La palabra influencer o influenciador, como le quiera usted llamar, pareciera que hoy en día valiera más que el título de la Corona Inglesa, que un cuadro de da Vinci, un Nobel de Paz, en fin. El propósito que tengo en este espacio es retar e ir un poco más allá de lo que significa ser influenciador, o bueno, el significado que se le ha querido atribuir a esta palabra en los últimos tiempos.
Empecemos por aclarar que esta idea de ser influenciador no es propia del Siglo XXI como muchos creen. Desde hace varios años, tanto en Europa, pero sobretodo Estados Unidos, se han visto figuras que marcaron un hito en la industria del entretenimiento y la comunicación. La lista es gigantesca, pero devolvámonos por un momento a recordar a un personaje del que seguro todos hemos escuchado hablar: Marilyn Monroe, recordada por sus excentricidades, en plena época de los años 50s y 60s.
Sus películas, comerciales, fotografías, y por supuesto la hasta hoy mencionada polémica de la “falda levantada” que le dio la vuelta al mundo, hacen de esta mujer un ícono inmemorable. Marilyn fue sin duda alguna una mujer que acaparó los medios de comunicación de ese entonces, rompiendo con todo tipo de esquemas impuestos sobre la mujer y su supuesto “deber ser” a la hora de comportarse, mostrarse y comunicarse con frases célebres como: No me importa vivir en un mundo de hombres, mientras pueda ser una mujer en él.
Incluso si nos devolvemos aún más en el tiempo, durante la Segunda Guerra Mundial surge la “Teoría de dos pasos” de la comunicación, desarrollada por los sociólogos Paul Lazarsfeld y Elihu Katz, que fue utilizada principalmente para entender esa influencia que tenían los medios americanos en los electores. En ese entonces a quienes interpretaban y transmitían los mensajes de los medios, se les conocía como líderes de opinión y eran personas carismáticas, informadas, expertas, y que representaban una fuente de información confiable que transmitiera ideas contundentes (Science Direct, 2021).
En fin, siempre hemos tenido y tendremos personajes que comunican los mensajes como influenciadores, y personas que los reciben de una u otra manera como influenciadas.
Pero si uno se detiene hoy en día a buscar la definición de la palabra influencer, esta gira en gran parte, por no decir toda, entorno a las marcas, el número de seguidores, la credibilidad a la hora de vender, la calidad en las fotografías, popularidad, el consumismo, y así sucesivamente…
Yo, en lo personal, no estoy del todo de acuerdo con esa visión. Pareciera que en tiempos anteriores la vocería se tomaba para defender los derechos más básicos de la mujer, para lograr objetivos políticos que marcaran la historia, conquistar territorios en medio de una guerra, romper con los esquemas autoritarios de un gobierno, pero actualmente se le ha quitado el brillo que emanaba por si sola esta palabra para transformarla en simples transacciones comerciales. Todas esas arandelas que se le han ido construyendo a la definición, le añaden barreras para que cada vez más personas sientan más ajeno y lejano el poder ser un influenciador.
Porque como no tienen ese mismo número de seguidores, la ropa que está de moda, los lujosos apartamentos desde los cuales se ven las tomas perfectas, pues entonces dejan la labor en manos de otros.
No quiero generalizar, no ocurre en todos los casos.
Pero como en este espacio no busco dejar un mensaje negativo al respecto, propongo que esa concepción a veces tan básica a la hora de utilizar correctamente la palabra, se transforme. Hagamos el ejercicio “yo soy influenciador cuando”:
- Hablo de un tema con propiedad y verdadero conocimiento de causa. ¿Realmente domino ese tema?
- Si busco promover una buena labor como el cuidado del medio ambiente y el consumo circular, me pongo las “botas” y voy al origen del problema. No lo trato cómodamente desde mi casa o proponiendo soluciones que simplemente estén de moda pero que no son accesibles a todos los colombianos.
- Me convenzo de que no es un tema ajeno a mí, y propio del que es famoso. Yo puedo influenciar a mi familia, amigos y a la comunidad, a tomar decisiones responsables por el país en momentos de crisis o en el día a día como buen ciudadano.
- Veo en cada problema una oportunidad, y no me quedo en la “quejadera” detrás de un celular sin activar mi poder de cambio.
¿Por qué no creamos en Colombia nuestra propia versión de la popular lista de la Revista Times que elogia a las 100 personas más influyentes en todo el mundo, pero incluyendo aquellas que no necesariamente sean famosas y que sientan que son verdaderos influenciadores?
Seguramente usted que está leyendo este artículo siente que le gustaría que otras personas conocieran la gran labor que hace. O sabe de muchas otras que tienen grandes plataformas (y no por esto me refiero a las redes sociales únicamente), que deberían ser escuchadas para que su mensaje se replique en todo el país.
¿Será que entonces el ser influenciador es solo un trabajo de los famosos?
Usted me dirá.