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Todas las mañanas al salir de la casa me tropiezo de frente con una cara nueva en el poste de la luz. La cara se repite a lo largo y ancho del poste junto a un nombre y una promesa política.

A tales caras no les importa ponerse encima de la que estaba primero. Su cerebro parece incapaz de entender que ha llegado tarde. Su corazón y lógica le imposibilitan entender el respeto.

Tampoco a nadie parece importarle que estén infringiendo normas o leyes. Todas esas caras demuestran no dolerles la ciudad. Al parecer sólo están pensando en atender sus intereses personales pues de lo contrario intentarían ser un poco más sensatos y creativos a la hora de presentarse ante la comunidad.

Han sido tantas caras y duran tan poco en el poste, que me es imposible retenerlas en mi memoria. La ilusión de conocer gente nueva, interesada en una política nueva, se extingue con el pasar de los días.

Con el beneficio de la duda espero conocerlos. Sin embargo, no me los encuentro sino en muros y postes, con sonrisas y gestos petrificados, por no decir diseñados en un marketing que tiene mucho de formas y nada de contenidos. Jamás me los tropiezo de frente, jamás en mi barrio, jamás en algún lugar liderando procesos inspiradores.

La verdad es que están haciendo las mismas cosas de las que tanto nos quejamos: “politiquería sucia”, por no decir “barata”, porque de barata no tiene una sola letra. Es toda una fábrica de mentiras que juega con las utopías de los soñadores y repiten los vicios y esquemas fraudulentos que condenan y esclavizan cada día más  nuestra sociedad.

Aunque muchos son rostros nuevos, jóvenes, frescos y de mujeres, no están renovando la política, al menos no en sus campañas. Infortunadamente en muchos casos (habrá excepciones) están llenando requisitos, sirviendo de carnada o siendo chivo expiatorio de algún potentado jubilado (no por viejo, sino por malo, que enfrenta procesos disciplinarios o penales, y sus nombres están tan desgastados y manchados, que es mejor ocultarse tras bambalinas y manejar los hijos del poder, cual titiritero de circo en el deprimente espectáculo del saqueo y la corrupción).

El que no les importe dañar la ciudad me habla de sus compromisos. La contaminan con sus afiches en todas las paredes, con el ruido de las bocinas de los carros, los jingles amplificados, pitos y gritos en las caravanas que organizan; con la congestión vial y obstrucción de la movilidad que provocan las caminatas o caravanas, con la emisión de gases y consumo de combustible de los vehículos que son usados para dichas caravanas; con los onerosos gastos de campaña, que bien podrían aliviar las penas de nuestra pobre ciudadanía, o al menos, contener el desfalco que producen cuando tienen que pagar con creces y el erario las “deudas” adquiridas en campaña.

No veo liderazgo sino Photoshop, poses y eslóganes en las cínicas propuestas de la herencia política de sus padres, tíos, abuelos, hermanos, esposos o parientes lejanos que necesitaron refrescar una imagen imposible de limpiar.

Todas las mañanas quisiera despertarme y conocer políticos no de papel. Que lo rostros nuevos tengan cerebros propios, sonrían con sinceridad y el cinismo de los discursos de hoy sea borrado para siempre de cualquier memoria.

Coletilla: por Bolívar el panorama es desastroso, delfines de los García Zucardi, Blel, Cáseres, Curi, pretenden continuar con la empresa iniciada por sus padres cuyo resultado es un Bolívar y una Cartagena despojada, saqueada y vergonzosamente atrasada, con altos niveles de pobreza y desigualdad. También están la hija del ex alcalde y el hermano del alcalde actual de Cartagena, Egla Terán y Dusan Vélez que no tienen mayores credenciales que el oportunismo del fenómeno electoral que fueron sus familiares por cuenta del hastío del electorado hacia la clase política tradicional. Con los votos de Willian García Tirado se pensaría que para arrastrar a un desconocido mejor que todo quede en familia y así hoy día su hermana también es  candidata. Lo dicho: caras nuevas y los mismos cerebros.

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