Ausencia de carácter, decoro, respeto y principio de autoridad
Carácter, decoro, respeto y principio de autoridad son cualidades que jamás se pueden perder o menguar, entendidas en su acepción un poco restringida, la primera, como persona que se hace respetar, que tiene seriedad en su comportamiento; la segunda, como seriedad en la forma de actuar y hablar; la tercera, como miramiento y consideración por los demás, cumplir lo que ha prometido, y por último, la aceptación y reconocimiento permanente de su autoridad, máxime si estas recaen en persona que ostente la primera magistratura de un país.
Las delicadas situaciones que debe sortear el gobierno colombiano, en cabeza de su presidente, para la buena marcha y funcionamiento del Estado, así como también, para mejorar la vida integral de sus habitantes, tales como: la consolidación de una paz a través de los diálogos, la inalienable iniciativa legislativa que permita la aprobación de las verdaderas reformas sustanciales que reclama el país: reformas a la política, a la justicia, a la seguridad social, a la educación, etcétera, y, ahora, para completar, la posición arbitraria que tomó el vecino país de Venezuela, respecto a los límites que estableció por Decreto, necesitan de la solidaridad del pueblo, pero también, el presidente demuestre inequívocamente que tiene íntegras las mencionadas cualidades.
No creo que se esté dando un “Duelo de cobardes”, como lo sostiene el periodista Coronell. Las guerrillas de la FARC, tienen ese status de cobardía de mucho tiempo atrás, desde que cambiaron su ideairio marxista-leninista por el de comercializar el delito a través del lucrativo negocio del narcotráfico, la extorsión y el secuestro, dejando de ser una opción o alternativa de poder en beneficio y protección de las clases sociales más vulnerables, pobres y desprotegidas; se convirtieron en el fuego permanente que sostiene una violencia demencial y sin ninguna causal de justificación y sus actuaciones sólo generan detrimento en las clases marginadas en las regiones más apartadas.
Sin embargo, antes de comenzar el primer gobierno Santos, las guerrillas aceptaron la invitación para iniciar una etapa exploratoria que diera paso a los diálogos para buscar unos acuerdos de paz, situación que generó controversias y alborozos, y cuyas etapas de dialogo se encuentran bastante avanzada, no obstante haberse topado con infinidad de escollos que se han superado; no se puede desconocer que el proceso de los diálogos de paz que se adelantan en La Habana a raíz de los ataques de la guerrilla a la infraestructura eléctrica y petrolera, han creado una gran desconfianza entre las partes y una falta de credibilidad y desconcierto en el pueblo colombiano.
El presidente Santos en el discurso de su segunda posesión anunció que se instalaría la comisión para tratar el tema de cese al fuego y de hostilidades, de manera bilateral y definitivo, y sobre la dejación (?) de armas, lo que llenó de júbilo a los asistentes a la ceremonia, como a los televidentes y radio escuchas. Y como suele pasar con muchas decisiones presidenciales – haciendo honor a su máxima: “sólo los imbéciles no cambian de parecer”- todo esto quedó en tablas, por esta actitud endeble y cobarde. Antes del nacimiento del Niño Dios, en diciembre pasado, las FARC anunciaron tregua unilateral e indefinida y siguieron reclamando la tregua bilateral con urgencia, pero ha podido más el uribismo con sus pronósticos agoreros.
El presidente de los colombianos, por terror a su antecesor y por temor a la jauría del Centro Democrático, haciendo gala de un ficticio desprecio y una desbordada prepotencia, y por quedar bien con Dios y con el diablo, fue incapaz de dimensionar ese gesto inequívoco de paz que, como cosa rara, daba la guerrilla con su decisión unilateral y que sirvió para que la ultraderecha despotricara de esa tregua, vendiendo la idea de que los subversivos se fortalecerían en ese “ merecido descanso”.
Si el proceso de paz está en cuidados intensivos, se debe en gran parte a la falta de capacidad de decisión que ha tenido el gobierno, en cabeza de Santos, por cuanto ciertos aspectos que inciden en el proceso los ha manejado con cierta cobardía e hipocresía para granjearse el beneplácito de unos y de los otros. Si no se busca un acuerdo para un urgente cese al fuego bilateral, definitivo y verificable, más temprano que tarde empezaremos a entonar los cantos luctuosos para su funeral.
El presidente Santos está en grandes deudas con este país, son muchas de gran importancia, aparte de la anhelada paz que le valió su reelección. Su gobierno en lo único que se ha distinguido es en la infraestructura vial, en lo demás, el caos ha sido total; sus flaquezas, sus desaciertos y la ineptitud de algunos de sus Asesores han sido protuberante. Ha fracasado rotundamente en las reformas vitales para el Estado y para el país. Se ha dejado manipular del legislativo, no obstante ser, sin lugar a dudas, el presidente más clientelista que hemos tenido en toda la historia republicana, el manejo descarado que le ha dado a su invento de los “cupos indicativos” ha sido vergonzoso y delictivo.
Solo la historia se encargará de pasarle la cuenta de cobro por sus notorios y probados desafueros en la expoliación de las arcas del Estado, en favor de los parlamentarios que hacen parte de la “mesa opípara” de la dañina Unidad Nacional. Si los parlamentarios en mención, hubiesen hecho las inversiones para la destinación que recibieron los cupos indicativos, vaya y venga, pero NO, esos recursos jamás llegaron a las regiones, los pocos que llegaron se destinaron a la compra venta de votos en las pasadas elecciones parlamentarias. He pedido en todos los idiomas y por todos los medios que se investigue el destino de los mencionados recursos.
Y solo Dios sabe cuántos recursos estarán destinados para inyectarle a las próximas elecciones del mes de octubre, en las cuales el interés de Santos es ganarle el pulso político al Mesías Uribe.
Marco Aurelio Uribe García.
Manizales, junio 25 de 2015.
Apostilla: El presidente en su campaña reeleccionista se granjeo el voto de los de la tercera edad, o sea, el de los pensionados, con la promesa de terminar la vulneración del derecho fundamental a la igualdad, rebajando los aportes para la salud e igualándolos con el valor que cotiza un trabajador activo. Y hasta el sol de hoy, la promesa está en el aire. ¡Cambió de opinión! No es imbécil.
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