Una pausa de mis artículos ambientales para hacer mis acostumbradas reflexiones. Y sí, abierta al debate con opiniones contrarias como de costumbre.

Dime cómo están tus valores y te diré quién eres.

Normalmente vemos la infidelidad como un acto supremamente complejo entre parejas donde han sucedido un montón de hechos y contravenciones que desencadenan en el fin de un capítulo amoroso entre dos personas.

Pero no siempre es así.

La infidelidad es la punta del iceberg que termina desenmascarando la verdadera esencia de una persona y sus valores con los cuales decidió convertirse en la persona que es.

Si, ya sé que hoy en día se pregona mucho la idea de “si él tiene su relación libre, yo también, y eso no me hace una mala persona”.

Pero vayamos un poco más allá de una etiqueta o estilo de vida que hayamos decidido escoger.

Y es que ser infiel no es llevar un año metido debajo de las cobijas del otro.

Somo infieles muchas veces con nuestros pensamientos y “micro-actos” cotidianos.

No es llegar al punto de satanizar ni tampoco involucrar a la religión para llegar a extremos insensatos ni más faltaba. Pero si en la vida no crecemos con una noción medianamente estructurada de lo que está bien, y de lo que está mal, tendremos que lidiar con muchos grises que pondrán en tela de juicio nuestra esencia como personas.

“Ah es que yo solo le coqueteé, pero eso no me etiqueta como un delincuente”. No, probablemente en el Código Penal no esté tipificado tal acto, pero los valores que tú pregonas de ti mismo a los demás, sí entran en terrenos movedizos y grises.

¿Por qué? Por la falta de coherencia. Sí, ser consecuentes con nuestros actos es igual de importante a tener muy claro qué tipo de personas queremos ser. Lo que sea que escojamos, al menos tengamos los pantalones de defenderlo de manera hilada y sensata.

Sí usted considera que es una persona buena, con valores, educada, etc, etc, entonces aprenda a poner límites; entable una sincera amistad y no genere un “arroz con mango” que después ni va a querer “probar” y del cual se va a escapar, pero que generó un impacto no deseado en los demás.

Y es que esto último es responsabilidad señoras y señores. No podemos ir por la vida «tirando la piedrita» y dejando el «reguero» por donde se nos plazca, sin ningún tipo de consecuencia.

La fidelidad es un acto, entre otros, de respeto por el Ser ajeno. Se convierte en uno de los actos de amor más valorados en nuestra sociedad, que, aunque nadie ha dicho que no se cometiera lo contrario en siglos pasados, hoy sí que hay tentaciones.

El poder acercarse a una persona está a un “like”.

Las distancias se acortan y la inmediatez se convierte en un arma de doble filo para las relaciones sólidas.

Hay mucho ruido afuera y exponemos una parte de nuestra vida sentimental con quienes consideramos tienen los mejores intereses para nosotros.

Sin embargo, no porque pongamos una foto en la sala de la casa significa que la visita tenga derecho al álbum completo.

¿Sí me hago entender?

Y esto sí que no es una reflexión feminista. Lo he visto con muchos hombres, claro que sí, pero hay muchas mujeres que están cortadas “con la misma tijera” con la que tanto los juzgamos a ellos todo el tiempo.

Cada quién es libre, cada quién escoge, y seguramente usted, lector, ya tiene cédula para decidir.

Pero pregúntese lo siguiente: si tengo dos opciones: actuar conforme a mis valores o apartarme de ellos, ¿con cuál puedo convivir conmigo mismo durante más tiempo? ¿Qué queremos hacer con nuestro tiempo en la vida? ¿Ser recordados de alguna u otra forma es importante para nosotros? ¿Si irrespeto lo ajeno es porque tengo un vacío propio?

No lo sé, usted decida. Pero decida, eso de decir ser alguien pero voltearse de bando cada vez que le conviene, no convence mucho.

¿Qué opinan ustedes?