Los textos escolares: la eterna angustia de los padres
“La sabiduría nos llega cuando es demasiado tarde”
Gabo
No pretendo decir con el título de este texto que soy sabio. De ninguna manera. Pero, sí puedo decir que el paso de los años, mi tránsito de 45 años por las aulas escolares, me han dado experiencia.
Como dice Antonio Machado en uno de sus poemas, que también está grabado como canción por Joan Manuel Serrat: “…al andar se hace camino y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca, se ha de volver a pisar…”
Si pudiera volver al pasado, no cometería tantos errores. Uno de ellos fue hacerle el juego a las editoriales que al final de cada año, llegaban a los colegios con sus promotores de venta y nos perseguían a los docentes con su discurso preparado en las capacitaciones que recibían de sus jefes. Era una guerra de palabras y ofrecimiento de cassettes y libros adicionales para consulta y algunos de los que les pedían a nuestros hijos en su colegio. El largo tiempo trabajando en colegios privados que no pagaban ni la cuarta parte de la categoría que yo tenía en el escalafón docente y un contrato a término fijo de 10 meses, porque los nombramientos oficiales los definían los políticos de turno y mi jefe política y laboral siempre ayudaba a su familia y me “carameleaba” a mí. Fueron muchos años en esa situación, hasta cuando me desteté políticamente de ella y sólo a los 37 años me nombraron. (En otro texto de este blog, cuento cómo me saltaron en el único concurso que hizo el ICFES y hubo un bache para volver a ingresar por concurso. Así que se tuvo que volver a los nombramientos políticos). Eso hacía que en ocasiones les adoptara sus libros de español e inglés y el resto sacarlo a crédito para pagarlo con las cuotas mensuales del subsidio familiar de Cajacopi. Fue la época de sacar créditos, pagarlos con otros, vender la cartera… Gracias a Dios supe manejar mi vida crediticia. La cual conservo intachable. Dentro de poco, me podré retirar, sin deudas económicas, gracias a Él.
No sé si a cambiar adopciones de textos para conseguir los de mis hijos merezca censura, aunque creo que en ese caso de recibir algún ínfimo beneficio en algún momento de nuestras vidas, por necesidad, lo ha hecho todo el mundo y el que esté libre de pecado que lance la primera piedra; además, la educación de mis hijos estaba en juego y la presión de los colegios, que también recibían beneficios de las editoriales (grabadoras, abanicos, uniformes para los deportistas…) sobre los niños para que compraran los textos era impresionante. A veces, cuando no tenían el texto, llegaban llorando porque uno como profesor tenía que cumplirle a las editoriales que nos dieron los textos para nuestros hijos y a los directivos, pues ellos, a su vez tenían un compromiso similar.
No sé, si mi generación y la de mis hermanos está peor preparada que las posteriores, pero recuerdo que el mismo libro de español, cuya autora era Lucila González Chávez (uno de los dos apellidos era con S) y el álgebra de Báldor, que sigue vigente, nos sirvieron a los ocho.
Cuando se descubrió la mina de oro que era la industria editorial, nacieron las que ya todos conocemos. Los dueños comenzaron a enriquecerse y los incentivos para los directivos aumentaron. Los dueños de colegios privados recibían los libros y los imponían a los profesores, quienes ya no tenían ni voz ni voto. Jugaban con la sicología de los niños, de los padres y de los docentes y para que los textos no le sirvieran a los hermanos que venían detrás, incluían algunas ilustraciones y carátulas diferentes y colocaban en un lugar bien visible: NUEVA EDICIÓN.
Ahí estallaba Troya. Ese era el que quería y le exigían al estudiante. Sin embargo, vino una regulación que determinó que un texto sólo se podía cambiar cada 3 años. No obstante, las editoriales no se quedaron quietas y le incluyeron los talleres a los libros, para que el alumno no pudiera usar el del hermano o comprarlo de segunda y entonces, pidiera un texto que “no estuviera rayado”.
Posteriormente, con el auge de las TIC, y ante la elaboración de ediciones piratas y libros fotocopiados, se inventaron las plataformas con un pin unipersonal, por un año.
Parecía que habían controlado el problema, pero no se dieron cuenta de que el inconveniente ahora, era que, ante el crecimiento demográfico, la proliferación del desempleo, el aumento de la pobreza, el encarecimiento de los insumos y la lista de “útiles inútiles”, las editoriales dejaron de ser el gran negocio.
Por todas estas razones, me pareció excelente, cuando el ministerio de educación, en 2017, envió textos de lenguaje, matemáticas e inglés a las instituciones oficiales. Se le prestó uno a cada estudiante por el grado que cursaba y se recogían a final de año para usarlos en el siguiente. Los de matemáticas, no sé por qué razón, duraron poco. Desconozco el motivo por el cual en 6° y 7º no piden casi texto guía; en 8º y 9° sigue reinando Báldor, y en 10° y 11°, generalmente, los estudiantes no usan textos. Ni de matemáticas, ni de ninguna otra asignatura. Inexplicable esto último, porque después, en la educación superior, lo que hay es que consultar muchos libros.
He visto que en muchos colegios de Barranquilla, esos mismos textos que envió el MEN, no fueron tenidos en cuenta. Me imagino que no les parecieron buenos y escogieron el de otras editoriales o simplemente, el profesor trabajó a su manera, lo cual es respetable. Aunque los textos los personaliza el docente, al igual que su cátedra. Pero ese es un material invaluable y no se puede decir que está pasado de moda, porque en español, el sustantivo no ha dejado de ser sustantivo, Gabriel García Márquez y su obra nunca dejarán de ser extraordinarios. Por el contrario, en estos tiempos en que los escritores producen por encargo, como pasa con la música, el pasado se hace gigante. Cuánto gusto me da ver en el lenguaje 7 de esos textos que envió el gobierno el análisis de un poema que muestra la realidad que estamos viviendo hoy. La literatura actual, al igual que la música ha entrado en un bache del que no sabemos cuándo van a salir. Hay que dejar que sean espontáneos que salgan del alma humana, no del alma económica.
En los últimos años, entre las obras que hemos leído en 7°, está una antología de cuentos colombianos, con autores como Tomás Carrasquilla, Efe Gómez, Jesús Del Corral, Jesús Zárate Moreno, entre otros. De este último hemos convertido un cuento que muestra un pasaje donde un pícaro, personaje que abunda en Colombia, que se roba una cabra y la vende tres veces, siendo el último comprador el verdadero dueño del animal, a texto dramático. Es una historia muy amena y muestra una realidad nuestra. Además, me sirve para explicar los temas de los textos narrativos (el cuento) y el género dramático. He hecho libretos de otros cuentos como: La idea que da vueltas, de G. G. M; El zar y la camisa, de Leon Tolstoi; El gesto de la muerte, de Jean Cocteau; Guayabo negro, de Efe Gómez y otros, lo cual gustó mucho en la pandemia, porque toda la familia participó en la grabación de los videos que me enviaron. Sin embargo, el que más he utilizado es La cabra de nubia y por esto, un colega de otra área me habló sarcásticamente porque nos ha visto ensayándolo y representándolo en varios años. Me sonreí, porque el cuento y la representación son viejos, pero los alumnos son nuevos, son otro río que fluye. ¿Qué tal que yo le dijera a un profesor de inglés, que no utilice una estrategia exitosa que ha utilizado varios años para enseñar el verbo TO BE porque todos los años lo dicta?
Finalmente, quisiera pedir al presidente Petro y al ministro Gaviria que nuevamente ayude a los padres de instituciones oficiales con los textos escolares. Y, ojalá, esos del 2017 que no han usado y tienen amontonados y llenándose de plaga, los hagan llegar a las zonas rurales, donde cada uno de esos textos será un lingote de oro. Y que los colegios privados de todo el país no abusen con listas de textos y útiles inútiles.
Es hora de contribuir con la economía de los colombianos. No generemos más angustia.
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