Las traducciones son la puerta de entrada a otras miradas sociales, culturales y geográficas. Su valor literario es inmenso en la medida en que permiten un acercamiento variado a las preocupaciones humanas, hasta cierto punto determinadas por la lengua y sus significados. Las obras traducidas son también oportunidades para el lector, que se enriquece con una doble creación: la del autor y la del traductor. Porque la labor del segundo es titánica. Bien hecha redunda en la posibilidad de gozar de una lectura cualificada, en muchos casos de obras escritas en lenguas minoritarias.

Mi más reciente lectura fue precisamente una novela maravillosamente traducida por Marian Ochoa de Eribe: El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de la escritora moldava Tatiana Țîbuleac. Digo que la traducción es admirable porque, por ejemplo, logró conservar los tintes de humor ácido con sutileza, en medio de un relato doloroso. Este libro contiene la historia de un artista que regresa a los recuerdos de un verano trascendental e inolvidable junto a su madre, pese a la relación fracturada que sostenían. Volver a esas memorias lo conduce a unas incluso más antiguas, que van descifrando las heridas de ambos, la razón de ser de su incomprensión y un abanico de deudas congeladas. Por el camino se topa con la muerte, la pérdida, el abandono y el rechazo en el seno de una familia hecha pedazos.

Entre los temas vertebrales se encuentra el de la salud mental, con un manejo impecable que hace sentir al lector en la cabeza de un paciente psiquiátrico. No solo porque la historia se narre en primera persona, sino porque da cuenta de la forma en la que operan los pensamientos de alguien en sus condiciones. También se explora la relación madre e hijo (extraída de cualquier rastro de romanticismo, más bien descrita desde una crudeza visceral), así como el perdón en el molde menos verbal.

El protagonista es sólido y manifiesta una personalidad consecuente con lo que ocurre en su mente, muchas veces frenética o despojada de pudor. La manera en la que se cuestiona el vínculo materno es un valor agregado de la novela, que contrasta con la poética del lenguaje. También lo es su juego con las formas, pues la puntuación y la extensión de los capítulos no dejan indiferente al lector.

Con esta novela celebré las traducciones y la labor de los traductores, que muchas veces pasan desapercibidas en el bucle comercial de la industria. Se requiere más apoyo, más apertura y más interés para que los incentivos a las traducciones se multipliquen entre los eslabones de la cadena del libro, pues estas sugieren una apuesta por la diversidad del arte y son una de las señales del buen desempeño del sector editorial.