corrupción los han afectado. A esto se suma el acuerdo de paz firmado por el premier etíope con su vecina Eritrea y que puso fin a décadas de zozobra y a la posibilidad del retorno de la guerra. Valga recordar que, cuando se llevó a cabo la separación amistosa entre ambas naciones en 1993, no se delimitaron las fronteras por lo que en 1998 se enfrentaron. El acuerdo de paz tampoco fue bien recibido por el FPLT que fue determinante tanto en el derrocamiento de los comunistas a comienzos de los 90, como en la guerra contra el vecino del norte.
En cuanto a los factores de la coyuntura, la pandemia fue el detonante, pues como ha ocurrido en otros casos las autoridades del Tigré anunciaron medidas más estrictas y acusaron al gobierno central de negligencia. La decisión del gobierno etíope de aplazar las elecciones generales previstas para agosto a causa del covid-19 agravó las tensiones previas, y el FPLT no solo ha desconocido el mandato de la administración de Addis Abeba, sino que convocó a las elecciones del parlamento regional desatendiendo los lineamientos del gobierno central. En respuesta, el primer ministro Ali anunció el envío de tropas a la zona del Tigré ante el ataque de una unidad militar perpetrado por el FPL. Estos enfrentamientos han dejado unos 30 mil refugiados, cuya mayoría ha llegado el territorio sudanés. El otro actor clave es Eritrea al que el FPLT acusa de apoyar la ofensiva del gobierno etíope, por lo que algunos de los ataques del FPLT que se reivindican de legítima defensa han tenido como objetivo a su capital, Asmara. Esto último hace temer por un conflicto de dimensiones regionales.
Hace unos 16 años la zona sufría por el genocidio en Darfur, Sudán, denunciado ampliamente y reconocido, incluso, por el entonces gobierno de George W. Bush. Aquella situación desató una de las peores crisis de refugiados en las últimas décadas, con consecuencias aún visibles en la zona. Sin embargo, la comunidad internacional mostró toda su incapacidad para contener la tragedia. Ahora, el recuerdo de millones de personas huyendo de la guerra hace temer por lo peor en el Cuerno Africano donde la inestabilidad en la zona vecina del Sahel, por parte de grupos extremistas islámicos y ahora las reivindicaciones de autonomía subnacionales, hacen pensar en décadas venideras de extrema volatilidad.
@mauricio181212
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