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En diciembre, un torrencial aguacero en la costa Norte colombiana es una mala señal. Nuevamente las brisas no llegaron, el calor nos marchita y ahora la lluvia nos moja el corazón. ¿Qué está pasando? El mundo se desintegra en una guerra fría que derriba un avión y nosotros vamos a la mesa a masticar un poco de sangre que pasamos con Coca Cola.

No quiero volar tan lejos, en Colombia contamos nuestros propios muertos. Aunque el mundo está en mi mano, se aleja del corazón. Está en una pantalla que camina conmigo y que este año dijo que me produce brain rot (putrefacción cerebral).

Todavía podemos leer el discurso de aceptación del premio Nobel de Han Kang y buscar reconciliar la vida, “con el amor y el dolor que nos unen”. Ella hablaba de Gwangju y yo solo podía pensar en La Escombrera, fueron las familias de los desaparecidos que “abrazando el dolor y luchando contra el olvido”, se ponen en riesgo para que la memoria les devuelva algo de dignidad. O como en su novela Imposible decir adiós en la que una mujer lucha por recuperar así sea un fragmento de los huesos de su ser querido para un funeral apropiado.

A corte de noviembre  fueron asesinados 186 líderes sociales. La estela que esto deja es de miedo o tedio, como lo expresa Ángeles Mastretta en su novela Arráncame la vida. ¿Quién toma el tejido social armado en la vida del líder asesinado? ¿Hacia a dónde va su lucha? ¿Quién defiende el territorio, si quien lo haga correrá con la misma suerte?

Y volvemos a uno de los dilemas manifestados por Kang, “¿Por qué el mundo es tan violento y doloroso? Y, sin embargo, ¿cómo puede ser tan bello?” En medio de la muerte, hay otro, un no victimario que abraza, se estremece y está en el lado correcto de la historia. Alguien seguirá pensando que la lucha es digna y que el tedio solo congelará el corazón.

Nos dice la Nobel “¿Hasta dónde llegarán las velas, las que se encendieron en el lugar de cada asesinato, en cada tiempo y lugar devastados por una violencia insondable, las que sostienen las personas que juran nunca decir adiós?” Ella pregunta y se responde que «el pasado puede ayudar al presente y que los muertos pueden salvar a los vivos». Creeré que así será.

A corte de 5 de noviembre son 282 los menores de edad reclutados por las distintas violencias de este país. El 50 % de los menores reclutados son indígenas. “La historia de Helena” de Carolina Poveda, nos deja comprender que además de matar la inocencia, los sueños y el futuro de este país, destruimos unas formas de ser, de vivir y de entender el mundo, de la que nos queda mucho por aprender.

Mientras llueve un 27 de diciembre en Cartagena, en donde debía haber brisas y solo hay charcos en el corazón, una hermosa luz se filtra en un brain rot. Gracias a la Nobel, termino esta columna húmeda, con la luz y el hilo del lenguaje que nos conecta. Escribo sin perder la fe en la humanidad, sin empuñar el arma a la que temo, sin hundirme en el tedio que permite que el brain rot nos deje sin conciencia.

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