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Fotografía tomada de Pixabay

Fotografía tomada de Pixabay

Uno de los principales ídolos de la iglesia colombiana es el Estado. Vemos en el Estado un proveedor, un padre, un dios que tiene como responsabilidad darnos todo lo que necesitamos, salvarnos en tiempo de calamidad, responder a nuestras angustias, resolver nuestros problemas, alimentar a nuestras familias, educar a nuestros hijos, cuidar nuestra salud, mostrarnos el camino que debemos seguir, decirnos que está bien y que está mal, etc.

Cuando nos hablan de ídolos desde un punto de vista religioso pensamos en estatuas de madera o de hierro, o en grabados, como los ejemplos que se mencionan en los Salmos. En nuestro mundo moderno, aunque ya no sean tan comunes esta clase de ídolos, que son muy fáciles de identificar, tenemos otros que son mucho más abstractos. Un ídolo es todo aquello en lo que ponemos nuestra confianza y salvación, en donde ponemos nuestra última esperanza, aquello a lo que acudimos en tiempos de necesidad y desesperación.

¿Nos hemos amoldado como iglesia a los ídolos de nuestra nación? ¿Nos hemos conformado a este dios tan colombiano? Desde la izquierda, pasando por el centro, hasta la derecha, vemos como el dios Estado es aquel ser último, al cual gran parte de nuestras leyes y políticas van dirigidas; cómo el dios Estado es aquel salvador, aquel ser supremo que tiene la responsabilidad de resolver todos nuestros problemas personales y colectivos.

¿Hay pobres en la calle? ¡Dios Estado, por favor, dales de comer! ¿Hay niños sin educación? ¡Dios Estado, por favor, muéstrales el camino! ¿Hay personas enfermas y necesitadas de medicina? ¡Dios Estado, por favor, sánalos! ¿Hay desempleo y falta de oportunidades? ¡Dios Estado, por favor, danos algo para hacer! 

En esta realidad distorsionada en donde el Estado es dios, el individuo es un ser impotente e indefenso, carente de responsabilidades personales y colectivas, incapaz de cualquier cosa. El Estado es el responsable, el que tiene el control remoto y el individuo, bueno, el individuo está muy bien, gracias. Hemos puesto nuestra confianza en un dios falso, en un dios que no tiene el poder necesario para hacer todo lo que le exigimos.

Hemos visto que, en las últimas semanas, como sucede en una procesión de Semana Santa, muchas personas han salido a las calles a exigirle al dios Estado una solución para sus problemas. Perdónenme que se los diga, pero sus ruegos no serán escuchados, porque el dios al que claman tiene ojos, pero no ve, tiene oídos, pero no escucha, y tampoco hay aliento en su boca. Le están rogando a un dios inexistente.

¿Acudiremos a los hombres en tiempos de confusión? En tiempos en donde el posmodernismo es tan común, en donde cada uno tiene su propia verdad, lo más sabio es acudir al texto que le ha dado vida y forma a la sociedad occidental: La Biblia. Al escribir el Pentateuco Moisés no solo deseaba que estos fueran escritos para la devoción espiritual y personal, para la vida interna y el crecimiento individual, en el Pentateuco también tenemos instrucciones sobre cómo construir sociedades y naciones, principios para ser aplicados en la economía, en el sistema judicial, para crear leyes justas, para el gobierno y la educación, principios que no solo guiarán a individuos, sino a grupos humanos con una visión en común, principios que convirtieron a una multitud desorganizada de esclavos en una nación independiente, justa y próspera.

En la Biblia están establecidas las responsabilidades concretas del Estado. En el pentateuco Jehová es el único Dios y el Gobierno Civil es una institución establecida por él (Génesis 9:5-6). Las principales responsabilidades del Estado son servir a la población haciendo justicia, ofreciendo un juicio justo e imparcial (Deut 1:16-17, Rom 13:1-6), castigando al malhechor y de esta forma proteger al inocente, protegiendo así su vida, su propiedad y su libertad. Vemos también que el Estado tiene un límite y no tiene el control absoluto sobre la sociedad (Deut 1:9-12, Exd 18:13-26, Mat 22:15-22).

Exigimos, exigimos y exigimos al Estado tomar responsabilidades (que no le corresponden), pero ¿dónde están las responsabilidades del individuo, la familia, las asociaciones voluntarias, las iniciativas privadas, la sociedad civil, la iglesia?

Cristianismo estatista, esto es lo que realmente estamos practicando mientras sigamos adorando a este ídolo, y no al verdadero Dios. Pero como Dios ha demostrado una y otra vez a lo largo de la historia, él puede extender su gracia y misericordia sobre nosotros si nos arrepentimos y reconocemos la centralidad de su Palabra. Si hacemos esto, ¿por qué no? Una nueva Reforma (protestante) es posible.

Por: Juan Ruiz

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