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Pocos personajes en la historia reciente han causado tanta polémica como Fidel Castro, que hoy cumple 87 años de vida. Su vida está llena de paradojas, como el hecho de que Hugo Chávez que representaba el segundo aliento de la Revolución, haya fallecido antes que él, o el haber sobrevivido al fin de la Guerra Fría contra todo pronóstico, o terminar su vida alejado de los medios y con tan poca visibilidad, en contraste de su lucha omnipresente en todo el mundo.

En Cuba los actos de conmemoración se multiplican, y las reflexiones sobre el hecho en América Latina abundan, con justa causa. El legado de Fidel en el continente será siempre objeto de debate. Sin cesar, se le acusará del fomento a las guerrillas en América Latina, o de la supuesta traición a Ernesto Guevara, o de haberse obstinado en comprobar en una pequeña Isla, el experimento comunista que fracasó estrepitosamente en Europa Central y Oriental.

Más allá de eso, la vida de Fidel Castro refleja que la disidencia y el carácter rebelde que marcaron su vida, han sobrevivido con éxito y se han transmitido de generación en generación en la Isla. Aunque parezca inverosímil: a pesar de la caída de la URSS y de los regímenes pro-soviéticos de Europa, Cuba sigue reivindicando el comunismo. En buena medida, por el sentido de flexibilidad impreso a la revolución por Fidel Castro. Aunque dichas transformaciones se lean como pálidas, no se puede desconocer que la Revolución liderada hasta hace poco por Castro, le deja al continente por lo menos tres lecciones;

En primer lugar, si bien la pluralidad es un requisito indispensable para la democracia, sin una dimensión económica difícilmente ésta se materializa y pasa del odioso campo de la retórica al plano real. La deuda social en América Latina sigue siendo injustificable y vergonzosa. En segundo lugar, el fin de la Guerra Fría no significó  ni el fin del socialismo, ni mucho menos de la izquierda. Su razón de ser sigue estando intacta. Lo que sí perdió la legitimidad fue la lucha armada como instrumento político, Fidel Castro lo ha repetido ininterrumpidamente. Y por último, la Revolución cubana muestra con testimonios fieles, que la capacidad del hombre para los cambios es inagotable. Eso sí, para bien y para mal. Valga decir que aún la Revolución no sale de contradicciones, pero sus conquistas son difícilmente delebles.

La Revolución de hoy contrasta con aquella de los 60 que suscitó el apoyo de intelectuales como Sartre, Saramago, García Márquez, Cortazar y Guayasamín, porque ahora dichas euforias, o no se ven, o simplemente no existen. O no por lo menos como antes. Sin embargo, la figura de Fidel Castro perdura y la vigencia de su pensamiento resulta indiscutible, recreando la política, y confirmando que el triunfo del capitalismo sigue siendo rebatible.  

 

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