La intemporalidad perdida, de Anaïs Nin, compila dieciséis cuentos que nunca se habían publicado en español. La escritora francesa les dio vida cuando tenía veinticinco años, a comienzos de la década de los treinta, en una época que suponía dificultades para que las editoriales acogieran su pluma. Según se indica en el prefacio, ni siquiera en Nueva York le aceptaron los relatos. Estos terminaron abandonados hasta que años después un amigo de la autora le propuso ofrecerlos como una edición privada para su círculo más cercano.

En la lectura encontré entornos lujosos de la primera mitad del siglo XX, que saltan de una gala a otra, de un evento musical a una obra de teatro, de una danza sofisticada a una pieza escrita con maestría. Hay perlas, hay cristales, hay perfumes, hay maquillaje, hay seda, hay copas de champaña y muchos aplausos. La búsqueda y experimentación de las artes es un rumbo que persiguen las protagonistas, porque ofrecen tanta belleza como independencia y prestigio. En medio de toda la sensibilidad artística brilla la diversidad cultural, nutrida por la figura del extranjero y el bagaje intangible que arrastra consigo.

Las mujeres que habitan los relatos son autónomas y tendientes al despojo: de su propia monotonía, de las aspiraciones que la sociedad moldea para ellas, de las historias que les cuentan hombres engatusadores y ávidos de conmiseración. Viven cultivando su intelecto de todas las formas que tienen a su alcance, son impulsivas, perciben su propio erotismo y suelen enfrentarse a una revelación que transforma sus caminos. Sin embargo, esos giros, que a todas luces las extraen de los estándares, los pagan con crítica, fracaso e incluso abandono. Si son solteras es aún peor, pues caen bajo la etiqueta de «hechiceras».

Los libros y las bibliotecas tienen un papel importante en la vida de los personajes femeninos de esta colección, porque las acompañan y les conceden oportunidades de cambio. El acto de leer, incluso, es entendido como una transformación que desdobla en ellas un yo alternativo. Un yo que no siempre se expone públicamente.

Observar a la mujer que escribe

La obra de la escritora alcanzó renombre con la publicación de sus diarios en varios volúmenes, pero esta compilación de relatos puede ser una buena puerta de entrada a su escritura, a los temas que más exploró en su prosa y, por supuesto, a su cronología creativa en la ficción. También son la antesala de lo que eventualmente escribió sobre el deseo femenino sin ninguna capa de revestimiento, pues después de La intemporalidad perdida cruzó la frontera entre lo sugestivo y lo manifiesto.

No me pareció oportuno (ni necesario) encontrar en el libro un apartado introductorio con información de la vida privada de Anaïs Nin: sus relaciones de pareja o sus vínculos sexuales. Lo que corrobora ese acápite es el desafortunado lente desde el cual se sigue observando a la mujer que escribe, sobre todo a aquellas que se enunciaron a lo largo del siglo pasado, en función de los hombres que hicieron parte de su intimidad.

 

@paolamendezco