Siempre he sido un acérrimo defensor del sistema Transmilenio pero hoy, como se dice en el argot boxístico, ¡Tiré la toalla!
Como en la foto de arriba, ¡Solo nos falta viajar encima del bus!
Usando una frase de cajón, ´es una verdadera odisea´ transportarse en estos bi y triarticulados, que más bien parecen ´bi y tri demorados´.
En mi caso, comencemos en la estación de Marsella, (afortunadamente no debo usar alimentador), donde se hace ´trancón´ en la fila para comprar el tiquete, porque sólo una persona atiende la taquilla, mientras el otro revisa y revisa planillas, cuenta monedas y habla por teléfono.
Nuestro objetivo, el expreso B52, el cual supuestamente empieza a funcionar a las 5.30 de la mañana, pero que en realidad pasa faltando cinco para las seis, cuando el vagón está a punto de reventar. Antes que se detenga en la estación, las puertas de vidrio peligrosamente abiertas de par en par, corriendo el riesgo, aquellos que están adelante, de terminar, por un empujón, aplastados contra el pavimento o atropellados por el mismo bus.
La subida al articulado es un ´tira y afloje´ y no se respeta la posición de llegada. A mi vecino, un joven discapacitado en silla de ruedas, le es imposible subirse porque nadie le da espacio. Siempre viene gente desde el portal Américas, al límite de la puerta, y con los pasillos desocupados, bloqueando la entrada de manera egoísta y no permitiendo el acceso a nadie.
Una vez venía un tipo tan grande, (mi abuela les decía ´jallanazo´), en la puerta del B52, de espalda al vagón y aferrado a los tubos. como si los fuera a doblar, al mejor estilo de Sansón, y sacando la cola como vendedora de chontaduro, para evitar que alguien subiera al bus. Ya desesperados, luego de varios fallidos intentos por abordar alguno de los pocos buses que pasaron, tácitamente nos pusimos de acuerdo quienes esperábamos, y sin decir palabra, le pegamos duro en el cuello a ese grandulón para que diera paso y nos dejara subir. Sin embargo, el único que logró, literalmente ´treparse al bus´ fui yo. Me quedó la cara pegada al vidrio como una chupa y mi cabeza debajo del ‘sobaco’ del gigante. Hasta la 39 con Caracas, lugar donde hace su primera parada, logré despegar mi rostro de la puerta, cuando ya mi nariz afromusulmana no podía estar más chata. (No se entonces por donde respiré tanto olor a ´chucha´ que emanaba del ´jallanazo´).
En esa estación de la 39 se bajan regularmente algunos pasajeros, y los que quedamos en la puerta, ya podemos medio girar nuestros cuerpos, rascar nuestras cabezas, acomodar nuestros bolsos y hasta revisar desesperadamente nuestros bolsillos a ver si todavía traemos con nosotros la billetera o el celular, y las mujeres, que han sido víctima del ´manoseo´, desde Marsella hasta la 39, acomodan avergonzadas su ropa y carteras esperando bajar sanas y salvas en la estación de la 76.
A propósito del ´manoseo´, una vez descubrí a un depravado tocando las partes íntimas de una pasajera, cuando lo fui a delatar y a confrontar, otro pasajero cómplice del pervertido, me amenazó con unos gestos intimidantes, dibujando con sus dedos un puñal, y diciéndome sin palabras, que si hacía algo, me las cobraban al bajar. Sin embargo, traté de socorrer a la intimidada pasajera, pero al ver que el tipo subió su camiseta y me mostró que en verdad traía un objeto contundente, aborté la misión solidaria, porque debido a un atraco que sufrí hace seis años, ya no me cabe otra puñalada ni otra cirugía ni otra cicatriz en mi cuerpo. (De ese atraco, en el que morí y resucité, les hablaré después con pelos y señales).
Ya en la 76, comienza otra odisea, esperar el B1, que lo saque a uno a la 100. Esos ruta fácil, mejor llamados ´lecheros´, en horas pico pasan cada 20 minutos, tan llenos que parecen explotar. Adicional a eso, debemos sumarle la falta de cultura de la gente que pretende abordar sin dejar que los otros bajen, lo cual forma un ´saperoco´ de tal magnitud que parece una riña callejera al peor estilo de una favela brasilera.
Al llegar a la calle 100, bajamos prácticamente desvestidos al vagón, y mientras caminamos esa eterna estación camino al puente, acomodamos nuestras prendas, revisamos por centésima vez si traemos con nosotros nuestros objetos personales y tratamos de borrar de nuestro cerebro esa horrible canción que interpretó el reggaetonero que subió al Transmilenio con micrófono y bafles portátiles. ¿Cómo diablos hizo ese tipo para subir con su orquesta ambulante si yo con solo un minimaletín terciado casi no soy capaz?
Terminamos de pasar ese puente, (que algún día. ´Dios no lo permita´, se va a desplomar tajantemente por semejante peso de pasajeros, sobretodo en la noche, que circulan lentamente poniendo en riesgo la estructura), y nos encaminamos rumbo a la carrera 15 con 97 que es nuestro destino final. Debemos hacerlo a pie, porque no hay otra forma de llegar. Son casi treinta cuadras al trote y mirando desesperadamente el reloj. LLevamos más de una hora y media desde que salimos de la casa. De ese tiempo, en realidad viajamos treinta minutos, porque los sesenta minutos restantes, se nos han ido en esperas, empujones, peleas, acosos, depravados, pervertidos, carteristas, vendedores, cantantes informales, olores nauseabundos y riñones adoloridos por tantos huecos en la Caracas.
No estoy de acuerdo con los bloqueos de estos días por parte de la gente desesperada por este mal servicio, pero los entiendo, y los comprendo, porque ya estamos al límite de nuestra capacidad de aguante.
No importa cuanto madruguemos, siempre llegaremos tarde a nuestro destino, en un transporte indigno ni siquiera para animales. Víctimas de abusos, robos, ultrajes y acosos, no solo mujeres, también hombres. Viajamos en latas de sardinas con ruedas, repletas hasta los vidrios, y rogando que no terminen formando un articulado de nueve vagones, producto de una trágica estrellada.
´Transmilleno; Suban, estrujen, manoseen, bajen´ esa es la realidad que vivimos quienes usamos este sistema de transporte, y no le echen la culpa a Petro, este problema viene desde mucho antes, y nunca le pararon bolas.
No es comprando más buses que se soluciona el caos, ¿de qué sirve más articulados si no hay por dónde? Necesitamos rutas por la 68, por la Boyacá, continuar las Américas hasta la 30 y que todas estén interconectadas. Es urgente que la policia viaje en los buses para proteger a los usuarios, pero verdaderos policias, no auxiliares quienes no tienen ni un cortauñas para defenderse ni para defendernos.
Ya casi no se anuncian las paradas porque el sistema de comunicación electrónico y digital de los buses se ha dañado. Los conductores manejan como si llevaran ganado, el exceso de velocidad es la constante y las frenadas al estilo ´busetero´ se han vuelto recurrentes. El tiempo que uno se gana en los ´expresos´ lo pierde esperando ´los lecheros´. Los alimentadores parecen más bien, (inventándonos una palabra si nos lo permiten amigos lectores), ´desnutridores´ porque la gente se desmaya en esos despelotes que se forman en los portales para lograr subirse en uno de ellos.
Ese sistema ¡colapsó! Ya no es digno ni sano. Es un caos y va terminar, vuelvo y digo, ´Dios no lo quiera´, en un problema de orden público.
Quienes vivimos en Bogotá merecemos un transporte digno, con taquillas rápidas, ingresos tranquilos a la estación, orden en los vagones, frecuencias y rutas eficientes, cero hacinamiento, seguridad y rapidez en el viaje, eficiencia en los transbordos y cero vendedores y músicos ambulantes.
¿Cómo se dice Transmilenio en alemán y en ruso? ´Zuban, eztrujen, manozeen, vajen´
giovanniagudelomancera
periodista
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