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A comienzos de marzo, el director de orquesta ruso Valeri Guérgiev fue despedido de su cargos itinerantes en la orquesta filarmónica de Munich y Milan por no haber condenado la guerra. Poco tiempo después, el científico ruso Ilnur Nagaev fue acusado de espionaje por la fiscalía alemana cuando desempeñaba su trabajo en un centro universitario.  Los hechos que no fueron analizados en medios dan cuenta de serie de acciones de boicot en contra de la cultura rusa, resultado de las sanciones económicas y los llamados en contra de todo lo que sea originario de ese país. El mundo asiste impasible al traslado de la guerra al campo de los medios de comunicación, la economía, el deporte y la cultura. Se trata de un retroceso, pues Occidente y sobre todo Europa, fundó una paz duradera bajo la premisa de los intercambios, la interdependencia y el desmonte del nacionalismo que causó estragos en la primera mitad del siglo XX.

Como en épocas pasadas, Occidente ha recurrido a la retórica de la satanización de Putin para justificar esta ilógica política discriminatoria. Se han multiplicado las comparaciones del líder ruso con Adolfo Hitler -ver artículo de opinión de Peter Singer publicado por El Tiempo en la edición del 5 de marzo de 2022-. Sin embargo, tal paralelo es tan delirante como la idea de «desnazificar» a Ucrania. Aunque la acción rusa sea del todo condenable, la comparación Putin – Hitler constituye una desproporción que no tiene fundamento. El nacionalsocialismo alemán fue responsable de la tragedia de Babi Yar en Ucrania, escenario de lo que ha sido probablemente la fosa común más grande de la historia y donde fueron asesinadas unas cien mil personas. Solamente entre el 29 y 30 de septiembre de 1941 fueron ejecutados 33.771 judíos. En dicha guerra murieron 27 millones de rusos. A esto se suma el objetivo abyecto perseguido por el nazismo, la exterminación de la población judía y el sometimiento de varias naciones de Europa al III Reich. El paralelo con la guerra actual es absurdo, pues en el caso ruso-ucraniano se trata entre dos pueblos cuyas diferencias han sido instrumentalizaras desde afuera y adentro, sobre todo en las denominaciones «proruso» y «pro-occidente» que son de reciente y artificial acuño. Moscú no busca la eliminación de otro pueblo y su paralelo con el nazismo banaliza la tragedia de la IIGM alejándonos de las escabrosas proporciones que alcanzó. El 15 de marzo de 1939, Checoslovaquia dejó de existir contingentemente, producto de la invasión alemana que pretendía modificar las fronteras de Europa, atacando los acuerdos previos firmados tras la Primera Guerra Guerra y su orden regional subsecuente. Al contrario, el ataque ruso que varios han planteado como una anexión del territorio ucraniano, busca el equilibrio regional pactado en la Posguerra Fría.

En esta furia contra Rusia se ven las mismas tácticas que se usaron en el pasado reciente contra líderes como Saddam Hussein, Slobodan Milosevic y Muammar Gadaffi. Sobre Hussein circuló la versión que se creía la reencarnación de Nabucodonosor, gobernante caldeo responsable de la destrucción del templo judío de Jerusalén. Se trató del mismo a quien el gobierno de Ronald Reagan apoyó con armas en la década de los 80 para contener a Irán. De Milosevic se dijo que se trataba de un Hitler moderno, todo para justificar la intervención de la OTAN en la cuasi extinta Federación Yugoslava en 1999. Días antes del ataque, en el diario El País de España, Timothy Garton hacía el paralelo Milosevic Hitler, tan a la moda por estos días con el dirigente ruso. A Gadaffi, amigo de Occidente y quien también financió su ejercito con apoyo de buena parte de Europa, se le consideró enemigo de la humanidad y como déspota tuvo que ser intervenido. Irak y Libia son Estados fallidos condenados a la guerra civil y en los Balcanes occidentales el nacionalismo sigue causando estragos. La costumbre de revivir a Hitler no es nueva, pero sí riesgosa.

La fobia contra Rusia se alimenta de los boicots que contemplan clausura de cursos dedicados a su literatura, suspensión de su participación en eventos deportivos y las sanciones económicas de efectos indiscriminados. Estas afectarán los 28 millones de rusos bajo el umbral de pobreza sobrevivientes de dos años de dificultades por la pandemia. La expulsión del Mundial de Qatar desnuda la forma como el fútbol se ha convertido en una mafia al servicio de los más poderosos.  ¿Qué sentido tiene trasladar la guerra al deporte? ¿No se supone que el fútbol tiende puentes donde la política ha abierto brechas? Vale recordar que, durante el «clásico por la paz» entre Estados Unidos e Irán en Francia 98, el mundo celebró cómo dos Estados sin relaciones diplomáticas y enemigos declarados se encontraban en un terreno de juego. Igualmente, es extraño que quienes celebran la salida de Rusia del mundial, callen frente al hecho de que se realizará en un país donde la homosexualidad es considerada un delito y han muerto 6.500 migrantes que trabajaban para el evento. 

En casi un mes de guerra, Rusia acabó con su prestigio internacional y Occidente retrocedió como pocas veces en la historia reciente. Alemania volvió al rearme luego de varias décadas de pacifismo y se ha ido abandonado la idea de que el comercio y los intercambios son el mejor camino para la paz, propulsando nacionalismos que venían envalentonados por las derechas europeas. Lo peor, Occidente está dispuesto a esperar mientras Ucrania es destrozada y en Rusia, millones de inocentes pagan las consecuencias de las sanciones y se estigmatiza a una nación que ni decidió ni apoya la guerra. Europa dice estar más unida que nunca, sin embargo tal unidad está fundamentada en el modelo de los llamados euroescépticos : Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia, entre otros. Las naciones más reacias a las migraciones (en Polonia, Eslovaquia y Chequia se han construido muros para aislar gitanos o detener llegada de migrantes), desafiantes frente a los derechos humanos, y entusiastas patrocinadores de la guerra en Irak en 2003.

Cruel paradoja que antes de la guerra, la Unión Europea contemplara sanciones contra Hungría y Polonia por atentados contra la pluralidad y la independencia del poder judicial, respectivamente. Hoy son admiradas combatientes de la libertad. Es la derrota de la humanidad y la victoria de la rusofobia y el nacionalismo.

twitter: @mauricio181212

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