En el tramo final de uno de los programas de cocina más importantes del mundo, vemos evidenciadas diversas situaciones que se asemejan mucho con la vida diaria; con esa cotidianidad tan simple, pero a la vez tan sorprendentemente importante que nos deja lecciones invaluables.
Más allá de ser un ´reality´ que gira entorno a la preparación de platos increíbles de comida que recorren los rincones más importantes de nuestro país, este programa deja en evidencia la evolución de personas que por más que sean “famosas”, son el reflejo de muchas experiencias cotidianas a rescatar.
Empecemos por el concepto de la equivalencia ante las expectativas. Siempre nos han enseñado que a mayor esfuerzo mayores recompensas y resultados.
En la universidad era casi que una ecuación: entre más me dedico a estudiar, mejor me va a ir. Rara vez era una cuestión de suerte.
Sin embargo, entrando en la vida laboral comienzan a llegar todos esos factores externos que van a complicar mucho más esa sencilla ecuación. Los ánimos de los jefes, su visión de las cosas, gustos personales, experiencias, etc, etc. En este caso del programa, a pesar de que vemos que ya en la etapa final el esfuerzo de todos es casi el mismo (por no decir el mismo), no siempre salen bien las cosas en el atril.
Es decir, muchas veces vemos ante los ojos de televidentes inexpertos cómo un plato con una base divina, con la carne doradita y los brotes de vegetales perfectamente cortados pueden resultar en un montón de observaciones que les dan el vuelco total a las cosas:
El color del plato era el equivocado, la salsa no tenía suficiente sal y la carne estaba “pasadita”.
Ante estas situaciones nos llenamos de ira, decepción y frustración porque eso no fue lo que teníamos en mente cuando le metimos toda la ficha. Es difícil de creer que uno quiera presentar algo feo y de mal sabor. Por lo general, a menos de que nuestros ánimos nos jueguen una mala pasada, siempre vamos a querer dar lo mejor de nosotros mismos.
¿Es suficiente? Yo no lo creo. A veces simplemente tenemos que conformarnos con tener nuestra conciencia tranquila y disfrutar del camino sin olvidar la meta que tenemos. Y la razón de ello es que no basta con dar el 200 %, siempre habrá factores externos que entren a desordenarnos nuestra ecuación. No obstante, esto no es un motivo para desconfiar de nuestro esfuerzo y de las capacidades que hemos desarrollado.
Ese finalmente es el “juego” al que la vida nos tiene sometidos. Pero, si sabemos jugar bien, de seguro todo saldrá bien.
Otro elemento que ha saltado a la vista en el programa es lo que yo llamo la macro resiliencia aplicada desde una visión holística. Todos sabemos que la resiliencia está valorada hoy en día como la posibilidad que tenemos de sobrepasar los obstáculos y seguir adelante.
Sin embargo, en un programa como estos vemos que dicha definición se desdibuja, ya que no es tan sencillo como levantarse al otro día y cocinar mejor.
Hay semanas donde nos dan “palo” por todo, donde la convivencia con nuestros compañeros se vuelve compleja, donde los egos se sobreponen ante cada decisión. En definitiva, donde nada gusta y solo queda el sabor amargo.
Lo que sucede en estas competencias no es nada distinto de lo que enfrentamos en el día a día. La única diferencia es que no hay un premio de 200 millones al final.
Ser resiliente se convierte entonces en ese salvavidas diario que nos permite evitar caer en la depresión, frustración y desmotivación. Pero verlo de forma holística implica estar conscientes que no solo depende de superar un obstáculo, sino de saber sobrellevar a las otras personas y sus complejidades, en concentrarnos en nuestra meta sin importar el qué dirán, y en saber manejar las críticas y los ánimos.
Pero sobretodo, es tener inteligencia emocional.
Mejor dicho, ser resiliente termina siendo la capacidad de manejar ese “arroz con mango” que la vida nos pone en frente cada día y no perdernos o enloquecernos en el intento.
Son muchos factores para tener en cuenta, que no son fáciles de balancear, y tendemos a ser jurados muy duros tanto de los demás como de nosotros mismos.
Siendo espectadores les damos “látigo” a los participantes o a los mismos jurados; como si nosotros fuéramos superiores a ellos. A lo mejor, en más de un capítulo, nos hemos visto reflejados en algún sentido y eso nos aterra.
No es fácil sacar adelante hoy en día los sueños, no es fácil convivir con los demás, no es fácil el simple hecho de vivir en un mundo como el que tenemos.
La vida es como cocinar: puede que el plato sorprenda y genere recordación en los demás o simplemente se nos termine quemando y nos toque volver a empezar.
Pero lo importante es que al final del día sabemos que de alguna u otra forma, nos toca volver a prender el horno y como sea llevar ese plato al atril.
Chapeau, porque todos, en algún momento, hemos sido cocineros en nuestra vida.