Hoy queremos ceder nuestro espacio a nuestra querida amiga y colega Raquel Sofía Amaya quien nos envía un relato de una historia que, aun que no lo crean amigos lectores, ¡sucedió! y no hace parte de la ficción, es la realidad en su más indolente expresión.

Jamás pensé que mi madre pudiera morir. Ella era eterna, infinita, imperecedera, absoluta. Ya la dama negra había hecho presencia en mi vida tomando el linaje de las mujeres que me forjaron, pero no fue hasta el momento en el que un día de febrero todo se detuvo y fue la muerte misma la que hasta ahora me propinó el dolor más fuerte y profundo al llevarse por derecho propio, sin preguntas, sin reparos, a mi madre. En ese instante la muerte hizo que el dolor cobrara vida. Sí, la muerte generó vida, nació la tristeza, la ausencia, la triste condición humana que nos hace tan pequeños, tan mínimos, tan solos.

No tuve hermanas y eso, no es fácil porque la lógica de los hombres es tan distinta, tan lejana, tan diferente. Las mujeres habitamos la metáfora, la utopía, la paradoja. Es nuestro escenario natural, es tan cotidiano este mundo para nosotras que no es extraño, pero tuve la fortuna de contar con una hermana de la vida en donde los lazos de sangre están revaluados, obsoletos y olvidados. Pero, de nuevo, no imaginé que mi hermana de la vida también debía surtir esas aburridas y desgastadas etapas que te arrancan el alma y te llenan de dolor.

No vi venir un hecho evidente: mi hermana también, en algún momento debería enfrentarse a la pérdida de su madre. De nuevo la muerte haciendo su entrada triunfal, de nuevo apareciendo orgullosa, altiva, desafiante. Estaba aquí de nuevo y esta vez se llevó a la madre de mi amiga, de mi hermana. La sentí ajena, quebrada, devastada. Mi amiga del alma, en medio del más profundo dolor hoy transitaba el más amargo de los instantes. El mundo para ella se detuvo, la infinita tristeza se convirtió en llanto y en el más desgarrador de los escenarios. Todo era como una película que no sé en qué género ubicar. Las escenas de un libreto (escritas por El Libretista Mayor), estaban listas, perfectamente organizadas, en la clínica los partes médicos cumplían su función científica y para las batas blancas eso es suficiente, mientras mi amiga, mi hermana, se doblaba indefensa ante la imponente presencia de la muerte que sin dudarlo se llevaba a su madre.

El resto, estaba escrito también, los trámites y por supuesto, la oscura y angustiosa escena de los arreglos funerarios. Es aquí cuando aparecen los traficantes del dolor, los comerciantes del llanto, los mercaderes del sufrimiento y lo hacen de la manera más amable y comedida. Me cuesta pensar que la muerte es un negocio, pero una empleada de Capillas de la Fe, se acercó a mi amiga y se encargó de todo el proceso para brindar los servicios de velación y funerarios de su madre. En medio de semejante dolor tan intenso, todo parecía transcurrir como transcurre la muerte de los seres humanos, de no haber sido porque en el momento en el que la carroza fúnebre que transportaba el cuerpo de la madre de mi amiga las cosas cambiaron abruptamente.

De la manera más absurda e irrespetuosa el conductor del carro fúnebre detuvo todo el cortejo en la carrera séptima con calle 112 en Bogotá. ¡Sí! ¡No se movía!, el tiempo se congeló. Un trancón ocasionado por un “entierro” en esta zona de Bogotá, era la razón de esta locura. Más de 45 minutos de desconcierto total. ¿cuál era la razón para detener una carroza fúnebre así en medio de la calle? muy sencillo: mi amiga, en medio de su angustia, había olvidado hacer la transferencia del pago a la empresa Capillas de la Fe. ¿Por qué no le recordaron antes?, ¿Por qué esperaron hasta este instante?

¡Ni Eugène Ionesco habría podido describir este absurdo! ¡No moverían la carroza fúnebre con el cuerpo de la madre de mi amiga hasta tanto no se hiciera el pago y se comprobara que efectivamente la transacción fuese válida! ¡Qué indolencia! ¡Qué irrespeto por el dolor de las personas ante la presencia irrefutable de la muerte! ¿no era más fácil llamar a mi amiga y pedirle que hiciera el pago sin tener que recurrir a algo tan bajo?

Fueron 45 minutos de angustia, en medio de una situación en la que mi amiga estaba entregando a su madre a la muerte ¡y la empresa Capillas de la Fe solamente pensaba en el dinero, que obviamente se iba a pagar!

Capillas de la Fe, se encargó de aumentar las lágrimas de mi amiga, de hacer más difícil ese doloroso momento. Solamente me queda la tranquilidad de saber que la madre de mi amiga ha surcado un arco iris en donde algún día nos encontraremos.

Por: Raquel Sofía Amaya

Magistra en Comunicación