Un pastor habla fuerte, casi a los gritos. Invita a los feligreses a despojarse de todas las influencias maléficas y los convoca a una quema de objetos que a su parecer son nocivos. Los asistentes, el día acordado, dan vida a una hoguera que acrecienta su llama con cada pieza que recibe. Hay libros, claro, es lo que más se lanza al fuego entre cánticos fervorosos. Éstos están apilados en canecas que se vacían al son de las instrucciones del religioso, resumidas en una palabra que todos corean: ¡quémenlos!

No es la escena de una película, tampoco una novela distópica. Se trata de un ejercicio liderado por Greg Locke en Tennessee, Estados Unidos, apenas una semana atrás. Eso sucedió días después de que una junta escolar en el mismo estado inhibiera la lectura de Maus, un libro sobre el Holocausto, dentro del marco de los planes curriculares para estudiantes mayores de trece años.

La coincidencia geográfica no sugiere un caso aislado. Por el contrario, la Asociación de Bibliotecas de Estados Unidos ha detectado un incremento nacional de los libros cuestionados por padres de familia y grupos políticos, que ahora identifican historias amenazantes para la infancia y la juventud. Casi todas las obras de la controversia abordan miradas diversas sobre la raza, la identidad sexual y las minorías en general.

La pandemia y el confinamiento condujeron al escrutinio de los contenidos educativos por parte de los cuidadores. Esto se ha traducido en solicitudes de exclusión y retiro de obras en los entornos colegiales, incluso de clásicos de la literatura. Ahora hay temor entre los profesores, bibliotecarios y libreros, pues les pusieron una lupa sobre los textos que tienen en las aulas y en las estanterías.

Los libros han ardido en incontables episodios de la historia humana y en todos los rincones de la Tierra. También han sido censurados en diferentes contextos, porque las ideas sacuden al orden establecido, lo llevan al banquillo y lo interrogan. Cada sociedad ha determinado los valores que acoge y los que rechaza, y eso bien lo sabe retratar la literatura. En ese sentido, preocupa la paradoja de la restricción en nombre de la libertad: la reina de los principios en Occidente. Tanto el pastor Locke como los colectivos civiles apelan a sus derechos para justificar sus anulaciones, que no son otra cosa que la negación de la diferencia, la imposibilidad de aceptar y reconocer la otredad. ¿Acaso qué le ocurre a un mundo de ocho mil millones de personas que no se admiten, sino que se someten entre sí? Basta observar de lado a lado para responder. Tristemente, ese paneo simple se puede topar con una fuente de calor y luz que ha quemado mucho más que libros.