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En un reciente desplazamiento, el joven taxista, bastante despierto y enterado, por cierto, me comentaba sobre su voto y aprobación por el actual plan de gobierno.

Al preguntarle sobre la razón de su preferencia, me comentó que le resulta muy atractiva la posibilidad de obtener una pensión sin necesidad de aportar.

Vamos por partes.

A raíz del descalabro financiero del 2008, se preguntaba el economista y periodista Paul Krugman, ganador del premio Nobel de economía en ese año, “¿Por qué fueron tan pocos los economistas que anticiparon la crisis?”, “¿por qué tanta ceguera ante fallas catastróficas en una economía de mercado?”

Su respuesta: “Porque voltearon sus ojos ante las limitaciones de la racionalidad humana. Se enamoraron de una visión idealizada de un mundo donde individuos racionales interactúan en mercados perfectos. Confundieron la realidad con la belleza de sus modelos matemáticos.” “Esa visión romántica los condujo,” explica, a “ignorar todo aquello susceptible de terminar mal.”

En la primera entrega de este blog vimos que por allá en los años setenta le pasaron al profesor y sicólogo Daniel Kahneman -también ganador del premio Nobel en economía en el 2002- un ensayo en el cual aparecían de entrada las suposiciones básicas de la teoría económica clásica: “el agente de la teoría económica es racional, egoísta, y sus gustos no cambian.”

Vimos que el profesor quedó “atónito,” porque hasta ese momento no había estado consciente de las diferencias tan profundas entre su mundo, el de la sicología, y el de los economistas del edificio de al lado. “Las dos disciplinas parecían estudiar dos especies fundamentalmente opuestas.” Este episodio está reseñado en su libro “Pensando, Rápido y Despacio.”

Con su colega y entrañable amigo Amos Tversky inició una colaboración en 1974, publicada en 1979, bajo el nombre de “Prospect Theory.” Básicamente es un modelo alternativo para explicar comportamientos muy comúnmente observados en la práctica, pero inconsistentes con la propuesta de la teoría clásica. Hablamos en esa ocasión sobre los dos sistemas con que contamos para tomar decisiones, sobre heurísticas y sobre atajos mentales.

Un principio fundamental -y el más difundido- detrás de la teoría de Kahneman, es el fenómeno de ‘aversión al riesgo,’ que ilustra cómo los humanos somos particularmente sensibles a las pérdidas. Demostró experimentalmente que estas generan un dolor -entre dos y dos veces y medio más intenso- que el placer producido por una ganancia equivalente. Comprobó que la curva de la función de valor es normalmente cóncava en el rango de las ganancias, convexa en el rango de las pérdidas, costado en el cual resulta mucho más pronunciada

Las implicaciones son mucho más que anecdóticas. Por ejemplo, uno de sus tantos efectos es una menor tolerancia a los activos volátiles, como la renta variable, la cual a la larga tiende a producir rendimientos más altos en periodos suficientemente prolongados.

Sus estudios sobre esta heurística son considerados como la contribución más significante de la sicología a la economía de comportamiento -disciplina que ocupa hoy en día papel preponderante en la mayoría de las grandes universidades del mundo- dado que buena parte de las decenas de anomalías que se han reseñado pueden explicarse como simples extensiones de este fenómeno.

Para Kahneman, estas consideraciones son pasadas por alto en la economía clásica en algunos de sus temas centrales, como por ejemplo en lo referente a la “utilidad esperada,” y a las “curvas de indiferencia.”

La primera asume que, como seres racionales que “indefectiblemente” somos, escogemos siempre la alternativa que nos produce la máxima utilidad, habida cuenta de las respectivas probabilidades de cada una de ellas.

En su forma más simple, la utilidad esperada de la propuesta “cara gano $100, sello no gano nada,” es $50. Pero, de acuerdo con Kahneman, en la vida real la mayoría de la gente se inclina por una alternativa como $46 seguros. Queda claro entonces que en la práctica entran muchas otras consideraciones en juego.

Otro principio fundamental detrás de la teoría es la importancia de los puntos de referencia.

Plantea el caso de dos individuos, cada uno con un capital de $5 millones. De acuerdo con la teoría clásica, deberían estar igual de felices. El problema es que se omite toda referencia al pasado. ¿Acaso pueden estar igual de felices si el día anterior el capital de uno era $1 millón, y el del otro $9 millones?

Relata Kahneman que, para llevar a cabo el proyecto, obtuvieron considerable ayuda de un joven economista, de apellido Thaler, quien en su época de estudiante se divertía diseñando juegos y recopilando ejemplos anecdóticos relacionados con el comportamiento en el acontecer diario. Buscaba identificar situaciones que no se ajustaban a las premisas propuestas por la teoría económica clásica.

Para el profesor Richard Thaler, de la facultad de la ciencia de comportamiento y economía de la Universidad de Chicago, premio Nobel en economía en el 2017, y alguna vez presidente de la Asociación Estadounidense de Economía, esa asimetría en los precios está íntimamente ligada a lo que llamó el “endowment effect.” Se refiere al hecho que solemos asignar un mayor valor a las cosas por el simple hecho de poseerlas, inclusive si carecen de un valor sentimental particular, o si están recién adquiridas. Muy diferente de nuevo a los postulados de la teoría clásica

En uno de tantos experimentos, entregó a la mitad de un grupo de estudiantes unos tazones decorados con el logotipo da la universidad, con la misión de venderlos. Los otros tenían la misión de comprarlos. A diferencia de lo que debe esperarse de acuerdo con la teoría económica clásica, el precio demandado resulta cerca del doble, en promedio, con respecto al ofertado. Además, el número de operaciones es inferior en un 50% con respecto al que debería esperarse.

Para el profesor Thaler -quien considera que de lejos su aporte más importante ha sido en el tema pensional- la incapacidad de ahorrar para el retiro constituye un muy serio problema social, cuyo debate no puede reducirse a consideraciones macroeconómicas.

En efecto, según su colega Shlomo Benartzi, la colaboración de Thaler había generado un crecimiento cercano a $29.600 millones de dólares en ahorros en la década previa a su premiación. No en vano países como el Reino Unido, Dinamarca, Suecia, Australia, Nueva Zelanda y Alemania, entre otros, han involucrado en una u otra forma sus enseñanzas en sus planes pensionales.

En su libro “Misbehaving: The making of behavioral economics,” Thaler explica las razones por las cuales no ahorramos lo suficiente para el retiro. Primero, por inercia. Segundo, por aversión a las pérdidas. Y tercero, por nuestra inclinación a la gratificación inmediata (procrastinamos, “controlamos mejor el futuro que el presente,” suele decir.)

En la economía de comportamiento, la heurística de inercia se refiere a nuestra tendencia natural a aferrarnos al estado presente de cosas, aun al disponer de nueva información, o cuando el entorno ha cambiado. Se origina en la falta de motivación, de conocimiento, o de confianza en las capacidades propias. Cuando se trata de ahorrar para el retiro, escribe el profesor Thaler, a menos que exista la reencarnación, tenemos solo una oportunidad de hacerlo.

Leía por estos días una columna de opinión en Portafolio, donde el autor afirmaba que “No podemos permitir que un relato basado en ilusiones, por más que se repita, se convierta en realidad en nuestro país.”

Tiene toda la razón.

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PERFIL
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Graduado del Liceo Francés de Bogotá, donde se empeñaron en inculcarnos un pensamiento lógico. Ingeniero Industrial de la Universidad de los Andes, MBA de la Universidad de Stanford. Exprofesor en la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes, empresario independiente como socio y gerente general de las firmas comercializadoras "Socodi" y "Argenti." Asesor en inversiones internacionales, columnista sobre temas financieros y conferencista.

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