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“No siento superioridad intelectual porque me haya liberado del pensamiento religioso. Es lo contrario: me siento más débil, más frágil, más solo. (…) En cambio, veo a los que sí tienen fe y hay algo poderoso y poético en ellos, en sus oraciones, en sus rezos, en sus retirados diálogos con sus dioses. Yo carezco de esa fortaleza, voy por la vida sin esos escudos”

 Mario Mendoza, ‘El Libro de las revelaciones’

Concuerdo con cada palabra de Mario Mendoza en su más reciente libro. Es más, yo le agregaría que la deriva es peor cuando lo que tienes es una ‘fe tibia’, como es mi caso. ¿Por qué? Porque nunca estás en la orilla, nunca tienes puerto, te la pasas en medio de una deriva sosa que crece cuando enfrentas dificultades como las que vivimos desde mediados de este año.

Por eso es que un día te levantas creyendo que la enfermedad de Anto es un apocalíptico castigo divino provocado por un mal comportamiento, un error o un pecado. Pero entonces al otro abres los ojos con ‘delirios medio místicos’ y crees ver en todo señales divinas que te anticipan un milagro que nunca llega. Y entonces regresa la rabia. Y tras la rabia, la culpa. Y la espera del ‘castigo’.

Espero, querido lector, que entienda que esa imagen de un Dios castigador al que hay que temerle no es invención mía. Me la metieron en algunas iglesias y colegios desde muy pequeño. Y seguro que a muchos de quienes siguen estas líneas les pasa lo mismo. Espiritualmente, los de nuestra generación estamos montados en un péndulo: Dios bueno hoy, Dios vengativo mañana.

Pero, cosa curiosa, este camino complejo de la AIJ me ha permitido salirme de eso y me ha mostrado otro tipo de espiritualidad: la que surge de los pequeños actos de amor inesperados y muchas veces silenciosos:

– Mi mamá, creyente fiel, levantándose cada mañana, antes de salir el sol, a hacer una oración de sanación.

– Un amigo, más ateo que devoto, que recorre el camino de Santiago de Compostela en España y te trae una medalla del apóstol, exclusiva para Anto.

– Una amiga que detiene su viaje turístico para pasar por el santuario de las Lajas (en Nariño), comprar un rosario y buscar durante horas al obispo para que lo bendiga.

– Una amiga familiar de toda la vida, a la que no veía hace muchos años, que ahora dedica todas las mañanas de los viernes a relajar a Anto, no solo con masajes sino con el sonido increíble y penetrante de un cuenco fabricado por monjes tibetanos.

– O una tía amorosa que escondió en la almohada de la clínica una pequeña virgencita de fieltro.

No sé ustedes, pero ahí, en cada pequeño acto de estos, quiero creer que está Dios, manifestado como la energía vital capaz de sacar los mejor de nuestro corazón por pura generosidad y deseo de apoyo.

Ya sabemos que este mal se va a vencer a punta de trabajo y disciplina. Porque milagro es la ciencia, que pudo crear la medicina capaz de combatir estas enfermedades. Milagro es tener familia y amigos, que, con sinceridad y cariño, te envían a cada minuto cargas gigantes de energía positiva y afecto. Y milagro, el mayor de todos, es  ver como cada mañana, gracias al trabajo, combinado con el afecto y amor que ustedes nos envían, Antonia recupera su salud, su energía y su alegría.


Música para una enfermedad que jamás derrotó el alma

De los varios mensajes, correos y comentarios que hemos recibido hay uno que me encanta y que llevo en la cabeza siempre. Se trata de una respuesta a una de las primeras entradas de este blog, titulado ‘Nuestra banda sonora y la palabra más linda’

La escribió un lector llamado Gustavo Romero y quiero compartirla con ustedes. Pero no solo el texto, sino la música. Porque son ritmos que, detrás del dolor que vivió Gustavo, evocan un amor constante que ya le ganó a la muerte. Estas son sus líneas:

«Viendo el vaso medio lleno, lo más grave sería que estuviera enferma el alma. Soy viudo, luego que mi señora sufriera una enfermedad que jamás llegó a su alma. Le comparto nuestra banda sonora, que siempre incluyó, al menos, estos temas que concordaban con nuestro espíritu:

– Ámame, del Gran Combo de Puerto Rico 

– Son para un Sonero, del conjunto Son 14

– Convergencia, en la versión de Pete el Conde Rodríguez

Y nuestro himno:  Que me importa, Interpretado por Pellín Rodríguez con el Gran Combo de Puerto Rico».

¡Gracias, Gustavo!


Nos vemos el viernes…

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