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El día que cumplió años una de mis amigas más cercanas, nos reunimos en su casa para celebrar y tener una tarde de “chicas”. Al final del encuentro dirigimos algunas palabras de aprecio para la cumpleañera. Cuando llegó el turno de la invitada más joven, le dedicó conmovedores elogios por su inteligencia cuando estudiaban juntas, y por la determinación que tuvo cuando emprendió una microempresa de chocolate artesanal. No obstante, la lamentación que continuó a su elocución, me dejó perpleja. Con gestos realmente dramáticos le manifestó que le había entristecido mucho que mi amiga hubiera decidido renunciar a su emprendimiento para dedicarse a la crianza de su hijo. 

La verdad es que esta manera de pensar no debió haberme sorprendido, en las redes sociales y los portales virtuales abundan las historias de mujeres que lamentan el día que abandonaron sus trabajos y su estilo de vida para ser madres o de aquellas que han jurado nunca serlo. Hoy día se celebra a la mujer o al hombre que consagra su vida al trabajo y al placer y se reniega de aquellos que la entregan al cuidado amoroso de sus hijos. Y es que la familia es enemiga de nuestra época en tanto que no está al servicio de una causa política ni se orienta al placer personal, lejos de recordar que la familia es un bien en sí mismo, y de ella brota naturalmente la salud de la sociedad. 

Primeramente debo decir que la familia es la institución que reproduce el amor por la humanidad. Un hombre y una mujer se unen en matrimonio y dan a luz a un nuevo ser humano, al cual protegen y nutren por medio de innumerables sacrificios. ¿Por qué lo hacemos? ¿Qué recibimos a cambio? Un día nuestros pequeños se irán de casa en busca de su propio destino y a nosotros solo nos quedará su recuerdo cicatrizado en nuestra alma y en nuestro cuerpo. Sin embargo, nos sentimos orgullosos y complacidos, al saber que le hemos dado forma a un hombre o a una mujer. Esta satisfacción brota de la creencia de que la humanidad es un bien que debe ser mantenido y conservado sobre la tierra. Esta actitud ante la realidad es contraria a lo que Josef Pieper llamaría “la huelga de los espíritus”. Según el filósofo alemán, abundan en nuestros días diferentes expresiones filosóficas o literarias, escultóricas o musicales, que niegan al mundo y fomentan su asco a esta absurda existencia”. Este movimiento podemos verlo, por ejemplo,  en las campañas ecologistas que presentan a la humanidad como una plaga destructora o en las políticas estatales y transnacionales que pretenden controlar la natalidad como solución al “caos” que padece la sociedad. Me pregunto entonces, ¿cómo puede la ética florecer cuando su objeto de acción es negado?  Es la familia la raíz de la ética en tanto que ella afirma la vida, la bondad del ser divinamente garantizada, inalcanzable por ningún poder destructor. (1)

Por otro lado, la procreación de hijos no depende de un vínculo matrimonial estable y duradero, de ahí que la naturaleza del matrimonio no tiende sólo a la generación, sino también a su conducción y promoción hasta el estado perfecto del hombre, en cuanto hombre, que es el estado de virtud” (2). En concordancia con Aristóteles, la familia está al servicio de la felicidad de los hijos, la cual no consiste solamente en la satisfacción de las necesidades físicas o el consentimiento de los deseos por estos demandados, sino en que puedan cumplir el fin y la función de su ser (ergon), que en el caso del ser humano, es la vida ordenada al Bien Supremo dirigida por la razón dentro de la comunidad. 

La familia cumple una función educadora en su seno, los hijos aprenden a ejercitar la prudencia, cumplen deberes y son corregidos cuando se comportan indebidamente. Además, la familia posee una peculiaridad de la que carecen otras instituciones educativas artificiales. En ninguna otra institución el amor natural opera como agente y bajo su dictado, los seres humanos aprendemos a actuar correctamente, no solo porque la norma es justa, sino también por amor a nuestro prójimo; así pues, la relación de justicia es trascendida para tornarse en un vínculo de amor al servicio del bienestar comunal. Tomas de Aquino en su libro Comentario a las sentencias de Pedro Lombardo, sostiene que una sociedad que debilita el poder y la influencia de la familia, perjudica la maduración de las personas, el cultivo de los valores comunitarios y el desarrollo ético de las ciudades y de los pueblos (3). El vicio y el egoísmo avanza cuando la familia decae.

Vivimos en los tiempos del activismo social, las juventudes se lanzan a las calles para exigir cada vez más derechos. Por su parte, la retórica política se centra en la promesa de dichos reclamos, pero no en la demanda de deberes ciudadanos. El hedonismo y el individualismo oscurecen la posibilidad de la gestación de una ética común que nos oriente a la buena vida. Parece que hemos olvidado lo que Sócrates nos legó a través de la Apología de Platón, al afirmar que “la virtud no viene de las riquezas, sino al revés… las riquezas y el resto de bienes y la categoría de una persona vienen de la virtud, que es la fuente de bienestar para uno mismo y para el bien público” (4). Tendríamos entonces que volver nuestra mirada al hogar, y redescubrir allí el secreto de la felicidad política. 

Finalmente, la familia es un baluarte de la libertad. No solo porque en ella se conserva la verdad y la tradición, sino también porque cada familia es una subcultura dentro de la cultura. Cada familia es una pequeña comunidad política, cuyos miembros están unidos por el amor filial. Cualquier Estado político encuentra en su puerta un límite que debe respetar y temer. Un individuo fragmentado de sus lazos familiares, está expuesto a la alienación ideológica, al consumismo y a la explotación laboral. No ha de extrañarnos los motivos que llevaron a los gobiernos totalitarios de izquierda, ya sea en Rusia o en China, a intervenir y legislar la vida familiar y exigir el derecho de crianza y formación de la prole. 

Sin duda, las palabras que componen este ensayo no agotan las bondades que emanan de la vida familiar. La Biblia nos revela que la familia es el reflejo de la Trinidad, en ella el mundo ha de contemplar el amor y la verdad de la comunión de nuestro Padre, con el Hijo y el Espíritu Santo. El hecho de que los casos de familias disfuncionales abunden no niegan su valor, todo lo contrario, nos expone la urgencia de una reforma y la necesidad de que las nuevas familias cumplan con sus fines. 

No sé a ti, pero me aterroriza pensar en las consecuencias de vivir en una sociedad gobernada por la frialdad del egoísmo. Ciertamente  la familia demanda un precio muy alto, pero lo que allí crece es algo que ni el dinero, los honores, ni ningún tipo de placer nos podría conceder: la perfección de la humanidad, la alabanza del amor y la libertad para ser lo que debemos ser; es sin duda alguna, un emprendimiento más poderoso y fructífero que la producción de un buen chocolate.

Por: Perla Murillo

Citas:

  1. Pieper, J. P. (2023). Una teoría de la fiesta (Tercera edición) [Digital]. EDICIONES RIALP, S.A.
  2. Tomás de Aquino, Super Sent. IV, d.26, q.1, a.1 in c
  3. Francisco, Amoris Laetitia, n.52
  4. Platón. (2019). El Sócrates de Platón: Apología de Sócrates, Critón [Digital]. En Platón Diálogo I (Vol. 1, p. 60). Gredos. https://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=775118

 

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