Los pobres también trabajan, y bastante duro.

Estaban dándole insistentemente al asunto de las viviendas VIP de Gustavo Petro y todos los medios nacionales entraron en la contienda por la opinión pública. Unos hicieron lo necesario por informar, y otros, además, empezaron a ofrecer “argumentos” —si es que a eso se le puede llamar un argumento— para demostrar que la idea de familias desplazadas en el barrio Chicó, estrato 6, era una completa locura.

Y bueno, lo es. No necesariamente por llevar desplazados de la violencia a donde viven familias pudientes, o porque —como argumentaron algunos— los pobres pobres van a tener serios problemas para vivir en un lugar tan costoso, de tan alto estrato. Lo es porque va en contra de todo lo que, según parece, representa ser colombiano: da la impresión que para ser colombiano no es suficiente nacer acá, en el piadoso país del sagrado Corazón, sino también venir de una clase social u otra.

Lisandro Meza, que podría tener razón en sus letras, se ha pronunciado sobre algunas clases sociales: desde los hijuetutas de los patrones —en este caso los pudientes—, hasta los políticos, argumentando que en esta vida de todo, pero para (-) político no. Puede tener razón, no porque todos los políticos sean unos chupasangre —no conozco algún político para decir si efectivamente sí o no—, sino porque una cosa es clara: parece que en nuestro imaginario la gente solo tiene dos posibilidades: o pobre o rico; y en muchos casos el pobre tiene que ver mucho más con la delincuencia que los ricos.

Un familiar —no sé si lastimosamente— me dijo “yo también creo que eso es una mala idea: yo no me he matado toda la vida trabajando para vivir al lado de gente pobre”. Esta, a fin de cuentas, es la única verdadera razón por la que los habitantes de estrato 6 —al que no pertenezco— no están de acuerdo con la iniciativa: los pobres no quieren estar con los ricos, ni los ricos con los pobres.

Y eso, me atrevo a decir, es el meollo del asunto.

Lo de la estratificación se pensó, hasta donde sé, para que la gente con más recursos pudiera subsidiar en alguna medida lo que la gente de menos recursos no puede pagar. Pero creo que eso solo nos ha traído como consecuencia una división peligrosa, que no solo nos divide, sino que nos señala desde antes de tener la oportunidad de mostrar lo que somos.

La socióloga Consuelo Uribe Mallarino dijo a Arturo Wallace —periodista de BBC Mundo— que “el poder clasificatorio de la estratificación marca la identidad de los colombianos al punto de que, cuando se busca compañía, el estrato se coloca (en los anuncios personales) al lado del sexo, la contextura física o la edad”. Yo no sé si eso sea totalmente cierto, porque yo no le pregunto a nadie el estrato antes de relacionarme, pero creo que la expresión popular “se le salió el estrato” nos da pistas sobre cómo funciona el imaginario colectivo de los colombianos.

Tampoco sé si lo de la estratificación sea un problema que tengamos que solucionar, pero sí creo que esa división ha logrado su cometido: dividirnos.

¿Por qué necesariamente los pobres, en este caso los desplazados de la violencia, las víctimas de un conflicto en el que todos estamos metidos, son epicentros de delincuencia?¿No será más bien que al rodearse de un ambiente hostil en el que la delincuencia es un asunto normal, terminan —algunos sí, algunos no— por optar por esta vía como método de supervivencia? O Mejor aún ¿qué le hace pensar a las personas de estratos altos que sus vecinos con dinero no son delincuentes?

Se sabe que en Colombia existe una rama de delincuentes exquisitos que tienen mucho dinero, y que viven en los estratos más altos de las ciudades.

Actualidad Panamericana, un portal en internet de noticias falsas —que alguien le explique ese punto a las “personalidades” de este país, por favor— ponía como testimonio de un desplazado que “no nos da confianza ese barrio […] Hay mucha inseguridad, en donde nos van a reubicar vive mucho congresista, además hemos visto que en los alrededores hay mucha prostitución y casinos, además de toda esa gente que anda en camperos enfierrada con gafa oscura y haciendo mala cara. Eso no es sano para nuestros hijos”. No sería extraño que la declaración fuera real, pues, como ya expliqué en otra entrada, a veces da la impresión que eso de las leyes les cae a unos sí y a otros no.

Es muy difícil saber si “las viviendas VIP” de Petro son una solución o no, porque se sabe que el alcalde de Bogotá tiene la tendencia a improvisar —y afanarse como loco—; pero eso de que es una condición sine qua non que los desplazados vienen con la delincuencia pegada, como si eso fuera una enfermedad exclusiva de los pobres, es puro prejuicio.

Habría que esperar a ver qué pasa, si de verdad Bogotá permite que un experimento así —sí, yo creo que es un experimento— siga adelante y si da resultados o no. De cualquier forma poco falta para que termine el período de Gustavo Petro, y si sale tan mal como la gente espera que salga, llegará un alcalde que limite las iniciativas que molestan a los más adinerados del país.

Y en ese caso, tal vez, Lisandro Meza tendría la razón.

@YDesparchado