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Es una película cubana que ilustra el poder destructor que tuvo una idea sobre un grupo de jóvenes. La historia se centra en Eunice, una joven que huye de su padre porque abusa sexualmente de ella. Mientras busca un lugar para vivir se encuentra con un grupo de rockeros que se dirige a otra ciudad para asistir a un concierto. Les roban, se angustian, no saben qué hacer. Y luego, lo típico: la protagonista y Alejandro, uno de los integrantes del grupo, se enamoran.

Reconozco que es desconcertante que una chica que ha sido violentada por la persona que debía velar por su seguridad, o sea su padre, termine entregándose tan pronto a un desconocido, en la vida real no suele ser así. Aunque, por supuesto, todas las mujeres tienen el derecho inquebrantable de ser amadas; así como el deber sagrado de amar cuando se dé la ocasión.

Lo siento. Volvamos con la trama que ahora se torna un tanto salvaje. En el largometraje, enmarcado en los años 90’s, se muestra cómo el gobierno había creado las UMAP (Unidades Militares de Apoyo a la Producción) cuyo propósito era corregir a los sujetos que no encajaban dentro de su molde totalitario: cristianos, homosexuales, testigos de Jehová, brujos, jóvenes sin vinculación laboral y los desafectos al socialismo. Ese era el sitio donde debía estar la escoria como los llamaban para deshumanizarlos. El grupo de jóvenes sale airoso del arresto. Pero es cuestión de tiempo de que los delaten y vayan a parar en los campos cortando caña o plantado papas. En ese lapso de tiempo Milena, una joven infectada de SIDA, un virus desconocido, se les suma. Ella, entusiasmada por las atenciones que ofrecían a los contagiados en los sanatorios, un techo, una cama, comida, salud, intenta convencerlos de que es la única manera de permanecer a salvo. Cada uno del grupo toma su decisión. Eunice se marcha y Alejandro, quien fue uno de los entusiastas, contrae la mortal enfermedad.

No les voy a contar el desenlace por si se aventuran a verla. Les advierto que la película es traumática e injustificadamente morbosa. Aunque en su momento recibió aplausos y algún que otro reconocimiento. Pero, entonces, ¿por qué tomarla como punto de partida? ¿Qué puede decirnos la ficción sobre la realidad? ¿Cuál es la conexión? La respuesta es sencilla, más no simple. Ideas. Las ideas son poderosas. Te pueden hacer millonario como sucedió con los creadores de Rappi. O te pueden llevar a la cárcel como sucedió con Garavito. Detrás de cada decisión hay muchísimas, a veces, demasiado pequeñas como para percatarse. En ese aspecto la sentencia del filósofo y escritor Richard Weaver no puede ser más pertinente: las ideas (siempre) tienen consecuencias. Toda la trama descansa sobre una idea: el sida es un boleto al paraíso. La película lo ilustra a la perfección.

No pretendo culpar a los jóvenes de que la ciencia no dispusiera de suficiente información; ni pienso recriminar la premura con que actuaron, la conclusión es evidente: su decisión fue tan mala como su idea.

No sabría cómo nombrar eso que los condujo a infectarse con el sida, que es lo mismo que conduce a nuestros jóvenes a contagiarse con el virus altamente infeccioso de la mentira y la superficialidad.

Cada día, delante de nosotros, reaparece una Milena, ansiosa de ser acompañada al paraíso para lo que emplea toda suerte de ideas metafóricas y encantadoras (Esto me recuerda a las benditas elucubraciones del socialismo). Promete comodidad, o mejor, para usar su lenguaje, promete comida, techo, cama y hasta paz a cambio de confianza. Y puede que no nos percatemos a tiempo de la sutileza contenida en esa idea: dar todo, vida, fuerza, voluntad, pensamiento, a cambio de muy poco. Y aunque es grave caer en este artificio, lo peor es no contemplar la posibilidad de que lo que Milena considera un boleto al paraíso sea en realidad una habitación en el infierno.

Por Lázaro del Valle

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