Keynes se hundía en el desprestigio mientras Friedman triunfaba de la mano de los gobiernos de Thatcher, Reagan y Pinochet. En cada una de las crisis económicas que ha tenido el mundo, se pone en evidencia la necesaria intervención estatal, base de la tesis keynesiana, que lo reivindica frente a las posturas de la teoría neoclásica.
La intervención estatal, supone una serie de medidas que no sólo permiten regular los mercados sino redistribuir las riquezas, reduciendo así las desigualdades y rompiendo las concentraciones que estancan la economía y pauperiza a la sociedad. Los impuestos permiten el gasto público, los que a su vez generan empleos que dinamizan la economía. Alivianar las cargas impositivas a los empresarios no resuelve el problema del desempleo, como lo vimos en la era Uribe. Ya habría dicho Marx que el objetivo capitalista es maximizar la rentabilidad.
Liberar la economía y reducir la participación del Estado en ella, como hizo la Thatcher, nos lleva a los abusos de los grandes capitales, concentración de riquezas, explotación del trabajo, desempleo, desigualdades y desintegración social. La crisis económica mundial que inició en Estados Unidos y amenaza con devorar Europa, son frutos de las políticas neoliberales del capitalismo salvaje.
Por su parte, Chávez desconcentró la riqueza, redujo la pobreza y la desigualdad en Venezuela con programas asistencialistas posibles por los altos ingresos que le permitió el petróleo. Sin embargo, las expropiaciones y nacionalizaciones de la industria (a la que se oponen los liberales neoclásicos como Friedman y Hayek, asesores de Thatcher) redujeron a la mínima expresión la capacidad productora del país, propiciaron despidos masivos, generaron una inestabilidad económica que hoy se traduce en una inflación de más del 20%, un déficit fiscal del 50% del PIB, devaluación y escasez de algunos productos de la canasta familiar, entre otras dificultades.
Lo de Thatcher y Chávez es insostenible. La privatización de la economía deprime a la sociedad. Reducir lo público a su mínima expresión es extremar el individualismo que socaba la convivencia, sistematiza la exclusión y amplía la brecha entre ricos y pobres. El intervencionismo como sostiene Keynes no solo es pertinente sino sano para las economías, pero un intervencionismo abusivo, sin fórmulas, sin cálculo, sin conciencia y control sobre los resultados, comporta crisis económicas tan nefastas como el libertinaje del mercado. El intervencionismo de Keynes crea una demanda efectiva, el de Chávez un proyecto político asistencialista que busca lealtades para réditos electorales.
El asistencialismo no es garantía de transformación. Los venezolanos reciben el auxilio del gobierno pero no le aportan al crecimiento de su país sino que extienden su mano para pedir más. Han asumido la actitud de que papá Estado les resuelve todos sus problemas sin el compromiso de retribuirle por los beneficios obtenidos y sin la conciencia de que el petróleo no será eterno. La revolución bolivariana no está forjando hombres libres que amplíen sus capacidades para un desarrollo humano como lo plantea Sen, pero sí exacerba el odio entre clases y adoctrina para una devoción irracional a caudillos que buscan eternizarse en el poder, incluso más allá de su muerte.
Murió Chávez y Thatcher, dos símbolos de modelos económicos antagónicos. Dos personas que desataron odios y amores entre su pueblo. Dos ejemplos de lo que no debe hacerse en una sociedad.
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