Son ojos llenos de súplica y miedo. La incertidumbre los comienza a enfermar a todos. Profundas ojeras son testimonio de los insomnios de su nueva pesadilla. Muchas no recuerdan los tiempos de violencia. Sus madres refieren que estarían muy pequeñas cuando ocurrió el último hecho de horror en el pueblo, y que como “nada ha perturbado sus vidas”, no habría razones para que estén diciendo que es una cuestión mental.
“No somos actrices” saltan a decir en defensa de lo que creen un insulto. Como libreto aprendido una a una repite lo mismo cuando se les indaga por posibles causas sugestivas. Las manías del infierno grande complican todo. Algunas se ven muy enfermas, otras preocupadas y otras aleccionadas empezaron a ser la esperanza de unos padres que ven en la desgracia de otras la oportunidad de recibir la atención del mundo que los ignora desde siempre.
El desespero de familiares y vecinos que ven caer a sus niñas hasta cinco veces o más, en un día, por más de tres meses, hace que a muchos de ellos no les interesen más reuniones con el gobierno o con los medios o con comisiones médicas revestidas de oficialidad. La solidaridad, la esperanza y el oportunismo se mezclan en dichas reuniones, mientras decenas de madres con sus hijas enfermas buscan soluciones por sus propios medios, no quieren más promesas, ni más mentiras y menos, malos tratos, sólo quieren superar eso que un día alteró sus rutinas de vidas ignoradas y anónimas pero llenas de salud, por inexplicables malestares que las sacaron del anonimato para estigmatizarlas o señalarlas de “locas”, “pecadoras” o “faltas de marido”.
En El Carmen, la gente dice que no puede ser otra cosa que la vacuna pues cómo se explica que sólo sea a la población que se le aplicó y justo luego de ello. En contra de su voluntad (pues creían que les dolería mucho), bajo el alegato de que sus padres no tendrían los casi “trescientos mil pesos” que cuesta la vacuna, accedieron a lo que creen les roba la vida, pues algunas tienen más de un mes sin asistir a clases, sin salir de casa, temen agravarse, morir, o no volver a caminar.
Los expertos se debaten entre una y mil suposiciones. Nada definitivo hasta tanto no culminen las investigaciones. Sin embargo, los resultados preliminares y el hecho de que los síntomas no correspondan a enfermedad conocida, hace que tome fuerza aquello de la “sugestión colectiva”, que en términos más responsables sería enfermedad psicogénica masiva, tan extraña, como aseguran son los reportes de eventos adversos a la vacuna.
Ellas se siguen desmayando aunque las noticias sean menos ruidosas. De pronto alguien mandó a “bajar el volumen” cuando quizá solo se trate de un grito desesperado frente a la indiferencia hacia un pueblo donde el agua sigue siendo un sueño para muchos.
La vacuna con “dudas razonables” ha sido también la ventana al abandono. Hay que mirar esos ojos con respeto y comprensión.
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