Pura pasión, de Annie Ernaux, es un libro corto sobre un periodo de la vida de la narradora: su relación con A., un hombre casado. Esa pasión, relatada al cabo de su transformación, solo es expuesta y no explicada, en una búsqueda por entender qué la hizo escribirla en primer lugar. Como en un experimento, la narradora se vale de la historia —que anticipa el dolor desde la primera página—, para probar el estupor que debería suscitar su escritura y decodificar el propósito de su narración.
Hay pocos detalles sobre el origen de la relación. Se sabe que A. era de algún país de Europa del Este, y que estaba en Francia —donde vivía la narradora— por motivos laborales. Cada vez que él quería o podía, la llamaba, la visitaba y se despedía luego del encuentro sexual. La vida de ella, como consecuencia, oscilaba entre los sonidos del teléfono y del arranque del carro, sin que hubiera lugar para más imaginación.
En la época de esa relación, la narradora ya tenía hijos grandes y no les daba explicaciones. Era una académica experimentada que ponía su inteligencia al servicio del vínculo oculto; leer y calificar, por ejemplo, se volvían tareas ridículas en su ensoñación. Lo veía al volante de cada camioneta que circulaba por París, en la cara de los actores y en los transeúntes con aspecto de ejecutivos. Esa intensidad le parecía el sentido de la vida misma y cada tanto se preguntaba cómo vivían otras personas sin una motivación semejante.
La narración del libro es el recuerdo de la historia extinta y por eso tiene distancia. La perspectiva hace que la narradora compare la vivencia de su pasión con la escritura y sugiera que son equiparables como producto textual, como paralelo del lapso entre la redacción de algo y su lectura posterior. De hecho, se refiere a su historia con A. como a una novela de la que solo queda, en su relato, una sensación residual: amar es esperar a un desconocido.