La verdadera joya de la corona que tiene esta ciudad no es propiamente una escultura, un monumento, museo o un símbolo que veamos en las calles a diario.
Chingaza es un parque natural que entró en la lista verde de áreas protegidas y conservadas desde el 2020 por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Lo anterior implica un apoyo impresionante para que el Parque pueda continuar sus funciones de conservación, mantener todos los estándares de funcionamiento y promover una serie de alianzas con instituciones que le permitan fortalecerse cada vez más.
Este fin de semana tuve la oportunidad de subir por uno de los senderos que considero más retadores a comparación de otros que había hecho en el pasado, por la entrada de Guasca – Cundinamarca.
El recorrido es bastante exigente no solo por la altura sino por las condiciones climáticas del terreno que hacen de esta una experiencia inolvidable narrada por los guías más expertos y empáticos que he conocido.
Incluso me llamó la atención que el proceso mismo de subir no solo se convierte para quienes lo quieran ver así, en un proceso personal de retarse hacer algo diferente, sino a dejar atrás nuestras reglas, para adaptarnos a lo que los guías llaman “la Ley de la montaña”.
Básicamente usted sube ateniéndose a lo que el páramo le brinde, a cómo esté el clima y a lo que los guías le indiquen hacer.
Es impresionante cómo el terreno cambia a medida que uno va subiendo y lo perfecta que es la naturaleza en esas condiciones tan particulares para mantenerse en funcionamiento y supervivencia continua.
Las Lagunas de Siecha son impactantes porque hacen parte de un cuadro con montañas escarpadas que alguna vez estuvieron cubiertas por hielo y que representan un paisaje completamente imponente para el hombre.
Los senderos están cubiertos por frailejones que tardan en crecer entre 1 y 1.7 centímetros al año. ¿Pueden creerlo?
Estas 76.600 hectáreas logran proveerle a Bogotá agua para alrededor de 10 millones de personas a través del Embalse de Chuza.
Es por esto que su conservación se vuelve indispensable para nosotros y por supuesto, para todas las especies de fauna y flora que allí habitan.
Una subida a casi 3600 metros de altura que vale toda la pena no solo para empaparse un poco más de los orígenes de muchos de los recursos que utilizamos a diario, sino como una manera de escapar de la cotidianidad, de retar los que consideramos pueden ser nuestros límites, y de apoyar la conservación que tanta falta le hace a nuestro país.
Ah eso si, suba con calma, no se deje presionar si hay gente que sube más o menos rápido que usted, y ojalá se ponga un propósito cuando esté a punto de llegar a la parte más alta del páramo.
Y ustedes, ¿ya fueron a Chingaza?