Ya hablaré de la historia. Pero tengo que empezar por el uso del lenguaje. Panza de burro, de Andrea Abreu, es una novela que acerca la oralidad a la escritura. La segunda, casi siempre pulida y apegada a las normas de la lengua, aquí se ve permeada por los usos de la oralidad en forma de contracciones, de omisiones, de anglicismos adaptados y de otras cuestiones que no estamos acostumbrados a encontrar como lectores. Eso puede ser objeto de admiración o de rechazo, pero mínimo de sorpresa. Porque lo que hizo la autora contiene una aproximación singular digna de un debate intenso. Toda la lectura estuve pensando cómo se percibiría este componente del libro en las versiones traducidas y asumo que dejarlo plasmado es poco factible.

De forma hay juegos con la puntuación; a veces está ausente y a veces pone sus propias reglas. Los capítulos, que bien podrían ser relatos, tienen títulos que van más allá de la numeración y fungen como síntesis de los hechos.

La historia, por otro lado, perfila una amistad desbordada entre dos amigas que transitan la zona gris de la infancia a la adolescencia. Hay amor, hay envidia, hay poder, hay ira, hay traición, hay exploración sexual y otras emociones viscerales. Las referencias al cuerpo son transparentes y no se quedan cortas en lo escatológico.

La novela está ambientada en las Islas Canarias, bajo un cielo cubierto por nubes, con todos sus localismos y supersticiones. El estado del tiempo es un determinante de la vida insular de la historia, que puede contradecir la inmensidad del mar. Allí, Isora y la narradora comparten, a comienzos de los 2000, un verano que se siente como toda una vida, como si su vínculo tuviera más años y ellas fueran mayores. Su edad es una incógnita que salta de las muñecas a las diferentes formas de abuso, con un fondo puesto por el Internet y las transformaciones sociales que supuso. El final de la historia, que creo que no cierra todos los cabos, resulta impregnado de una soledad exacerbada por los silencios de los adultos. Ellos desestiman los procesos que agobian a los adolescentes e ignoran lo que de verdad ocupa sus pensamientos.