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Hueles a la miel de las colmenas. Eres el almíbar de las moscas y de las abejas. ¡Cuánto más viajan ellas para regar tus poros con el polen! Solo conoces el mundo por alas ajenas que llevan en sus ojos fotografías de los girasoles y el romero. Vives un cuerpo almibarado, vistes trazos de maple y coronas de flores de todos los colores. De tu corazón de azúcar emanan trazos gruesos y macilentos de dulce. Los cristales de tus ojos y las hendiduras de tu cuerpo se pierden bajo una capa impermeable de miel. ¿De qué color ves el mundo? ¿Será el ámbar lo que acompaña todos los días de tu vida, como si tus ojos quisieran ver un amanecer eterno? El sol nunca termina de llegar al cielo y queda atrapado entre la tierra, cubriendo el mundo de su color por siempre. O quizá mirar como tú, tras la cortina, sea entrever el amarillo oculto en los pétalos de las margaritas y las rosas, las lilas y los jazmines; sea ver ocultas las adonis y los fantasmas amarelos de las agrimonias.

Es tanta la miel que te rodea que no podrás moverte jamás. No hay antídoto para tu sedentarismo. No hay remedio para tu condición, solo vivir de lo que te cuentan las abejas cuando bailan sobre tu panza viscosa. Lo único que se aparta de tu inmensidad son los goterones de miel que caen de tus dedos y de tu papada. La espalda te escurre en cristales de azúcar y la miel sobre tus músculos semeja las gotas de lluvia sobre una pared. En torno a tu trono no crece ni césped, ni tréboles, ni flores. Has ahogado la vida que te engendra todos los días. Entre tus dedos y aún bajo tus nalgas hay abejas atrapadas por avalanchas de almíbar. Son fósiles recientes a quienes no les valió revolotear en tus arenas movedizas. Lentamente acumulas un cementerio. Traes puesto un traje fúnebre amarillo o ámbar con puntos negros. Tu inmenso ajuar se mece con las palabras que describen el movimiento de un vestido en el viento. Adiós a todas esas obreras que te visten de vida.

Convertirías tus brazos en árboles y florecerías tus mejillas si pudieras. Colocarías pétalos sobre tus dientes y granos de polen sobre tu ombligo si pudieras. Preferirías tener la firmeza de la floresta, la textura de las flores y no sus coronas sobre tu cabeza. A veces sueñas que ya no estás cubierto de miel. Entonces, como solo has visto el reflejo de las flores en los ojos de las moscas y sentido el olor de su polen te sueñas como un botón de eneldo o un ramo de romero estirando la mano para alcanzar el tomillo. Facelias con los girasoles y vesas la alfalfa. Zullas hinojos y acaricias las malvas. Luego despiertas. Tu corazón aún mana el dulce de las reinas.

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