El 16 de diciembre de 2016, día en que Juan Manuel Santos se reunió con el papa Francisco en el Vaticano, en una charla previa con el prefecto de la Casa Pontificia el arzobispo Gorg Ganswein, éste le dijo a Santos que “el problema del mundo es que la gente está sintiendo más y pensando menos” así lo narró Néstor Pongutá en su libro “Un tinto con el papa Francisco”.
Con ocasión de la visita del santo padre a Colombia se han leído y escuchado el eco de la polarización que vive el país, la misma que divide a Venezuela y de paso nos vuelve a dividir en una confrontación asfixiante que pensaría uno que no puede sino desencadenar en desgracia.
Nadie está hablando de ser dólices, no. Ser rebeldes, interpelar, no tragar entero y ser activos partícipes de la historia que se escribe, es un imperativo ciudadano, valor de vida, sentido de comunidad. Nada más contrario a una religión que la desobediencia, así, esta reflexión no se produce desde ningún credo, sino desde la urgencia del uso de la razón.
Eso de salir a votar berracos, de que la gente se moleste por todo y por nada, que si la visita vale plata, que si personas de otros credos están incómodos porque la agenda del país de los últimos meses es prepararse para la visita del líder de los católicos, es más de las discusiones pasionarias de reality shows a las que nos hemos acostumbrado por “sentir más y pensar menos”.
Nuestras emociones están en el nivel “instintivo” del ser, el más básico, el animal, el que no nos diferencia de ningún ser vivo sobre la tierra. Dotados de razón, tenemos la responsabilidad por no decir la obligación, de actuar y tomar decisiones no impulsados por las emociones, sino tras el ejercicio práctico de la consciencia. Y así las cosas, antes de criticar todo lo que sea contrario a nuestras ideas y creencias, bien vale la pena entender las razones del otro, confrontarlas y en un ejercicio dialéctico, generar consensos y puntos de encuentros.
La visita del papa Francisco a Colombia tiene cuatro objetivos: la vida, la reconciliación, la vocación y la dignidad humana. A excepción quizá del tercero, que es más religioso que otra cosa, son reflexiones que necesita el país. Pero más allá de eso, hay beneficios, incluso económicos que los contradictores no quieren ni enterarse, porque prefieren quejarse.
Para nadie es un secreto que las misiones “pastorales” también son políticas, pero aun así, se reconoce en el papa Francisco un transformador de las ideologías discriminatorias de la iglesia católica y con ello, un líder mundial que contribuye con sus posturas a un mundo menos dividido, menos desigual y promotor de causas justas. Tras su llegada, tratemos con menos pasión y más razón, sacarle el máximo provecho político, económico e incluso espiritual, porque somos mejores cuando escuchamos y más si quien habla ha cultivado sabiduría y conocimiento.
Comentarios