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Una vez dejamos el aeropuerto en Sydney nos dirigimos a la estación del metro. Allí compramos los tiquetes para ir a nuestro destino final. El tiquete me pareció costoso – 14 AUD-; comenzaba a descubrir la fuerte economía australiana. 
El metro al que subimos era asombroso, al menos para mí, que venía de conocer lo más desarrollado hasta el momento en términos de transporte: Transmilenio. De camino al sitio de alojamiento, el metro parecía que volara, muy suave. Me rememoró una película con el súper anabolizado Arnold, aquélla donde iba a Marte a darse bala con marcianos. La entrada a los túneles, iluminados con luces blancas fluorescentes ,y la rapidez y limpieza del metro, me recordaron esa historia.
Por el camino comienzo a percibir las primeras impresiones de esta gran metrópoli: Personas de todas las nacionalidades, razas y religiones; autos lujosos, grandes edificios, mar, grandes botes, ferris, entre otros, y para rematar el imponente puente Darling Harbour que junto al Opera House son dos de los íconos más representativos de Sydney. Pasar por estos monumentos de primerazo emociona, alegra y una vez más se toma como una bienvenida.
La estación de destino es Milsons Point, justo a pocos metros de este puente. Allí descendemos y con mapa en mano buscamos la dirección de alojamiento. Obviamente aquí no se puede preguntar «¿Disculpe, usted sabe cómo llego al 20 de julio?». Las direcciones son algo complejas, muy diferentes a la nomenclatura colombiana. Aquí cada calle tiene un nombre, y luego sigue un número. El resultado final: perdidos. Juan Camilo, con su inglés más avanzado, le pregunta a un ciclista, pero el hombre estaba más perdido que nosotros, y para rematar, de Medellín, recién llegado también. La solución más cercana fue llamar a mi compañero de apartamento -flatmate, aquí comenzamos a practicar el inglés- y él fue a recogernos. Estábamos a una cuadra.
Nos recibió José, un venezolano de padres barranquilleros. El hombre muy amable nos ayuda con las maletas y llegamos al apartamento en cuestión de segundos. Lo primero, una ducha, pues luego de 20 horas entre aeropuertos, aviones y metros el cuerpo huele bonito, y pide agua a chorros. Luego del bañito y oliendo a jabón rexona colombiano y champú Ego anticaspa – para nosotros los hombres – estoy nuevo. En realidad no he sentido para nada el cambio de horario o famoso jetlag. 
asado un tiempo llega Carolina, mi amiga colombiana que ya lleva un par de meses aquí. Saludo con abrazo de oso, entrega de paquetes enviados desde la tierrita y a conocer Sydney. Ella llega con su novio de nacionalidad iraní, nos invitan a conocer una playita y a comer algo. De camino a la playa el novio de Caro es bastante atacado al conducir. Arrancaba como en sus mejores épocas lo hacía Montoyita. En un dos por tres llegamos al destino: Una playita, ni idea dónde, pero era playita. Allí fue mi primera compra y enfrentada a un cajero. «One of those, please» dije, señalando lo más conocido para mí: Hamburguesa y papas; añadí una coca cola y listo. Juan Camilo pidió «Fish and chips» y una coca cola. Yo pedí la cuenta: Apenas 30 dólares. What? Who order chicken????? Como quien dice ¿Quién pidió pollo?. Con eso como en Colombia una semana en El Sury, me alcanza para el helado con pasas de Mimos, y me sobra. En fin, a pagar y a tratar de no pensar en pesos, porque duele. Luego, a la playita a comer. Ya eran casi las seis de la tarde y el frío era bastante penetrante. Estuvimos un rato ahí, conversando en un inglés algo trabado para mí, pero la idea es comenzar a soltar la lengua. De regreso en la casa, acomodé mi sofá cama y a dormir.
Al otro día, en la mañana destiné un par de horas a trabajos aún pendientes con Colombia y en la tarde a encontrarme con Juan Camilo. La estación elegida fue Town Hall, cercana al colegio donde estudiamos y a los lugares donde residimos. Allí, con mapita en mano comenzamos a caminar y a reconocer el terreno, aprendiendo las normas de la ciudad. Aquí los del polo democrático serían felices pues todo es por la izquierda; por donde caminan los peatones, por donde van los carros, entre otras.
Los semáforos son inteligentes y se respeta mucho al peatón, quien tiene prioridad sobre los carros. Rara vez se ve que un conductor pite o que no cedan la vía, cuando otro automóvil desea pasar, aunque no falta el atravesado. Para pasar la calle, uno presiona un botón debajo de los semáforos. Si nadie presiona el botón, el semáforo nunca cambia a rojo. ¿Interesante, verdad?. Además, para personas discapacitadas, el semáforo emite un sonido – tic, tic, tic- cada segundo cuando está en rojo para peatones; cuando cambia, el sonido se hace más rápido y se asemeja a cuando uno corretea un pavo para invitarlo a la cena de navidad: -tacatacatacataca-.
Las primeras diligencias importantes son abrir una cuenta bancaria y tener un teléfono celular. Para la primera, abrí la cuenta en el Commonwealth Bank. Es un banco popular por estas tierras y la cuenta se abre sólo con el pasaporte -igualito que los bancos colombianos-; y más sorpresas me esperaban; por ser estudiante no cobran cuota de manejo, ni por la tarjeta, ni por retiro, etc; Además, para sacar dinero solo hay que ir y presentar el pasaporte. Ni la tarjeta es necesaria, salvo en los cajeros automáticos o cuando el banco no abre. Quien nos abre la cuenta es un italiano y le enseñamos a decir «firma», pues quiere aprender algunas palabras del español.
En segunda medida está el celular. Apenas conozco dos operadores: Optus y Vodafone. El primero exige una visa de dos años para tener el Iphone, entonces me ha mordido el marrano; y en prepago cuesta casi 900 dólares. Vamos a Vodaphone y allí no venden el iphone en prepago, pero vi un smartphone de nokia super bonito. Pagué, cargué una tarjeta y listo. Aunque el vendedor dijo que no tenía disponible el servicio de internet por ser prepago, intenté conectarme de regreso a casa desde el metro y ohhhhhhh mamma mía!!!!!! conectado al Messenger y al correo electrónico desde el celular, impresionante. Luego vine a saber que me descontaban de la tarjeta el uso de internet, pero no importaba ya; en realidad el servicio de google maps y gps a través de la red es descrestante.
Aquí la gran mayoría de redes inalámbricas Wi Fi – por no decir todas- están protegidas. Todas piden clave, pero hay miles disponibles en cualquier punto: Bares, supermercados, restaurantes, incluso hay unos cafés para backpackers -aquellos mochileros que van viajando por días de país en país – en los que el internet es gratis.
Listo la cuenta y el teléfono. Siguiente paso: Buscar un sitio fijo para vivir…
A la conquista!!!

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