La serie de Netflix «Vivir 100 años: Los Secretos de las Zonas Azules» arroja luces sobre las áreas del mundo que se destacan por tener una alta concentración de centenarios como Okinawa (Japón), Cerdeña (Italia), Nicoya (Costa Rica), Icaria (Grecia) y Loma Linda (California), allí la longevidad es más que una simple estadística. La serie se adentra en estas comunidades y explora sus hábitos de vida, dieta, conexiones sociales y otros aspectos que parecen desempeñar un papel en la longevidad y salud de sus habitantes.
Luego de tomar apuntes sobre esos secretos para intentar incorporar hábitos más saludables en mi estilo de vida, me pregunté, para qué quiero vivir más. El miedo a la muerte ha hecho de alargar la vida una obsesión.
El Índice de Desarrollo Humano, integra la expectativa de vida al nacer como parte de su cálculo, junto con la escolaridad y el ingreso familiar per cápita. Esto refleja la valoración de que una mayor longevidad es un indicativo de una mejor calidad de vida y desarrollo. Así pues, para subir el IDH algunos gobiernos, apoyados en la comunidad médica científica, han logrado que la gente viva más tiempo. Sin embargo, ahora el envejecimiento de la población es un desafío creciente en diversas partes del mundo, plantea problemas económicos, sociales y demandas adicionales de atención médica, seguridad social y servicios de cuidado a largo plazo. Tiene impacto en la fuerza laboral y la sostenibilidad de los sistemas de pensiones, en una sociedad que en lugar de valorar y poner en el centro a nuestros adultos mayores como fuente de saber y de experiencia incomparable, los desplaza, o en algunos casos la precariedad de su salud, los limita. La medición entonces además de la extensión de la vida debería incluir la calidad de la misma.
El ex ministro Alejandro Gaviria, en su podcast con Ricardo Silva «Tercera Vuelta,» se preguntaba hace poco que desde cuándo el propósito de un ser humano es vivir más, es más importante encontrar significado y placer en la existencia. Esta perspectiva invita a cuestionar si la longevidad en sí misma es un objetivo válido.
¿Para qué vivimos?¿Para qué queremos una vida más larga? ¿Tienes definido un propósito que requiere de ese tiempo extra? ¿Deseas vivir más de 100 años? Más allá de respuestas vanidosas o temerosas, se requiere de la valentía de afrontar que como sociedad no hemos dispuesto escenarios apropiados que justifiquen una vida más allá de los cien, he visto muchos adultos mayores que luego de sentir que han cumplido con su misión, se sientan simplemente a esperar una muerte demorada, porque no hay nada ni nadie que valorice su tiempo, ni su presencia.
Sería oportuno entender la muerte como parte de la vida para cuestionar con mayor objetividad por qué deseamos vivir más. La búsqueda de la longevidad debe acompañarse de la construcción de una vida significativa y de una comprensión más profunda de la muerte.
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