La narradora de Geografía doméstica, de Margarita Cuéllar, pasea al lector por los rincones de su casa y lo pone a pensar en los objetos y en los espacios. La pandemia la llevó a preguntarse por todo lo que ocurre en la cocina, en la sala, en las habitaciones, como consecuencia de la función de la estufa, el sofá, las cortinas, los relojes y todos los artefactos que hacen de una casa un lugar ambivalente. Por un lado, supone un refugio físico; por otro, demanda unas labores que pueden ser avasalladoras.

Con la contemplación de los objetos, la narradora atraviesa recuerdos de su infancia, de su maternidad, de su paso por Nueva York. Revisar valijas es encontrar fotos y regalos que conservan memorias y materializan el paso del tiempo. Igualmente es un listado de interrogantes a propósito del envejecimiento, del ser mujer, del feminismo, de la relación entre el adentro y el afuera. La vida también ocurre adentro, en la domesticidad, no solo al otro lado de la mirilla.

De todos los objetos, los textiles son los que más vinculan a la narradora con lo material. Desde niña tiene una fascinación por los hilos, las telas, los tejidos y la capacidad subversiva de un remiendo o de una pieza cosida (pañales de tela, banderas, pañuelos). De hecho, encuentra tan pedagógico que las palabras texto y textil tengan la misma raíz —basta pensar en la cantidad de metáforas textiles para narrar—, que decide crear un espacio universitario alrededor del bordado y la costura. En un entorno académico con poco espacio para sentir, es disruptivo poner a los estudiantes a hacer lo que hacían sus abuelas o las mujeres de su linaje.

La novela se recorre como un álbum familiar. Uno se detiene en los detalles, asocia las imágenes a un momento concreto, piensa en su propio techo, en sus recuerdos y en los lazos que ha construido con lo inerte a la hora de habitar la casa. Ese álbum es físico y uno siente nostalgia: lo digital nos ha arrebatado el tacto. Las cosas heredadas, coleccionadas, compradas o simplemente acumuladas aparecen en la mente y uno se pregunta dónde las tiene guardadas —si es que no las ha botado—. El libro contiene aproximaciones a otros referentes literarios, películas y piezas de arte para ahondar en la visión crítica —pero reivindicatoria— de la casa: el lugar al que uno de verdad siempre vuelve.