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Aunque me esfuerzo por ocultarlo, alguien siempre se termina enterando de cómo me llamo. Mis padres son conscientes de los daños morales y materiales que me han causado. Toda la vida he sido víctima de los mismos chistes predecibles.

«¿Jáiver Andrés? ¿El sacerdote que lo bautizó estaba borracho? jajajaja», me dicen con frecuencia, pensando que son ingeniosos y únicos con su comentario, mientras yo mentalmente hago la cuenta: «Este es el idiota número 523 que hace la misma broma».

Los comediantes se multiplicaron en la Universidad, cuando estuvo al aire ‘Protagonistas de Novela’, un reality show en el que causó sensación el participante Jáider Villa. Alcancé a contar a casi 2.000 graciosos que me saludaban llamándome como él.

Por si las moscas, les pregunté a mis padres si le habían sentido tufo al cura del bautizo, para descartar que haya sido un problema de alcohol. Pero no, me confirman que estaba completamente sobrio. «Entonces, ¡¿en qué estaban pensando para llamarme así?!», les reclamé.

Más de una mujer ha salido despavorida al enterarse de mi rebuscado nombre, gritándome a lo lejos «¡qué man tan ‘guiso’!». En entrevistas laborales, creen que mi nombre está mal escrito; con una mueca en mi rostro, confirmo que no hay ninguna equivocación (¡qué más quisiera yo!) y es entonces cuando el tipo de recursos humanos me advierte que deben hacerme un estudio especial de seguridad.

El colegio fue una tortura. Los niños son más crueles y despiadados que cualquier otra especie en el mundo. Los peces grandes no sólo se comen a los chicos, sino que además los humillan, pisotean, torturan y acaban con su amor propio. Yo tenía todas las condiciones para morir en esa selva: era débil, malo para el fútbol, bruto y, para colmo de males, ¡Jáiver!

Cometí un error garrafal el primer día de clases en sexto grado. Tenía 11 añitos (pobre de mí) y estaba estrenando colegio. Era nuevo en medio de un grupo de caníbales que estudiaban juntos desde primero. El profesor me pidió presentarme y yo quise ser franco y amigable… ingenuo, tonto: «Hola, espero que nos llevemos muy bien. Mi nombre es Jáiver Andrés, pero me gusta más que me digan Andrés». Cómo lamento haberles revelado mi primer nombre; durante todo el bachillerato, esas insensibles bestias me llamaron justo como les pedí no hacerlo (snif…).

 

Me llamo como un zapatero de barrio, exitoso y ‘tumbalocas’

Mi madre (temerosa de que emprendiera acciones legales contra ella) me explicó que, antes de que yo naciera, les pidió a mis futuros padrinos aportar cada uno un nombre. Mi padrino, que también es mi tío, propuso «Jáiver»; mi madrina, y además tía, planteó «Andrés».

Lo busqué de inmediato a él, para conocer de dónde había salido tal derroche de ‘creatividad’. Amenacé con demandarlo por perjuicios morales y materiales. Asustado, me explicó que todo tenía origen en sus épocas de zapatero remontador. «¡¿Y por qué tenía que ser remontador conmigo, si ni siquiera había nacido?!», le pregunté airado.

Me aclaró que su trabajo consistía en remontar calzado para dama y caballero. Según su historia, tenía un jefe llamado Jáiver, al que admiraba por sus buenos acabados en la confección y arreglo de zapatos, además de ser un hombre exitoso con las mamacitas del barrio, como Yasbleidy o Nury Estefani. En honor a él, y a su exitosa vida profesional y sentimental, es que me llamo así.

Entendí que mi tío lo hizo de buena fe y lo perdoné. Incluso creo que, dadas las circunstancias, tuve suerte. Pudo ser peor. Como humilde zapatero, no tenía mayores referentes para escoger un mejor nombre. Es consecuencia de la falta de mundo.

Es la misma historia de las pobres poblaciones costeras. Sus habitantes, en otro acto de ‘creatividad’ e ‘ingenio’ (y falta de mundo), bautizaron a toda una generación con el nombre de Usnavy, impactados por los buques de la Armada gringa.

Una amiga me ayudó en la búsqueda de nombres rebuscados y encontró una amplia gama en Facebook; hay combinaciones de todos los matices; van desde la frutal Usnabi Mata de Piña, pasando por la redundante Usnavy Marina y terminando en Usnabi Julieth, quien parece no salvarse ni con su segundo nombre.

Esa es apenas la punta del iceberg. Hay una especial devoción por la realeza británica. En la red social hay princesas Diana en todas sus formas y mezclas: Lady Di, Lady Diana, Leidi Diana, Leidi Di, Leidis y -por supuesto- Miladys. La letra ‘Y’ parece inquietar de manera especial y la literatura al respecto es vasta; no creo que haga falta dar ejemplos aquí. En Asia se encuentra a Onedollar Liu y a Chan Onedollar.

 

Ardila Lülle nunca le habría puesto Usnavy a una de sus hijas

Hay una página en Facebook llamada ‘The Taxi Name Collection Company’. Aquí se revelan nombres exóticos (o ‘guisos’) a través de fotografías que comprueban su veracidad: captan, por ejemplo, imágenes de las identificaciones de los taxistas. Allí me encontré con Severo Gallo Araque y no dejo de preguntarme si el papá de este señor, a la hora de bautizarlo, estaba pensando en algún buen polvo que tuvo en el pasado. No sólo en Colombia castigan así, hay un Batman Bin Suparman (sí, con ‘a’), de Singapur.

Es un mal de pobres. Lo tengo casi comprobado. Además de esculcar mi propia historia y navegar por Facebook, me fijé en las páginas sociales de los periódicos. Allí, en los eventos matrimoniales, no aparecen felicitaciones para Yasbleidy Triana y Jonathan Steven Farfán. Los reto a que encuentren distinguidas uniones como esa. ¡No las hay en la alta sociedad! En cambio, sí leí los anuncios de pomposas bodas entre respetables nombres como los de Catalina Gaviria del Castillo y Alfredo Orozco Hinojosa; o de Alejandra Lemaitre y Nicolás Poveda.

Expongo el tema de otra manera. Me imagino siendo hijo de uno de los empresarios colombianos más ricos: «Hola, ¿qué tal? Vengo en representación de mi padre, Julio Mario; soy Jáiver Santo Domingo». ¡No! Los hijos de este señor son Alejandro y Felipe; tiene una nieta llamada Tatiana. O hago el ejemplo con Carlos Ardila Lülle, cuyas hijas son María Eugenia y María Emma. ¿Pueden siquiera pensar que hubiera bautizado a una de ellas como Usnavy?

Lo máximo que puedo hacer a estas alturas es reflexionar con cuidado acerca de los nombres que tendrán mis futuros hijos. Nada con exceso de ‘creatividad’ ni con ‘Y’. Lo sé. Debo procurar que, cuando ellos se presenten en público, sus nombres no ocasionen burlas ni permitan deducir que a su papá le faltó mundo. Pero si pudiera vengarme de mi tío, como mínimo, le pondría Hugo Rafael. Incluso, me gusta el de Severo Gallo, pero lo empeoraría bautizándolo como Severendo Gallo. Pa’ que aprenda.

 

*Próximo miércoles, desde las 8 a.m.:
‘Así es, aún vivo con mi mamá’

*Mi twitter: @agomoso. Todos los posts en bit.ly/agomoso

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