Sin justificar en ningún momento el vandalismo y terrorismo de ayer contra el sistema Transmilenio, debemos decir que dicho sistema de transporte colapsó y colmó la paciencia de los usuarios.
Ahora muchos de esos buses rojos parecen fumarolas viejas. Donde arrancan dejan una estela de humo que obligan a sus usuarios a llevar tapaboca. Lucen sucios y están haciendo curso para ‘tartalas’ que deben ser ‘chatarrizadas’ de inmediato.
Sus conductores, al mejor estilo ‘busetero’, frenan en las estaciones como si llevaran ganado y no permiten que la gente desembarque tranquila ni que los pasajeros aborden seguros. Claro está que la falta de cultura de muchos de sus usuarios no permite tampoco que los viajeros bajen primero sino que se meten a la brava creando un verdadero caos, donde los carteristas, para usar una frase de cajón, hacen su agosto.
Muchos de los buses por dentro también permanecen sucios, los conductores no prenden el aire acondicionado, y además del hacinamiento, los pasajeros deben soportar toda clase de vendedores ambulantes, músicos improvisados, limosneros que cuentan siempre la misma historia y hasta habitantes de calle que suben a los articulados a molestar a los viajeros.
En muchas ocasiones abordan personajes peligrosos que intimidan a los pasajeros sin que ellos puedan defenderse, vociferando palabras incongruentes e insultando a quien le viene en gana, desnudando su cuerpo maloliente y hasta mostrando armas blancas para atracar a los usuarios. ¿Y dónde está el personal de la policía que viajaría en los buses para seguridad de los pasajeros? Eso lo prometió Pardo en su efímero paso por la Alcaldía pero nunca lo cumplió, al igual que el famoso seguro de desempleo cuando era ministro de Trabajo.
Pero sigamos hablando de Transmilenio. El sistema de pantalla y de audio que anuncia las próximas paradas ya casi ni funciona y hasta confunde a la gente. Por ejemplo, usted amigo lector toma un C19 en la estación de Marsella y la voz española le dice «Próximas paradas Puente Largo y Gratamira» (al otro extremo de la ciudad), y algunos pasajeros le creen a la locutora virtual y quieren desembarcar con el bus en movimiento pensando que esa voz les dice la verdad.
Se perdió el respeto por la silla azul y en ella ahora viajan adolescentes con 8 horas de embarazo, mujeres de 25 años llenas de vida, maquillándose o haciéndose las dormidas, jóvenes descarados que ni se inmutan cuando ven un adulto mayor o a un discapacitado, y a quienes toca levantarlos del cuello para que respeten y aprendan a ser solidarios ¡carajo!
Ahora bien, ¿por qué tiene que ser una silla azul? La roja también es un derecho para quien la necesita.
Cada vez se viaja más apretado con la cara pegada a los vidrios, las puertas no cierran bien, y ojalá en ningún momento ocurra un accidente de grandes proporciones, si una de esas puertas se abre en pleno movimiento.
El cosquilleo, el abuso sexual y los atracos descarados se incrementan cada día más en los buses, y dentro de las estaciones también, y pocas veces se ve un policía a quien pedirle ayuda. Si un pasajero quiere defender al agredido de seguro se va a llevar una puñalada en frente de la mirada perpleja e impotente de todos.
En las estaciones las puertas de acceso a los buses permanecen abiertas, violando cualquier protocolo de seguridad y arriesgando a los usuarios a caer en medio del pavimento a causa de los empellones y de ser atropellados por uno de esos buses rojos.
En las taquillas generalmente hay tres funcionarios de los cuales solo uno atiende la venta de tiquetes, mientras los otros dos, se hacen dizque los que trabajan, recontando monedas, y algunos más descarados hacen visita. Los usuarios esperan entonces desesperados y resignados acceder a un pasaje.
Como diría Santos «Esa tal hora valle no existe» porque siempre esos buses rojos van abarrotados y su frecuencia es cada vez menor. Puede un usuario esperar hasta veinte minutos un ‘expreso’ y media hora un ‘lechero’ o ruta fácil.
No se respeta el acceso ni el desembarque de los discapacitados, madres con niños en coche, ancianos o mujeres embarazadas.
Los domingos y festivos trabaja la mitad de la flota, porque según las directivas de Transmilenio hay menos gente usando el sistema, lo cual no es cierto. Esos días se desplaza mucha gente por la ciudad, y como casi no hay expresos, el despelote en los ‘lecheros’ es infame.
‘El Tobogán de la Caracas’ por cuyas losas Peñalosa sigue libre ‘vivito y coleando’, es algo inhumano, y que revienta los riñones a los usuarios. Los conductores de los articulados se creen Juan Pablo Montoya esquivando los huecos, y en ese ‘rally’ los pasajeros se golpean de ventana a ventana, de tubo a tubo, de puerta a puerta, lesionándose y sin derecho al pataleo.
Lo que antes era un encanto se volvió un tormento y Transmilenio es ahora un transporte indigno y grotesco. Definitivamente colapsó.
Aunque han llegado más biarticulados, buses híbridos y se han creado nuevas rutas, ese medio de transporte, para quienes adoramos Bogotá, somos de acá, nos hacemos llamar progresistas, y creemos en una Bogotá Incluyente, es un servicio improvisado, infame, inhumano y sucio.
Es un negocio millonario para los dueños de los buses, pero para los usuarios, ¡es la quiebra!, la quiebra de riñones, de tabiques, de tobillos, de cabezas, de muñecas y hasta de dientes, cuando los conductores frenan aparatosamente, por esquivar un hueco enorme en la Caracas, o por no atropellar un habitante de calle que se atraviesa, para ser embestido, y luego poder demandar al Distrito.
Nos gustaría que el gerente de Transmilenio, el alcalde Peñalosa, y hasta el presidente Santos, hicieran siquiera un viajecito en una articulado de esos en hora pico, o si quieren en hora valle, pero no con la prensa y los escoltas a sus espaldas, sino como usuarios de a pie, a ver qué piensan de ese medio de transporte, donde los pasajeros son tratados como ganado, mientras los dueños del negocio son ganadores de cualquier cantidad de plata a costa de la salud, la seguridad y el bienestar de los usuarios.
Y para qué hablamos de los buses del SITP, que pasan cada hora, que ya no paran en los paraderos sino es porque uno se les atraviesa para que lo recojan, que viajan en medio del trancón, y cuyos conductores creen que van manejando sus antiguas busetas destartaladas y jalonean esos buses que da miedo. Además, son una amenaza para quienes tienen vehículo particular porque estos ‘señores’ por su torpeza, y el manejar con odio, dañan cuanto carro se les acerca. Son de verdad una amenaza para peatones y conductores. En cada esquina uno ve un bus azul del SITP estrellado, varado o volcado. Son ‘tartalas’ maquilladas.
Los dejo, porque allá viene el C19, después de media hora de espera.
¡Oigan no empujen!
Ver ¡Una silla azul por favor! No hay solidaridad en Transmilenio
giovanniagudelomancera
periodista
Tarjeta Profesional #8356 Expedida por el Ministerio de Educación Nacional
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