¿Has intentado no hacer nada?, es más difícil de lo que te imaginas. La nuestra es una época multitasking, somos una muchedumbre de personas siempre activas. Hace unos días mis suegros se llevaron a mi hijo de dos años para pasar todo el día con él. Si eres madre, sabrás lo que eso significa. Tu mente hace un cálculo ilusorio de todas las cosas que podrías hacer en esas ocho horas: el aseo de la casa, compras pendientes, lavarte el cabello, llamar a tu familia, responder mensajes pospuestos por semanas y de meses o, en mi caso, se suma ponerme al día con la universidad y practicar un nuevo idioma. A veces no sé si prefiero tener un día libre, ya que la ansiedad me sobrecoge al querer aprovechar al máximo cada segundo “libre”. Sin embargo, esa tarde recordé algunas lecturas que estuve haciendo sobre la importancia del ocio y entonces me puse a prueba. Faltaba una hora para que mi hijo llegara, el tiempo me había alcanzado apenas para terminar mis tareas de la universidad, así que me senté en el sillón con la vista al ventanal de mi casa y no hice nada.
Por primera vez en mucho tiempo percibí en mi alma algo como una corriente tempestuosa, aguas agitadas que representaban mi angustia, había tanto que podía hacer y sin embargo, yo había decidido no hacer nada. La resistencia de mi ser a la quietud me expuso a la conciencia de una esclavitud que padecía y que hasta el momento ignoraba.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Ha expone la enfermedad que padece nuestra sociedad actual en su libro La sociedad del cansancio. Argumenta que ya no vivimos en una época “disciplinaria” en la que el trabajo y las ocupaciones son un deber, ahora vivimos en los tiempos del “poder”; ya no somos explotados por un “otro”, pues ahora el sujeto se constituye en víctima y verdugo.
Nuestra generación está saturada de positividad, trabajamos para lograr ser aquello que soñamos y tener todo lo que deseamos, nos explotamos a nosotros mismos para ser ese “yo” sublime que a la vez no podemos definir ni enmarcar en una oración. Estamos colmados de tareas, trabajos, el gimnasio, la necesidad de aprender nuevas habilidades, viajes o compromisos sociales y cuando llegamos a nuestros hogares completamente extenuados, dirigimos nuestra atención a un mundo virtual que nunca duerme. Respondemos mensajes, reaccionamos a las últimas publicaciones narcisistas de nuestros amigos y subimos las nuestras, para luego consumir nuestras horas de “descanso” en una serie de Netflix.
Me pregunto si esa “libertad” que nos obliga a ser el “yo” ideal no es otra cosa que la expresión de un nuevo tipo de barbarie que nos deshumaniza. La violencia sistémica inherente a la sociedad del rendimiento es la que causa los infartos psíquicos. Lo que causa la depresión por agotamiento no es el imperativo de pertenecer sólo a sí mismo, sino la presión para rendir… La sociedad del rendimiento genera deprimidos y fracasados.
La OMS estima que cada año se pierden 12.000 millones de días de trabajo debido a la depresión y la ansiedad, lo que cuesta a la economía mundial casi un billón de dólares. Como escribiría Nietzsche, somos una rueda que gira con la necedad del mecanicismo, el incesante activismo nos hace incapaces de discernir y reflexionar. En los tiempos de agitación, no hacer nada es un acto de resistencia.
Con el pasar de los minutos, la tormenta en mi interior poco a poco encontraba la calma, las aguas mansas se unían en un mismo espíritu con los árboles que danzaban al compás del viento y a la paciencia de las pequeñas gotas de lluvia que se deslizaban por la ventana. Fue entonces cuando comprendí, aunque muy pobremente, lo que los antiguos escribieron, que el amor por la sabiduría nace del asombro. Sentada en mi letargo, recordé que las cosas esenciales de la vida se mantienen inconmovibles, guardan silencio y esperan ser redescubiertas. No hacer nada no es sinónimo de pereza ni la práctica de la vacuidad oriental, es enmudecer la preocupación por el éxito o el fracaso de la actividad y así dirigir el alma a su objeto infinito y descubrir el inabarcable horizonte de la realidad; es aproximarnos a la Verdad y la Belleza que nos libera y, con su luz, ordenar nuestras vidas hacia aquella vida buena y abundante. No olvidemos que fue María, sentada a los pies de Jesús, quien recibió alabanza, mientras su hermana afanada y turbada con muchas cosas perdió la mejor parte. No es la vida activa, sino la vida contemplativa la que convierte al hombre en lo que debe ser.
Si por casualidad te identificas conmigo, si llevas la carga del agotamiento en tus espaldas, si la depresión y el sentimiento de fracaso te visitan de vez en cuando, quiero invitarte a hacer algo revolucionario. Apaga tu celular, desconecta las voces de tus ocupaciones, ve a tu lugar favorito y disfruta de no hacer nada.
Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?.
Jesús – Mateo 16:26
Por: Perla Murillo
Bibliografía:
La sociedad del cansancio – Byung Chul-Han
Una teoría de la fiesta – Josef Pieper
Mateo 10:38-42
Correo: jucumcartagenablog@gmail.com
Instagram: @colectivohuesosvivos
Estimada Perla: ¡qué buen artículo, felicitaciones! Como pensionado que soy, y gracias a que practico a diario esa desconexión de la que hablas, me he convertido en un experto en «hacer nada» un par de horas al día, lo cual ha sido interpretado por familiares y amigos como vagancia, pereza y nula productividad. ¿Productividad? Después de más de 50 años de trabajo continuo y siguen esperando más productividad ($$$) de mi parte. Lo que ignoran mis críticos, es que mi productividad se ha enfocado en la cultura, en la música, en la astronomía, en la espiritualidad y en tratar de entender sin afanes, los grandes misterios de la vida. Por fin entendí el real significado de la palabra «libertad». Muchas gracias y feliz desconexión.
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