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Hace dos años ocurrió la inesperada caída de Abdelaziz Bouteflika en Argelia, uno de los casos que se consideraba como rezago de la Primavera Árabe ocurrida casi diez años atrás, pero que no había prosperado. Argelia ha encarnado uno de los escenarios más dramáticos durante los noventa en el norte de África, por la guerra civil que dejó un terrible saldo de 200.000 muertes por las disputas entre las fuerzas políticas tradicionales y algunos movimientos islámicos, estos últimos que jamás pudieron gobernar, pese a ganar las elecciones, por el temor de un giro radical que convirtiera al país en una república confesional. Con semejante antecedente histórico, el país transitó hacia una paz frágil pero permanente y cuyo legado fue reivindicado por Abdelaziz Bouteflika.

El hoy expresidente apoyado en dicha transición exitosa gobernó durante cuatro mandatos ininterrumpidos. Sin embargo, cuando se anunció su cuarta relección o quinto mandato, en medio de una crítica situación económica, millones de personas salieron a la calle para conformar el Hirak movimiento que se oponía categóricamente a la continuación de un proyecto cada vez más autoritario y menos legítimo, especialmente respecto de los jóvenes ávidos de reformas y apertura.

Por tercer año consecutivo, Argelia se manifiesta para pedir más reformas y condenar los abusos policiales y una campaña de intimidación respecto de las reivindicaciones del Hirak largamente desoídas por el gobierno de Abdelmadjid Tebboune, elegido a finales de 2019, pero que ha fracasado en la concreción de las reformas y en el abandono de la represión sistemática para callar las manifestaciones suspendidas buena parte de 2020 por la pandemia.

El año pasado, un debilitado Tebboune propuso un proyecto de reforma constitucional a través de una consulta ampliamente boicoteada por varias organizaciones y líderes del Hirak, que lo consideraban carente de participación diversa y representativa. El resultado: solo 23 % de los argelinos votó, la tasa de abstención más alta en lo corrido de su historia. De igual forma, se denuncia que varios de los ministros cercanos a Bouteflika siguen conservando su poder intacto, tal sería el caso del premier Abdelaziz Djerad o de Mohammed Ali Bougazhi. 

Las manifestaciones, cada vez más imponentes, no parecen una conmemoración de la caída de Bouteflika, sino la continuación de los esfuerzos empeñados desde 2019 para lograr una transformación de hondo calado. Ni el enorme dispositivo policial puesto en marcha por las autoridades ni la pandemia ha logrado intimidar a los manifestantes y, en vez de debilitarse, la convocatoria parece tener cada vez más eco. No solamente se observa en Alger, la capital, sino en ciudades como Oran, Constantina, Annaba, Setif, y Bouira. Algunos de los prisioneros políticos insisten en su huelga de hambre lo que, sin duda, tiene un efecto en toda la sociedad que los observa con simpatía. Para varios argelinos, especialmente los más jóvenes que vieron con admiración el levantamiento de su vecina Túnez, una década atrás, se trata de una oportunidad irrepetible para acelerar el ciclo de reformas iniciado en 2019, pero que parece secuestrado por un establecimiento que se niega a abandonar el poder.

@mauricio181212

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