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El equipo de ensueños llegaba a Estados Unidos en 1994.  El gran Pelé los hizo campeones con la palabra, como si fuera Dios, ¡hágase la luz! pero todo fue oscuridad. Nos tocó enterrar al caballero de la cancha, llorar la intolerancia, la muerte y la decepción de un equipo ciego por los destellos de una gloria vana.

Eran maduros, algunos tenían la experiencia del mundial de Italia 90 donde pasaron a la segunda fase. Habían goleado a la siempre grande selección de Argentina y contaban con estrellas tan rutilantes como el Tino Asprilla, el Pibe Valderrama, Freddy Rincón, Iván René Valenciano, el Tren Valencia, Leonel Álvarez, por sólo mencionar a los más célebres. Pero esto no fue suficiente para conquistar la gloria, aquella que se alcanza con trabajo, sacrificio, entereza, pero sobre todo humildad.

Si no que lo digan España e Inglaterra, las dos ligas con mayor renombre tuvieron una despedida temprana en este mundial 2014, cuando muy seguramente vieron pequeños a sus rivales y también enceguecieron con los flashes de la fama. Opuesto el caso de Costa Rica, que le tocó el “grupo de la muerte”.  Sus tres contrincantes han sido campeones mundiales pero el seleccionado centroamericano pudo dar muestra de esas bellas condiciones del deporte: “ningún partido se ha perdido o ganado sin haberse jugado, ningún rival es tan grande que no se pueda vencer ni tan pequeño que no pueda ganar”.

Hoy tenemos una selección joven, eran niños o adolescentes cuando Colombia participó en su último mundial, seguramente ya jugaban fútbol, pero no todos sabrían que sería su destino El tigre, su estrella, está fuera del firmamento, pero son el firmamento al fin, de un país que pone pausa a sus pesares para palpitar de emoción con su entrega, compromiso, arrojo y solidez. Ya tienen nombres, pero no están sobrados. Ya han hecho historia, pero no se han conformado. Al verlos jugar sólo es posible sentir orgullo por una representación comprometida con dejar en cada minuto todo su potencial, por lucharla hasta el final y dar lo mejor de sí.

Todo puede pasar de aquí en adelante, pero nada de ello sin luchar cada minuto y sólo eso, es justo lo necesario para estar satisfechos con cualquiera que sea el resultado. Todos queremos ganar pero la mayoría tendrá que perder para que uno lo pueda lograr, y en ese camino apoyaremos a nuestro equipo con el mismo sentimiento con el que se canta el himno en otras tierras.

Partido por partido, minuto a minuto, es lo único que se tiene en el panorama general. Concentrarse en la meta inmediata es la garantía para la meta final. Hay disciplina y un buen técnico, los resultados vendrán por añadidura en el momento indicado. Quizá primero tengamos que aprender a celebrar y entender que la violencia y la muerte no deberían estar tan cerca del fútbol.

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