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Una ilusión puede ser azul e irse a lo más alto del cielo. Entre nubes, puede convertirse en pájaro y llegar a donde desee. Debe afrontar obstáculos, sí, pero una ilusión, puede transformarse y dibujarse en los labios, o en los ojos, y no se ocultará en el rostro de quien la ha transformado en hecho.

Una mano que teje, y una mente que logra lo que se propone. Una consciencia que mira la naturaleza como la creación más perfecta, no hay mejor musa, y cree en el arte como manifestación de un sentido superior, al que le atraviesa el dolor con la misma ferocidad que el amor. Una cinta, que se enhebra en sedas y linos, y que enlaza a familias que posibilitan creación, exportación, belleza y un orgullo que se convierte en sonrisas o en aplausos, o en algo más útil como la inspiración a otros, para que la cadena transformadora que nos eleva, crezca y abrace nuevas oportunidades. Todo esto sucede en un lugar que tiene más de 20 años, y del que dice su dueña, no era visto, porque la aglomeración de los vendedores ambulantes y estacionarios, ocultaban su pequeña fachada.

***

Unas piernas y una espalda, que son la fuerza de un sustento. Una carretilla que arrastra el vestigio de un tiempo antiguo, o de caminos polvorientos, o la ausencia de motores, o de una sociedad que crece en medio de muchísima desigualdad. Esa fuerza descamisada, con machete en mano para un sonsonete que anunciaba su paso por el frente de la casa, para avisar a las “patronas” que salieran a comprar la vitualla del almuerzo. Después vendieron cachivaches, y luego mercancía china y muchos chécheres inservibles inundaron los andenes de negocios que llamamos, agáchates. Pero de esas piernas, ya hay una generación egresada de la universidad, pudiendo colgar la carretilla o pasarla a ese grupo que también quiere salir del barro. La calle ya no es suya, ha sido “recuperada” y la oportunidad hay que buscarla en otra parte.

Dos caras de una misma moneda, o de una misma calle, pero no de la calle de la Moneda, aunque podría repetirse allí la misma historia. Esta es la Primera de Badillo, que albergó almacenes insignias de la ciudad y el país, así como numerosos agáchates y carretillas, donde hoy se imponen cadenas internacionales que nos recuerdan que como en la jungla, impera la ley del más fuerte, la moneda fuerte.

En esta selva de cemento, hay muchas observaciones que hacer e historias por contar. En la Primera de Badillo permanece estoica la boutique de una mujer colombiana que ha llevado su talento al exterior, invitada por la OEA y a pasarelas internaciones en Ecuador y Estados Unidos, Martha de Royet encanta con sus creaciones a residentes y extranjeros. Viste la ilusión de azul y la adorna con nubes, para que, cualquiera que sea la situación, siempre haya la posibilidad de ver oportunidades, como en una carretilla en desuso o como en una cinta que se convierte en una creación inspirada en la naturaleza y que enlaza a familias que usan sus manos para tejer y forjar sus sueños.

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