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Recientemente en la ciudad de Londres, más concretamente en la Galería Nacional de Arte, se presentó una situación que no solo llamó mi atención, sino que creo que merece toda nuestra reflexión.

Antes de darle paso al debate (que lo dejaré en manos de ustedes mis lectores), les daré el contexto pertinente.

El grupo de activistas “Just Stop Oil” recientemente fundado en el Reino Unido, tiene como propósito principal luchar y generar resistencia en contra de las operaciones petroleras (extracción, producción y comercialización). Para lograr su objetivo utilizan diferentes mecanismos en ánimo de protesta como las marchas, los bloqueos viales, el uso de carteles, etc… con los cuales esperan llamar la atención del Gobierno y los civiles.

Literalmente se acuestan en las principales calles de Londres y se quedan ahí durante horas trancando todo el tráfico (no estoy diciendo que esto me sorprenda, acá sucede todo el tiempo, pero en ciudades como aquella, la verdad sí).

Detengámonos en esta primera parte. Si uno se toma el tiempo de buscar a la organización en redes sociales, se da cuenta que es un grupo bastante activo y que tienen objetivos claramente trazados con los que sí o sí desean llamar la atención  a toda costa.

¿El propósito es válido? Claro, es salvar al Planeta.

¿Los métodos son los adecuados? No lo sé.

Lo que sucedió es que Just Stop Oil decidió manifestarse en la Galería Nacional de Arte en frente del famoso cuadro de “Girasoles”, de Vincent Van Gogh, el cual fue elaborado por el artista en 1888 y que, para muchos, es una de sus obras más queridas. La manifestación consistió en arrojarle al cuadro unas latas de sopa de tomate con el ánimo de evidenciar dos cosas:

La primera tiene que ver con la crítica frente a qué tanta importancia le damos a la protección de nuestro Planeta, versus a las obras de arte en estos suntuosos y custodiados lugares.

Y la segunda, tiene que ver con una reflexión frente a la crísis humanitaria que viven las personas alrededor del mundo relacionada con el hambre y al desigualdad: hay quienes son tan pobres, que ni les alcanza para una lata de sopa.

Ahora bien, la crisis a nivel mundial por la degradación de nuestros ecosistemas es inminente. El 2050 va a ser un año supremamente crítico y debemos prepararnos mientras nos “ponemos las pilas” para evitar una catástrofe de talla mundial.

Sin embargo, al evidenciar los resultados de esta manifestación, nos damos cuenta de que los titulares terminan haciendo énfasis es en el vandalismo entorno a la gran obra de Van Gogh y lo molesto que esto puede resultar para el público, antes que en un gran acto heroico en pro de nuestro ambiente.

Incluso podría casi que asegurar que la gran mayoría hacen alusión al atentado artístico que esto representó; ¡nada más!

Con eso dicho, podemos evidenciar que a pesar de que estas organizaciones tengan en su mente un gran propósito y una buena intención para abrirle los ojos a la humanidad entorno a los problemas que más nos aquejan, definitivamente el medio debe ser el adecuado sino quieren terminar opacados por otros intereses.

Intereses que siempre van a estar, siempre.

En este caso, el amor y respeto al arte terminó prevaleciendo sobre el apoyo o la empatía que hubieran podido recibir por parte de la gente. Así de sencillo.

Es decir, en mi opinión hay formas de hacer las cosas para que tengan el impacto que buscamos. Si las hacemos de una u otra forma, tenemos que estar a la deriva de cómo va a reaccionar nuestro público.

Ahora bien, con esto no quiero desconocer la gravedad del problema ambiental en el que nos encontramos. Incluso pienso que en un futuro muy cercano esos grupos serán cada vez menos silenciados y más escuchados, ya que nos encontraremos en un punto de no retorno.

Pero hasta el momento, no podemos esperar incinerar a la Mona Lisa para demostrar nuestra furia ante la deforestación, y que todo el mundo se conmueva y pare de talar los árboles.

Son símbolos, yo lo entiendo y está bien. Pero hay que saber construirlos para que tengan el efecto deseado.

Por otra parte, hay un punto interesante en todo esto que vale la pena resaltar.

En el 2019 ocurrieron dos acontecimientos que detuvieron al mundo entero: el incendio de la Catedral de Notre Dame en París, una obra arquitectónica impresionante y sagrada para el país francés; y, por otro lado, los devastadores incendios en Australia que arrasaron con más de 61000 koalas y cientos de hectáreas de bosque.

Dos eventos supremamente impactantes, pero con efectos completamente distintos. Sin embargo, abro el debate: ¿debería dolernos más el hecho de perder una magnífica construcción histórica que nuestra propia fauna y flora?

Muchos dirán: no mezclemos peras con manzanas y así viviremos más tranquilos.

Puede ser, pero ¿será que a veces nos duele más perder lo material que lo natural sabiendo que lo primero puede ser más “fácil” de recuperar que lo segundo?

Digamos que la respuesta sea que nos preocupan las dos cosas por igual. Eso es válido, pero entonces la duda sigue siendo si le damos una mayor dosis de protección e inversión a ciertos objetos históricos, mientras paralelamente estamos permitiendo la destrucción de reservas naturales que son sagradas para nuestra supervivencia.

Un museo recibe al año muchos millones de pesos para su protección, y no estoy tan segura de que nuestro Amazonas tengan ese mismo grado de financiación.

Este es un tema supremamente controversial. Me gusta mucho el arte, lo respeto, lo admiro, y a la vez soy amante de la naturaleza y me preocupa mucho lo que está sucediendo con el Planeta.

Nunca me había puesto a pensar que ambas cosas estuvieran siquiera relacionadas, hasta esta manifestación de Londres. Y con esto tampoco busco afirmar que al que le gusta el arte es un anti ambientalista que no le importa lo que suceda con La Tierra. Todo nos puede gustar en paralelo, el punto es la coherencia y las justas proporciones.

Es una simbología muy poderosa que lleva a muchos cuestionamientos y reflexiones.

Seguramente habrá muchos que dirán: ¿y ahora entonces no puedo disfrutar de mis museos en paz? Tranquilo, hágalo sin problema, pero ojalá esté abierto a discutir porque para qué, el tema está bien interesante.

Dejo el debate abierto.

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Abogada y Politóloga egresada de la Universidad de los Andes, con un Minor en Gobierno y Asuntos Públicos. A lo largo de los últimos años he trabajado en el sector público y privado en compañías que mueven el desarrollo del país. Twitter: @LinaPaez05

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Comienzo por lo que me trajo aquí:



Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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