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Por los que no se debe votar, único “antídoto” contra la corrupción
“Un pueblo que elige a corruptos, no es víctima, es cómplice”

La corrupción tiene como sinónimos: descomposición, putrefacción, podredumbre, peste, fermentación, corruptela, depravación, perversión, vicio, prostitución, envilecimiento, deshonestidad. Y como definición, según la RAE: 1- Acción y efecto de corromper o corromperse. 2- En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores. Yo le agregaría: y/o de sus compinches.

Es innegable la perfecta simbiosis que se está dando hoy entre la corrupción, la politiquería y su nuevo socio estratégico: la empresa privada, y que son de complicidad necesaria, para lograr la culminación exitosa de una expoliación fijada o diseñada, redondeando así el trío diabólico de la podredumbre, tal es el caso, y por poner sólo un ejemplo, el que se ha dado en el manejo de los recursos de la salud o el de la captación ilegal de dinero o el de los sobornos de la compañía Odebrecht. Situaciones notorias y probadas, sin embargo, los organismos judiciales no han impartido una pronta y cumplida justicia, y los responsables, conocidos e identificados plenamente, siguen libres y gozando de plena impunidad.

Como estamos a 12 meses de las elecciones parlamentarias, y a 14 meses de las presidenciales, y gracias a que una persona anónima me lo recordó con el envío de este WhatsApp: “El problema de Latinoamérica es que quienes eligen a los gobernantes no son las personas que leen los periódicos sino las que se limpian el culo con ellos”; es bueno y saludable, sobre todo para estimular las neuronas, hacer un somero análisis con responsabilidad, con decoro y con gran sentido de pertenencia sobre esta verdad de a puño, tomando decisiones acertadas con independencia y dignidad, sin constreñimiento o coacción, y depositando nuestro voto en las próximas elecciones por la renovación total en cabeza de aquel que no tenga mácula, rechazando así a esta clase politiquera corrupta que maneja los hilos del poder, ¡y que no son pocos!

La corrupción en este país se volvió tan desesperante e inmanejable que se hace necesario que su lucha sea politizada, que se convierta en una política de Estado priorizada y, por supuesto, esta propuesta tiene su razón de ser, ya que la mayoría de politicastros son los principales adalides de esta empresa criminal que se denomina corrupción. Se puede cambiar todo el estatuto penal y aumentarse la dosificación punitiva de los diferentes tipos penales que tocan directamente o son conexos con conductas punibles por corrupción, ya que a ésta jamás se le torcerá el cuello o se le derrotará por estos medios, por cuanto el germen podrido está dentro del establecimiento. Los cacareados anuncios de estrategias para afrontar la corrupción que hacen a diario las “ías”, no pasan de ser un burdo contentillo que sólo sirve de mampara para velar por la plena impunidad de los “ladrones de cuello blanco”.

Si se le quiere ganar esa carrera desenfrenada que tiene la corrupción y evitar a futuro esa “avalancha” de podredumbre que amenaza con descomponer y hasta corromper la sal en esta sociedad, y evitar que terminemos haciendo parte de este “albañal”, sólo tenemos como única arma de defensa las “urnas”, dejando de lado paternalismos, compadrazgos y, ante todo, la desidia para sufragar, las codicias por promesas burocráticas o por dinero, y rechazando de manera enfática cualquier tipo de reelección parlamentaria, así esté de candidata nuestra propia madre; de igual manera, no dar apoyo con nuestro voto a candidatos a la presidencia que tengan alguna identificación con este régimen o con partidos políticos incursos en corrupción, y que son casi todos.

Y este ejercicio de selección es de una sencillez extrema, no se requiere mayor esfuerzo mental para escoger al candidato que ofrezca mayor credibilidad y que tenga el compromiso férreo de lucha contra los corruptos, siendo ésta, hoy por hoy, la mejor alternativa de poder y de gobierno que se pueda pedir, lo demás es añadidura y demagogia barata; además, el candidato debe de ser una persona que conozca bien las “marrullas parlamentarias”; que haya tenido la entereza y franqueza para denunciar públicamente las “debilidades” en el ejercicio de la canonjía parlamentaria; que haya demostrado que no tiene compromisos o ataduras con la “corruptela congresional”; que el candidato y el partido que lo avala no tengan ni la más mínima sospecha de corrupción, ni de haber practicado el “clientelismo político” a través de un cargo público, porque esta práctica también es corrupta.

Antes de depositar el voto el día de los comicios, debemos escudriñar a partidos y candidatos haciendo un examen honrado de conciencia y con sentido patrio y, ante todo, de responsabilidad, debiendo preguntarnos ¿a quién vamos a elegir como presidente o parlamentario? ¿A un candidato del partido liberal, copartidario del expresidente Samper, patrocinado por el narcotráfico, o a uno apoyado por el “ruido de las moto-sierras” como ocurrió en las presidenciales del año 2002, o a Santos o Zuluaga, del partido de La U. y Centro Democrático, respectivamente, que engañaron a los electores y violaron la ley recibiendo “ayudas” de la multinacional Odebrecht, o a uno de los emisarios o intermediarios en la Autopista Ruta del Sol o de la navegabilidad del río de La Magdalena, también invitados a la comilona de Odebrecht?

¿O que opina de uno de los tantos que metieron la mano en Dragacol o en Reficar, y que uno de los implicados despacha como ministro de Hacienda de este nefasto gobierno, o a un candidato de la cuerda del “cartel de la salud», o a uno de los tantos del cartel de la contratación, o del cartel de la hemofilia, o del cartel de las pensiones, o los que se robaron a Caprecom y Cajanal, o a los que dieron y recibieron “tajada” de Agro Ingreso Seguro, o a los de la Zona Franca de Mosquera (Cundinamarca), o a los “gatilleros” de los falsos positivos, o a los que están haciendo uso hoy en día de los corruptores “cupos indicativos”, con la complicidad del presidente Santos, o a uno de los tantos burócratas que expoliaron de manera continua institutos descentralizados o empresas industriales y comerciales del Estado, lo que les sirvió de plataforma de lanzamiento para ocupar hoy, muy orondos, dignidades de elección popular, blandiendo sin pena la bandera de la impunidad?
Con sobrada razón se ha sostenido que cada pueblo se merece el gobernante que tiene.

Las investigaciones internacionales más confiables confirman que Colombia es, según la percepción de sus propios habitantes, con el 79,6 por ciento el segundo país más corrupto de toda América. Sólo nos supera Venezuela, con el 80 por ciento, lo cual significa que apenas nos separan cuarenta centésimas, siendo ésta la diferencia cerebral entre Santos y Maduro.

Marco Aurelio Uribe García.
Manizales, abril 6 de 2017.

Apostilla: En una crónica sobre corrupción de Juan Gossaín Abdalá, publicada en El Tiempo, nos cuenta que un amigo suyo le confesó: “El mejor negocio de Colombia es el Estado”, y otro, sin que se le notara ni pizca de humor: “Qué agradable era este país cuando los únicos que robaban eran los ladrones”.

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