Fernando Gaitán, libretista. Foto: Claudia Rubio/ EL TIEMPO (26/01/2005)

Esperé unos días para escribir sobre Fernando, mientras pasaba la conmoción de su temprana muerte y los merecidos homenajes.

Lo conocí en RCN TV cuando todavía era programadora, en el año 95, y me lo presentó mi amigo Pepe Sánchez, cuando se estaba grabando Café con Aroma de Mujer, obra magistral de Fernando.

Lo primero que le dije al verlo fue «soy periodista, pero quiero pasar al oficio de escritor en algún momento, como lo hizo usted». Me contestó que él todavía se estaba formando y que aún le faltaba mucho camino por recorrer. «Debes escribir todos los días, con disciplina, que se vuelva tu hábito».

«¿Te puedo mandar algunas cosas que he escrito y me das tu opinión?», le pregunté. «Claro que sí, cuando vayas a Bogotá me las llevas a la oficina y las miramos».

Desde ese momento mantuve una muy buena comunicación con el Maestro y cada vez que venía a la capital, lo buscaba y comentábamos acerca de mis escritos. «Tienes madera, sobre todo vocación, pero te aconsejo que escribas lo que tu profesión te permite ver, sobre la realidad de las cosas, de la vida. Es importante observar, investigar y el contacto con la gente, y así es más fácil narrar historias. Es solo plasmar lo que oyes y ves, eso sí, con tu estilo propio. Escribir es retratar una realidad, aunque parezca ficción».

A comienzos del 98, cuando ingresé a RCN TV antes de convertirse en canal privado y donde laboré 8 años como editor periodístico, productor y realizador, la amistad con el Maestro se fortaleció. Yo era visitante asiduo de su oficina de puertas abiertas, le llevaba mis guiones en papel pues no le gustaba que se los adjuntara por correo, decía que con él todo era a la antigua, y mientras los leía compartíamos un ‘amarillo’.

Me inscribí absolutamente en todos los talleres que el dictó dentro y fuera del canal, y asistí a todas las charlas que por esa época Rocío Arias (asistente de Daniel Coronel), programó en RCN TV con Fernando. Eran tertulias en las que profesionales reconocidos compartían sus experiencias con quienes estábamos interesados en formarnos en otros campos. Y nuestro sitio de bohemia era el ‘Sitio’, un lugar del cual él fue socio y donde le dábamos rienda suelta a nuestras pasiones musicales, literarias y periodísticas. Sin duda un lugar de ensueño. «El día es para trabajar y la noche para vivir» decía el Maestro, y lo cumplíamos a cabalidad.

Poco a poco fui madurando mis guiones con la ayuda de Fernando, fui consolidando la vocación de escribir, pero confieso que el miedo a mostrar mis historias aún no lo he perdido, y es algo que Fernando siempre recalcaba: «Seguridad y convicción con cada letra que escribas».

Cuando pasé al Canal Caracol y luego a otros canales y productoras, dejamos de vernos de forma frecuente -por lo menos laboralmente-, pero coincidíamos en la ‘nocturna’ y me contaba de sus proyectos, como siempre. Yo fui, tal vez, el primero que supo de Betty la Fea en el 98.

Compartía conmigo sus miedos, porque también los tenía; sus situaciones emocionales; sus frustraciones, especialmente con la industria de la televisión, porque aunque su trabajo fue reconocido, bien pago, premiado y por siempre recordado, también hubo momentos en los que hasta desempleado estuvo, y por ende, endeudado y sin inspiración para escribir.

No era un ejecutivo, él mismo lo reconocía, no era un tipo de oficina y mucho menos un gran productor, pero si el mejor autor y guionista de todos los tiempos en nuestra televisión y de los mejores del mundo.

Siempre quiso dirigir su propia novela y su obra de teatro, género en el que también estaba incursionando con éxito cuando la muerte lo sorprendió, en mi concepto, una muerte bonita, silenciosa y tranquila, sin afán, como fue el vivir del Maestro. Él se tomaba su tiempo para todo, ponía a sufrir a actores y directores con la entrega de los libretos. Con Betty la Fea conmocionaba el canal, pues todos estaban pendientes de los guiones para producir, grabar, promocionar, o sencillamente disfrutar la historia, pero él nunca se dejaba presionar. Con su cigarrillo, su whisky y su música en tercer plano creaba historias a su ritmo, como lo hacía con todo en su vida.

«Fernando era una persona muy culta, pero cercana a la gente», como bien lo dice La Mencha, Margarita Rosa de Francisco, quien encarnó uno de sus personajes más bellos, Carolina Olivares, en Café con Aroma de Mujer.

El Maestro no inventó nada, plasmó la realidad en sus novelas sin disfrazarla, la historia, los diálogos, hasta los silencios y las pausas, eran un vivo retrato que Fernando hacía de la vida.

Los personajes de Gaitán los traía a sus historias de su círculo más cercano, o de amigos, o de conocidos, o desconocidos, existían de verdad, él solo los llevaba a la pantalla y les daba un papel.

Como anécdota curiosa debo contar que cuando Fernando debía asistir a esas reuniones con altos ejecutivos de canales internacionales para finiquitar sus proyectos, ellos le preguntaban, «¿y dónde está tu grupo de trabajo?», y él contestaba, «soy solo yo».

Espero perder el miedo a seguir escribiendo y algún día publicar esas historias que al Maestro le gustaron y que según él merecían ser contadas, lo importante es tener la valentía para ofrecerlas y para defenderlas. Si algún día logro hacerlo, Fernando estará orgulloso de mi.

Nos vemos en la otra dimensión Fer, solo es cuestión de tiempo.


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Giovanni Agudelo Mancera

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