Esta mañana al mirarme al espejo tuve la extraña sensación de verme más bajito que de costumbre. Intenté buscar en la pared del baño si aún quedaba algún rastro de las marcas de lápiz con las que mi mamá referenciaba mi crecimiento en la época del colegio para esclarecer mi sospecha, pero no tuve suerte.
Cuando quise recurrir a mi cédula para corroborar mi estatura, recordé que el dato no era de fiar, pues en esa ocasión un funcionario de la Registraduría me mandó a pararme al lado de una puerta y al ojo y sin ningún tipo de referencia me dijo: «de bacán te voy a poner 1.70.»
Aunque los científicos coinciden en que está comprobado que a partir de los 40 años el cuerpo humano comienza a encogerse, me aterroricé con solo pensar que yo podría ser un caso prematuro.
A pesar de que puede que no sea muy alto y siempre he estado conforme con mi estatura, no podía darme el lujo de comenzar a perder unos centímetros de buenas a primeras. Entonces le expresé mi inquietud a mi esposa, quien me dijo que mi problema era psicológico, y tal vez tenga razón.
Pues mientras la globalización y el auge de las comunicaciones han contribuido a achicar las distancias dentro del planeta tierra, los descubrimientos científicos nos revelan que la tierra a duras penas representa un punto insignificante dentro de una galaxia. Y podemos entrar en depresión si encima consideramos que nuestro paso por este microcosmos representa apenas unos instantes en comparación con los pocos años que han pasado y los miles de años que están por venir. Mientras tanto, paradójicamente cuando nos sentamos en una mesa con nuestras personas más cercanas, estamos incomunicados entre nosotros, pues vivimos tan conectados a la aldea global que vivimos desconectados de la cena familiar. Tan cerca pero tan lejos.
Con cada nuevo estudio, podemos dimensionar mejor lo minúsculo que somos, y es apenas normal, pues ¿quién no se siente insignificante al pensar que el planeta tierra es apenas uno más de 17.000 planetas similares que existen en la vía láctea según lo acaba de revelar la misión Kepler de la Nasa? Y aunque parezca mentira, para que una nave espacial llegue a Proxima Centauri la estrella más cercana que sin problema se puede divisar desde la ventana de la casa, tendría que recorrer 24 trillones de millas y tardaría 17.000 años.
En tiempos en que ya el hombre está a punto de poner el primer pie en Marte y que ya se están diseñando biósferas espaciales para astronautas que deben sobrevivir y reproducirse por generaciones para que puedan conquistar nuevos sistemas solares, es apenas natural sentir que el mundo es apenas un hilito del pañuelo.
Tal vez nunca podremos saber nuestro verdadero lugar en el Universo, o tal vez la respuesta la tuvo hace 1.600 años Hipatía, la matemática, filósofa y astrónoma de la Biblioteca de Alejandría que acuciosamente estudió los planetas, pero los fragmentos de sus estudios se hicieron cenizas cuando quemaron la biblioteca hace muchos siglos y hace muchos siglos esas cenizas se las llevó el viento.
Alfredo Carbonell (Barranquilla, 1981) estudió Derecho en la Universidad de los Andes y luego una especialización en Derecho de las telecomunicaciones en la Universidad del Rosario. Hizo un curso de Relato Breve en la Escuela de letras de Madrid. Trabajó en el Ministerio del Interior y ahora trabaja en la Alcaldía de Barranquilla coordinando proyectos sociales.
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